Uno de los motivos por los cuales López Obrador tuvo una votación histórica se debió al hartazgo con lo que el hoy Presidente llama con razón PRIAN.
Los ciudadanos fuimos a las urnas entre esperanzados y enfurecidos. Lo que vivimos y padecimos a lo largo de por lo menos 30 años nos colocó en la adversidad en medio de la corrupción y la impunidad con signos de autoritarismo.
Uno de los ejes que pudo haber estado en las urnas pudo ser el de la esperanza en que las cosas fueran diferentes con el tabasqueño, quien se encargó durante meses de hacerlo ver. Entre el hastío y la necesidad de creer, muchos votos se definieron bajo estas perspectivas; si alguien supo leer el escenario fue López Obrador.
El PRI y el PAN fueron parte fundamental en la decisión ciudadana. Es bueno recordarlo porque hoy que son oposición se siguen viendo con el rostro del pasado tan fustigado por lo cual no acaban de atinar en ser una oposición válida a un proyecto de gobierno como el de López Obrador, a pesar de sus cada vez más evidentes contradicciones. Le planteábamos en el pasado QUEBRADERO que una de las grandes fortalezas del Presidente está en línea directa con la debilidad de la oposición.
Sin embargo, muchos asuntos están entrando en los terrenos de la contradicción y también, en algunos casos, del desvanecimiento de la esperanza. Las contradicciones tienen un rato ya entre nosotros. El gobierno no deja de señalar al pasado como una forma de su gobernabilidad, el problema está en que ese fustigado pasado ha empezado a acompañar al gobierno en muchos de sus actos.
Lo que pasó el viernes en el Senado fue reflejo de las viejas prácticas en donde las cosas se hacían sin importar las formas y sobre todo amparándose en su mayoría en el Congreso bajo la máxima de ni los veo ni los oigo.
Lo sucedido deja en evidencia una inquietante constante en esta administración: a las críticas que recibe el Presidente y Morena en un buen número de casos se responde recordando lo que se hacía en el pasado sin querer ver que están haciendo precisamente lo que se hacía en ese fustigado pasado.
Han venido apareciendo diferentes situaciones que no van a aparejadas con aquello de que “nosotros somos diferentes”. No tiene sentido plantear que ya no se roba, que ya no hay corrupción, que hay transparencia, cuando todos los signos apuntan hacia otros escenarios.
Sigue sin aparecer la autocrítica como si ésta fuera considerada como un elemento de adversidad para gobernar cuando se convierte en un impulso para ello. En los casos de Segalmex e Insabi todo se ha llevado a los terrenos de exculpar a quienes deberían tener toda la información de lo que estaba pasando en una institución que era vista como una de las grandes bases de gobierno; el colmo llega a que fue detenido quien denunció todo lo que hoy se conoce de hechos de corrupción.
En el caso del Insabi todo ha terminado en un fue un “error”, sin que por ahora haya indicios de que se vaya a investigar a fondo la responsabilidad de quienes lo manejaron. No sólo se trata de eso, es también necesario saber dónde está el dinero que se destinaba al instituto, el cual se ha reconocido que no cumplió con sus objetivos y expectativas.
No hay garantía de nada y en el camino el tiempo se le está acabando al Presidente. Están pasando muchas cosas similares a lo que sucedió en el fustigado pasado y que esos tiempos fueron severamente criticados por quienes hoy son gobierno cuando eran oposición.
Parafraseando al extraordinario José Emilio Pacheco: no vayan a acabar siendo lo que dijeron que nunca quisieron ser.
Todos los caminos se dirigen a la Corte. Los próximos meses van a ser claves para ver hasta dónde puede llegar el proyecto del Presidente. A pesar de que el viernes pasado fueron aprobadas diversas reformas, no necesariamente tendrán en términos legales el visto bueno de la Corte, la cual se la pasa recibiendo amparos; se viene otro lío.