Viajeros celestes VICENTE HUIDOBRO Y ALTAZOR
PARTE 2 DE 2
José Falconi/Ultimátum
Veamos ahora la siguiente selección de versos.
Una hermosa mañana alta de muchos metros
Alta como el árbol cuye fruto es el sol
A la hora en que las flores se lavan la cara
Y los últimos sueños huyen por las ventanas
El infinito se instala en el nido del pecho
Y la hora huye despavorida por los ojos
El día se suicida arrojándose al mar
Un barco vestido de luces se aleja tristemente
Y al fondo de las olas un pez escucha el paso de los hombres
Estos versos, especiales por su belleza, corresponden a la parte final del primer Canto, pero creo que, por el tipo de imagen que reproducen, son típicos de todo el poema. No hay sino asombro en el lector que trata de imaginar la pintura propuesta. Un pintor surrealista se sentiría celoso ante tal plasticidad. La mañana es alta, el fruto del árbol es el sol, las flores se lavan la cara, los sueños y la hora huyen por ventanas y ojos, el día se suicida. En estos ejemplos descubrimos la mecánica de la construcción suprarrealista: asignarle a ciertos elementos funciones que no les corresponden. Es decir, ligar conceptualmente términos u objetos cuya naturaleza les impide relacionarse. Mientras más alejados sean los términos, su fusión provocará una imagen de mayor fuerza surrealista. Decir que el día se suicida es atribuirle al día propiedades humanas: la chispa de esta imagen es intensa.
Sin embargo, me apresuro a aclarar, la poesía de Huidobro no es surrealista ni pretende serlo. El alto grado de coherencia es tan evidente que todos sus elementos se organizan en un mundo reconocible y hasta habitable. Sus imágenes (“Escalas de olas y alas en la sangre”) no llegan nunca al automatismo. La imaginación se somete a un. orden, a una inteligencia vigilante.
Altazor nos previene de su aterrizaje. Su viaje interestelar está por concluir. El mundo se me entra por los ojos / Se me entra por las manos se me entra por los pies / Me entra por la boca y se me sale. Es como si la tarea de traducir la voz de las estrellas se hubiera agotado y buscara reencarnar en el lenguaje de los hombres. Porque si Altazor no decidiera aterrizar (lo hace con cierto dolor y resignación) quedaría desligado para siempre de la sustancia humana, terrestre. Entonces, sacrifica su espacio cósmico para renacer en este mundo, y ¿qué mejor que encarnar en un árbol? Ahora será naturaleza vegetal y tendrá raíces. “Silencio la tierra va a dar a luz un árbol”. Su experiencia espacial quedará incorporada a la vida del árbol que está por nacer.
El aterrizaje del paracaídas es casi visual, cinematográfico: “El mundo se me entra por los ojos…” Leamos de nuevo esos versos y tendremos la impresión de la velocidad. El efecto es conocido: no parece que es Altazor el que viaja, sino las cosas: todo lo visible pasa frente a él a gran velocidad. La realidad se “entra” en el que está cayendo.
Olas y alas en la sangre de Altazor nos dan asimismo sensación de movimiento y nos sitúan en una dimensión interior. Porque, a fin de cuentas, el viaje de Altazor bien puede ser una metáfora (¿o alegoría?): el universo está dentro de su conciencia y el aterrizaje es el encuentro esencial consigo mismo.
Nota: Viajeros celestes. Vicente Huidobro y Altazor se publicó por primera vez en Revista Plural. Segunda época/ Vol XVIII-VIII/ núm. 212, mayo de 1989. pp. 43-45.
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