Guillermo Hübner Díaz
Según datos estadísticos, en zonas en las que viven familias de clase media a baja –la “prole”, como diría Pau- de Villahermosa, Cárdenas, Comalcalco, Macuspana o Tenosique, casi la mitad de las madres solteras con niños en edad preescolar, trabajan fuera de su casa y muchas lo hacen en horarios ‘nocturnos’.
Otras, con hijos de entre 7 y 13 o 14 años, los dejan al cuidado de otra persona la mayor parte del día -o de la noche-, según a lo que se dediquen, las cifras contrastan con las de otras épocas en las que las madres criaban a sus hijos sin ir más allá del patrio de su casa.
Los números encierras muchas verdades, es cierto, como la de que estas mujeres no sufren sentimientos de culpa por dejar a sus niños en manos ajenas –ojalá que en guarderías, pero no-porque se preocupan más por la salud de las criaturas que por los efectos de su ausencia en ellas.
La salud física y sicológica, nos dicen los especialistas en el tema, no se ve amenazada por el horario de sus actividades, lo que vale es que sus niños gocen –aparentemente- de buena salud, así ellas estarán libres de sentimientos de culpa, enojo, ansiedad o fatiga.
Para algunos, no se justificaría en estas mujeres la existencia de tales sentimientos por dejar a sus hijos en otras manos mientras trabajan, de noche o de día, al contrario, señalan, al no contar con el apoyo de los padres de sus hijos, su esfuerzo se convierte hasta en un motivo de orgullo por sacarlos ellas solas adelante.
-Feministas –llaman algunos a quienes opinan en tal sentido, pero de acuerdo con estudios disponibles relacionados con el tema, se ha llegado a la conclusión de que por una parte, no existe evidencia de daño alguno en la vida familiar, crecimiento y desarrollo de estos niños, excepto en situaciones poco comunes como la de que la madre sea una buena caguamera o ‘motorista’ o viva permanentemente preocupada, como el malabarista porque en algún momento se le caiga una de las pelotas que juega en el aire y dañe a algún pequeño con el golpe.
Puede ser, humanamente es imposible para ellas la tarea de cuidar de modo constante.
Asistir a un pequeño durante seis o siete horas seguidas, es el tiempo máximo que puede soportar una madre, trabaje o no fuera de las casa, de noche o de día. Necesitan tiempo para descansar, para alimentarse y para tener contacto social.
Las madres que se sienten culpables por el tiempo que dejan solos a sus hijos, tratarán de cualquier forma de recompensarlos cuando regresan a casa y este esfuerzo les cansa exageradamente. Muy cierto.
La profesional con hijos, soltera o casada, denota un cansancio crónico que no sólo es físico sino también porque siente que su concentración se dispersa y aunque el cuidado profesional del niño es de gran ayuda, es la madre la que debe de crear un ambiente apropiado de cariño y de seguridad y esto requiere en gran parte de la energía de cualquier mujer.
Aunque tenga obligaciones fuera, tiene que atender a su hijo cuando se ausenta la persona que habitualmente lo hace; su trabajo como madre es continuo.
El reportero conoció casos de meseras y peluqueras muy guapas que trabajaban -y sus esposos también- pero que se irritaban con frecuencia por la diversidad de papeles que debían de desempeñar y porque sus parejas no compartían el peso de conservar una familia funcional.
Con frecuencia se enteró uno de cómo estas mujeres estresadas limitaban su capacidad –según platicaban- hasta de mantener relaciones íntimas satisfactorias con sus esposos, frustrando el placer sexual de su pareja y haciéndolo sentir tan fuera de lugar como ellas mismas.
Una de las fórmulas seguidas para tener salud física y mental por una de estas mujeres –recuerdo-, que le daba al trabajo lo mismo en el restaurante-bar que en el hogar, era la de repetir para sus adentros que no era posible considerarse y actuar como una “mujer maravilla”.
En un caso más reciente, una auxiliar de céntrico Bar, muy guapa también, me confió su preocupación de continuar asumiendo “toda la responsabilidad con un nudo en el estómago, las 24 horas del día”.
Conclusión: En general la mujer, si está casada, no espera que su marido, o si soltera otra persona, le ayude a hacer más liviano el cuidado de sus hijos y el de la casa.
“Somos las peores enemigas cuando les solicitamos ayuda, creen que somos nosotras las únicas que podemos realizar el trabajo doméstico y el de los niños. Aquí la equidad no existe, aunque haya por ahí buenos compañeros. Soy madre soltera por aventura; hoy realizo una hazaña”.