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A ESTRIBOR

13 de marzo de 2023
in Opiniones
A ESTRIBOR
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Corcholatas

Juan Carlos Cal y Mayor/Ultimátum

En la tradición po­lítica mexicana del partido de es­tado, “el tapado” fue siempre el secreto que el presidente callaba hasta nombrar a su sucesor como si fuera humo blanco. Desve­lada la noticia la clase política del país se alineaba en torno al virtual sucesor. A los demás suspirantes no les quedaba más que callar y alinearse es­toicamente guardando sus aspiraciones en el baúl de los recuerdos.

El tapadismo ha mutado a lo que ahora se conoce co­mo “las corcholatas”, término acuñado por el presidente con el que destapó abiertamente a su posible sucesor. Presun­tamente se guiará de encues­tas para justificar su decisión a pesar de que muchos an­ticipan que su inclinación a favor de Claudia Sheinbaum es más que evidente. Los de­más le rezan a su santo en espera de que sucediese algo extraordinario que los colo­cará de rebote en la sucesión. Los ha aventado al ruedo pa­ra posicionarse ilegalmente mucho antes de la elección y sacar con ello ventaja a la oposición. En los Estados han operado bajo la misma diná­mica. La encuestocracia es el método para encubrir una determinación que al final to­mara solo el presidente.

Se trata en el fondo de garantizar la continuidad de la “cuarta transformación”, ese mazacote sin pies ni ca­beza, sin resultados, en este caso añorando a que le sigan rindiendo culto y obedien­cia como sucedió con el Ge­neral Calles. Por ello Lázaro Cárdenas lo mandó al exilio para así edificar su culto y construir su propio legado ya sin la sombra del caudillo revolucionario. Se trataba de la reinvención del poder. De enterrar el pasado y estigma­tizar tal como sucede ahora y donde la primera víctima fue el aeropuerto de Texcoco sus­tituyéndolo por otro que ha resultado sin más inservible.

El narcisismo presiden­cial no tiene límites. No creo que el presidente soporte la idea de hacer mutis y alejarse definitivamente de los reflec­tores del poder. Su feligresía necesita un apóstol, su suce­sor será un monaguillo. Si no intentó reelegirse es porque sabe que pasaría a la historia como un dictador y él añora su estatua. No las tiene to­das consigo porque a pesar de los continuos embates, las instituciones aún sirven de contrapeso en nuestro país. Será la sombra de la próxima presidente a menos de que su sucesora decida cortarse el cordón umbilical.

La tradición política la­tinoamericana veremos está cundida de ejemplos. Díaz Canel, el presidente cubano, es hechura absoluta de los hermanos Castro. Un muñe­co guiñol sin luz propia. Solo cuida del pebetero del héroe revolucionario, el camarada Fidel Castro. Lo mismo su­cede con Alberto Fernández, el presidente argentino al que nadie respeta en su país. Es la corcholata de Cristina Kirt­chner que a su vez heredó el poder de Néstor Kirtchner, su esposo. Los mismos que hundieron a Argentina en la pobreza con esa mezcla entre populismo y corrupción.

Lo de Nicaragua es paté­tico. Cual monarquía tropi­cal, Daniel Ortega tiene a su esposa en la vicepresidencia. Se ha convertido en un vul­gar tirano en contra de sus opositores y la comunidad internacional no hace nada para impedirlo. No les impor­ta ese pequeño y pobre país secuestrado por esos malhe­chores. A Evo Morales no le salió la jugada de reelegirse a perpetuidad, pero logró de todas maneras regresar al po­der con su corcholata el pre­sidente Luis Arce.

El mequetrefe de Maduro es la corcholata de Chávez, un émulo fiel a la memoria del fenecido dictador venezola­no. Y si las corcholatas como Dilma Russef no funcionan, ahí va de vuelta Lula Da Silva por tercera ocasión en Brasil. Esa es la triste historia de la­tinoamérica y la razón por la que no prospera a pesar de vasto territorio y sus enormes recursos naturales.

No nos llamemos a sor­presa. El presidente lo está di­ciendo sin ningún recato. No dejará el poder en manos de los traidores conservadores, de esos neoliberales que han hundido al país. Por eso des­truye al INE, solapa al narco y consciente al ejército. Uti­liza el poder para perseguir e intimidar a sus adversarios. Dilapida sin pudor los recur­sos públicos para apoyar a su clientela, su mejor estrategia para enquistar a su engendro a como dé lugar. Es la trans­formación que tiene atoli­zados a sus fanáticos como lo hicieron Mussolini, Mao, Stalin o el Führer, los grandes sociópatas de la historia.

jccymf@yahoo.com

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