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CULTURA

22 de marzo de 2023
in Opiniones
CULTURA
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Viajeros Celestes
VICENTE HUIDOBRO Y ALTAZOR

José Falconi/Ultimátum

EN la parte final del primer canto de Altazor hallamos casi todos los elementos que caracterizan la poética de Vicente Hui­dobro: su visión cósmica del ser, su valo­rización de la palabra y la abundancia de imágenes suprarrealistas y autónomas en un doble sentido: proclaman su independencia ante la realidad de la que surgen y que a la vez transforman, creando una realidad nueva, la realidad poética, y cada imagen, sin perder su relación con las que la anteceden o preceden, se constituye como un organismo con vida propia, como unidad conceptual y emocional.

Huidobro es de los poetas que, atentos a la lec­ción de Rubén Darío (el gran renovador o innova­dor modernista), apuestan por los fueros de una auténtica imaginación poética (en Darío conta­minada por los artificios de una excesiva fantasía simbolista) o imaginación de lo real, desprovista de fantasías. Poetas como Huidobro o como César Vallejo nos convencen de que la fantasía no solo no es lo mismo que la imaginación, sino que en el fondo es todo lo contrario. Porque la imaginación es exigencia de forma y la fantasía deficiencia de ella. La fantasía huye de la realidad y la imaginación es la puesta en marcha del sentido mismo de la forma dentro de la realidad.

Pero entremos en el poema de Huidobro como quien se aventura por un bosque de aromas, de lumbres y oscuridades, de hierbas y árboles de verdes gemidos:

Hay palabras que tienen sombra de árbol

Otras que tienen atmósfera de astros

Hay vocablos que tienen fuego de rayos

Y que incendian donde caen

Otros que se congelan en la lengua y se rompen al salir

Como esos cristales alados y fatídicos

Hay palabras con imanes que atraen los tesoros del abismo

Otras que se descargan como vagones sobre el alma

Altazor desconfía de las palabras

Desconfía del ardid ceremonioso

Y de la poesía

Altazor desconfía de las palabras porque éstas no son formas vacías, vocablos inofensivos, sino armas vivientes que pesan, por su significado, en la conciencia del hombre. Las palabras son signos ligados a un significado, eso lo sabemos. Lo im­portante es que, para Altazor, ese significado no es único, determinado para siempre. La forma meta­fórica mediante la cual conceptualiza las palabras nos abre un extenso panorama: las palabras tienen sombra de árboles, atmósfera de astros; pueden ser fuego de rayos o congelarse en la lengua. Esta forma de dar plasticidad al contenido de las palabras nos pone en contacto con la esencia misma del lengua­je. A final de cuentas, cada expresión verbal nos remite a una vivencia propia, dibuja una atmósfera original en nuestra intimidad. Habrá palabras que nos golpeen como dardos ardientes y otras que sean revelación de sensaciones y sentimientos nuevos. ¿Quién no desconfía de ellas?

Mas no temas de mí que mi lenguaje es otro

No trato de hacer feliz ni desgraciado a nadie

Ni descolgar banderas de los pechos

Ni dar anillos de planetas

Ni hacer satélites de mármol en torno a un talismán ajeno

Hablo en una lengua mojada en mares no nacidos

Con una voz llena de eclipses y distancias

Solemne como un combate de estrellas o galeras [lejanas

Una voz que se desfonda en la noche de las rocas

Una voz que da vista a los ciegos atentos

Los ciegos escondidos al fondo de las casas

Como al fondo de sí mismos

Los cinco primeros versos constituyen una de­finición de las funciones que Altazor (o el poeta) se atribuye. No trata de hacer feliz ni desgraciado a nadie. Aquí ya hay un deslinde con lo que tan­tos otros se proponen hacer. Huidobro se niega a influir en la apreciación sensible del lector, pues comprende que esto, en última instancia, resulta ser una imposición del poeta. Tampoco trata de descolgar banderas de los pechos, ni servir a un talismán ajeno. Esta es, desde luego, una postura ideológica. Altazor no pretende adoctrinar bajo ningún signo al lector, ni hacer de la poesía una labor pragmática. Así pues, tenemos una definición que libera de toda influencia (tanto anímica como ideológica) preconcebida al lector. Al menos esto es lo que el poeta declara.

Inmediatamente después se dice “Quiero darte una música de espíritu”. Este verso y los siguientes son centrales para entender la concep­ción poética del autor. Las palabras, los versos, las vocales, las sílabas, todo el armazón de la poesía no es más que una composición musical, una partitura traducible sólo en el gramófono del espíritu. La imagen es sencilla y tal vez por ello cierta en lo esencial. Los últimos ocho versos del fragmento citado contienen uno de los principa­les temas de Altazor: su relación con el espacio cósmico. Al través de todo el Canto / descubrimos a Altazor como un viajero celeste que deambula entre galaxias y estrellas. En su vuelo recorre el universo y recolecta imágenes y sentencias este­lares para comunicarlas al hombre: “Yo hablo en nombre de un astro por nadie conocido”. Y no sólo de un astro. Altazor es el traductor del cosmos Si es verdad que nosotros somos polvo de estrellas, puesto que éstas son el principio de la evolución planetaria, el hilo conductor que deviene vida (si es cierta tal teoría), tenemos que las estrellas se interrogan sobre su existencia a través del hom­bre (subproducto lejano). Somos polvo cósmico que se pregunta y se responde a sí mismo.

Altazor sabe de esta relación universal y se otor­ga la función de ligar a los hombres con su origen cósmico. Altazor borra las distancias espaciales y temporales a través de la poesía. El vehículo poético se revela como intérprete de la realidad y del ser. El Canto 1 recrea, amplía y profundiza la bella idea expresada por Newton: ”… sospecho que el espíritu (de los hombres) proviene de los cometas…”

PARTE 1 DE 2, CONTINUARÁ EN LA SIGUIENTE EDICIÓN

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