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Transformación de la narcoviolencia

17 de julio de 2023
in Editorial
Transformación de la narcoviolencia
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La transformación de la vio­lencia puede ya no sorprender en muchos estados en que el crimen es el paisaje cotidia­no. Sin embargo, la fuerza beligerante y el poder real de los grupos crimina­les en ciudades y territorios apuntan a un salto cualitativo de sus estrategias para penetrar a la autoridad política y someter comunidades hasta hacerlas indeseables para sí mismas o expulsar a su población.

Las representaciones del poder de la fuerza criminal la última semana en Chilpancingo, Tlajomulco, Toluca, Co­lima o Nayarit no son de un mundo dis­tópico, aunque así parezca por el terror e inseguridad que crean para intimidar a la gente. Tampoco se explican sólo por la agudización de la lucha de los “malos” por el territorio, como suele decirse para exculpar a la seguridad de un problema, como si fuera ajeno a la sociedad. Pero no, son el resultado de la alienación de la violencia de una guerra que se extiende en el país deshumanizándolo, como en esas historias de ficción, con 100 asesi­natos promedio al día.

La guerra que inició Calderón no ha parado en Chiapas ni sus miles de desplazados ni la incesante violencia de Guerrero y atentados en Jalisco. Por el contrario, se extiende del norte al sureste, donde ahora están las ma­yores obras del gobierno. El modelo de la narcoviolencia se replica de un estado a otro con impacto devastador para comunidades sometidas por sus fuerzas beligerantes a vivir y trabajar en la economía del crimen, y a merced de narcogobiernos obligados a negociar con el terror y acatar sus reglas, como se desprende del reciente video de la alcal­desa de Chilpancingo con un capo local.

El clima de terror es señal inequí­voca de la transformación de la violen­cia de la “ley del narco” para imponer su control, sin que el mundo político pueda restablecer el “imperio de la ley”. La interrogante es si podrá resistirse a negociar con el terror o ceder a la movilización de las bases sociales del narco para salir del laberinto de una situación de violencia insostenible ya en muchas regiones, aunque el Presi­dente diga que el narcoestado es cosa del pasado. López Obrador escapa de la cuestión rechazando que en el país haya terrorismo, con la idea de que los criminales no persiguen fines políticos ni destruir el orden establecido. Pero las formas que adopta la violencia y sus complejas amenazas obligarían a ma­tizar esas afirmaciones ante el evidente control social que tienen sobre las co­munidades o el ataque directo contra el poder político para generar alarma y desestabilización.

La toma de Chilpancingo el pasa­do 11 de julio por unas 5 mil personas movilizadas por el grupo criminal Los Ardillos para exigir la liberación de dos de sus líderes, es una demostración del significado que tiene para ellos mante­ner el orden. Su pretensión no es sub­vertirlo, dado que tienen el control de la economía local y a las comunidades sometidas a la fuerza. Si bien no es algo nuevo que el narco tenga bases sociales, adoptar las formas de la movilización popular para la puja de sus intereses los sitúa en una posición política distinta de la vida pública. Y a eso se le puede lla­mar, o no, hacer política, pero en ningún caso desestimar que no sirva para eso, como prueba la penetración del crimen en las alcaldías de Guerrero o Michoa­cán, y antes, en otros estados del norte.

El atentado con explosivos contra agentes municipales y la Fiscalía de Jalisco es otro ejemplo de estrategias violentas dirigidas a intimidar al poder político con algún propósito, en este caso, criminal. El mayor aliciente es que sus acciones son efectivas para sembrar terror y exhibir la debilidad de los go­biernos para guardar el orden y acallar cualquier discurso de que los delitos es­tán bajando o que no hay problemas con la estrategia de seguridad. La diferencia entre controlar o no la violencia, es la política. Por eso los alcaldes, síndicos, policías ministeriales y de la GN son también objetivos de las balas y bombas del crimen, aunque en esto no se quiera ver una lucha por el poder. La política no sólo sirve para construir la utopía de un mundo sin violencia ni crimen; también conduce a su contrario cuando la narcopolítica ocupa su lugar y toma el orden como rehén o lo somete a sus intereses.

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