Cavilaciones sobre mi Tuxtla
Jorge Marengo Camacho/Ultimátum
En la tarde después del colegio había varias cosas por hacer. Con los amigos de la secundaria solíamos andar en bicicleta por los senderos del río Sabinal, siempre inacabados, siempre encharcados, siempre tan nuestros. Mirábamos lagartija y ardilla, harta. Aquel río, ni tímido ni escandaloso, acogía garzas extraviadas y tortugas. Cuenta mi madre que alguna vez, hasta peces se podían mirar.
Los noventas ´taban floreciendo, y la camioneta del abuelo equipada con un radio de onda corta que nunca funcionaba, – disque pa´hablar con la gente del rancho –; y con una casetera, donde cuando ya le hartaba el “Chente”, la Juana la Cubana y la Sopa de Caracol salían al quite. Pasábamos “El Magueyito”, luego el “Parque de los Once”, y finalmente, llegar al campo de futbol de la Colonia.
Soy testigo de batallas futbolísticas legendarias, aparecía Meme Robles, y los hijos del Dr. Cárdenas, la chamacada se dejaba venir de todo el rumbo. Quisiera recordar todos los nombres. Paso el tiempo y el campo de futbol se convirtió en Iglesia, siguió pasando el tiempo y mi abuelo ahora vive en esa Iglesia.
Otro campo de futbol en el que namás se miraba puro buenazo jugá, era el que estaba pegadito al “Blanco Sol”. Por esas fechas, ´taba llegando otra oleada de modernidá al pueblo, no como la de los setentas que namás todo lo vino a chingá, una mejor. Vino Plaza Cristal, la Discoteca Colors, el Mc Donalds y el Kentuchy, ¡Ahhh y pobree de vos si querías llegar enchorado al restoran!, te encontrabas a puro conocido, así que había que sacar la mejor gala pué.
Esa modernidá, ahora sí que también se estaba llevando al baile, a la Disco Sheik y al mismísimo San Remo de las Estrellas La Catedraaal del Bailéee…
Tabamos arriba de píchis y debajo de hombre de bien. La diversión de los domingos consistía en ir a la Matiné del Vistarama, o al Alameda y aplaudir harto al final de la película, no importaba que no escucharan los actores, igual si no te gustaba la película les mentabas su madre a chiflos, a ver si así, en la próxima función le echaban más ganas puee. Ya por la tarde, había que darle la vuelta al Parque Central, en un cortejo muy autóctono que se llamaba “Centralear”. Ni creás que lo hacíamos a pie. Eramó fresas, de a cochesuco de papá, y además Tuxtla era la Capital, ni modo de hacerlo como en los pueblos de los abuelos.
Alegre también se ponía la pista de patinaje de la Plaza Bonampak, ya la de “las Pampas” del Parque Morelos no daba pa´tanto gentío. Además del cine, los fines de semana, tocaba ir con la hermana chica a comer raspado de vainilla con plátano a Convivencia y tu paseíto en lanchita, sabrosoo.
La Tuxtla de antes, tenía más casas abiertas y más mesedoras de madera, había más cotorros en los patios, y todo mundo tenía un su árbol de limón. Recuerdo más delantales, y más bulla de pueblo que de ciudad, veía más juncia, creo que hasta la marimba era más libre, no se la pasaba tan encerrada como ahora, aunque tal vez me equivoque.
Los sabinos, eran además de árboles, un club donde pasaban los días, entre pelotazos y ping pon. En mi Tuxtla de ese entonces, la señora de los taquitos de Comisión se acababa de pasar a lado del Río Sabinal, y con 10 pesos comías 4 tacos y un pozol. Las hamburguesas de Terán era lo más Inn por mí rumbo, sin embargo, si alguien nos iba a visitar desde el “lejano oriente”, pedíamos garnachas de una señora de allá por el 5 de mayo, que dizque era jucha y buenasa pa esos menesteres.
Un día crecimos, y nos tocó conocer los puntos más estratégicos de la capital pa` la supervivencia nocturna, “Los güeros”, “El Ovni”, “El Pelucas”, “las 5 esquinas”. Después de las doce de la noche, ´char trago afuera de la disco, o conocer el método de la Caguama en bolsita y descubrir interesantes tugurios donde igual llegaban deportistas de Caña Hueca, que políticos que no querían que los miraran o albañiles haciendo obra ahí por el rumbo.
Pasó el tiempo, y namás me acuerdo y me río solito, de tanto que me ha dado mi pueblo, y tan bonito que fue lo que viví, porque fue mío. Esa mi Tuxtlita, con tus árboles tan grande, tu calor tan fiero, y tus botaneros sabrosos, ¡al final del día creo que me caes a toda madre!
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