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8 de junio de 2023
in AUSTRAL, Opiniones
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Amenaza la división a Morena ante la sucesión

Ricardo del Muro/Ultimátum

La crisis de los par­tidos políticos y el voto de castigo (más de 30 millones de sufragios, el 53% del total), además de los escándalos de corrupción, fueron determi­nantes en el triunfo de An­drés Manuel López Obrador en 2018, pero ahora, ante una sociedad polarizada y de cara a la sucesión presidencial de 2024, más que la “oposición conservadora”, el mayor peli­gro para la continuidad de la Cuarta Transformación es la división de Morena.

En la antesala de su pri­mera sucesión presidencial, el reto de Morena es evitar las rupturas que provocaron las crisis del PRI y del PRD, por lo que López Obrador ha prometido que no recurrirá al “Dedazo” para imponer a un candidato y en la cena que el lunes tuvo con los aspirantes morenistas, también cono­cidos como las “corcholatas”, se erigió en un árbitro al es­tablecer algunas pautas para la sucesión.

Al día siguiente, Marcelo Ebrard madrugó y anunció su renuncia a la Secretaría de Relaciones Exteriores, a partir del próximo lunes, para buscar la candidatura de Morena. De esta manera, se adelantó a la reunión del Consejo Nacional de Morena convocada para el próximo domingo, en una jugada que tomó por sorpresa a todos los competidores, principalmen­te al grupo de su principal ri­val, Claudia Sheinbaum.

Entre las reglas fijadas por AMLO, según la nota que el periódico Reforma publicó en su primera plana, están que los aspirantes a la candidatura presidencial de Morena deberán renunciar de manera definitiva a sus cargos públicos antes del 15 de junio y que podrán hacer proselitismo entre el 15 de junio y la tercera semana de agosto “sin confrontaciones directas ni debates entre can­didatos”.

A finales de agosto se realizará una sola encuesta nacional y los resultados de­ben difundirse antes del 15 de septiembre. Las pautas también incluyen premios de consolación para el segundo y tercer lugar, evitar confronta­ciones y revisión de las casas encuestadoras.

López Obrador no se mostró sorprendido por el anuncio de la renuncia de Ebrard y, en la conferencia mañanera del miércoles, ex­plicó que ya “hay un proceso en puerta para elegir al can­didato o candidata a la Pre­sidencia”, además de reiterar que “estamos asistiendo a un hecho inédito, alguno nunca visto”, porque durante mucho tiempo, siglos, prevaleció el dedazo, el tapado, la imposi­ción del presidente.

Hubo un tiempo en que los priístas recomendaban la “disciplina partidista” y la re­signación frente al “Dedazo”, so pena de marginar y encar­celar a los rebeldes; los asesi­natos de Escobar, Serrano y Obregón en 1929, fueron el antecedente del PRI que fue el partido hegemónico has­ta 1988, pero no pudo evitar rupturas, en el contexto de la sucesión presidencial, como el movimiento Henriquista de 1951 y la Corriente Demo­crática de 1987, que sería el antecedente del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y, en consecuencia, del Movimiento de Regene­ración Nacional (Morena).

López Obrador tuvo la opción de retomar el control del PRD, un partido que di­rigió por casi tres años, entre 1996 y 1999. Pudo intentar imponerse sobre la tribu de los chuchos e impedir que se concretara la negociación del Pacto por México, firmado el 2 de diciembre de 2012 entre PRI, PAN y PRD (que hoy se ostentan como alianza opositora) para aprobar las “reformas estructurales” de Enrique Peña Nieto.

Optó por constituir en 2011 una asociación civil (Movimiento de Regenera­ción Nacional) que respaldó su candidatura presiden­cial en 2012, en una alianza (Movimiento Progresista) del PRD, PT y Movimiento Ciudadano, que logró quedar como segunda fuerza políti­ca, al obtener 15.8 millones de votos (13.6%), mientras que el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto tuvo 19 millones de votos (38.21% del total).

En aquellos años, López Obrador publicó su libro “la Mafia que se adueñó de Méxi­co”, donde afirmó que “que el candidato de las fuerzas pro­gresistas de México debe ser el que esté mejor posiciona­do; es decir, el que tenga más aceptación entre la gente”.

Su principal contrincante por la candidatura fue Marce­lo Ebrard, también militante del PRD y que gobernaba la Ciudad de México, a quien López Obrador calificó co­mo un “político excepcional (que) no se ha dejado llevar por el canto de las sirenas” y con quien llevaba “una buena relación y nuestros adversa­rios no han podido separar­nos”.

Aunque advirtió: “Es muy difícil que en política, cuando se compite por el mismo cargo, se mantengan las lealtades. Sin embargo, con mucha responsabilidad, desprovistos de ambiciones personales por legítimas que sean y poniendo por delante el interés general, estamos haciendo un esfuerzo por mantenernos unidos”.

ricardodelmuros@hotmail.com

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