Hemos vivido en la polarización. Las diferencias económicas son manifiestas y si bien a veces absurdamente las colocamos en una especie de forma de ser, es evidente que son un problema lacerante.
Así hemos vivido por décadas y hemos visto cómo la clase política promete cambios profundos, los cuales nunca llegan. Se habla de las diferencias sociales y se habla de la búsqueda de revertirlas cada seis años como una especie de machote que busca el voto.
López Obrador ha sido uno de los presidentes que más énfasis ha puesto en enfrentar las diferencias sociales. Su lema de campaña “primero los pobres” tiene la virtud y convicción que ha llevado a que en el país construyamos una forma diferente de ver quiénes somos.
La pobreza es uno de los elementos que nos tienen más polarizados. Vivimos en un entorno en que sigue existiendo una constante: los ricos son cada vez más ricos y cada vez son menos, y los pobres son cada vez más pobres y lo más grave es que cada día viven en condiciones de mayor adversidad. López Obrador ha provocado una importante toma de conciencia, pero hasta ahora no hay elementos para que podamos tener un indicador seguro de que se va revirtiendo la pobreza.
La confrontación y polarización tienen en la concepción de país otro de sus ejes. Sin duda el más trascendente es el que tiene que ver con las diferencias económicas existentes; sin embargo, la concepción del país nos está colocando en los últimos años en divisiones aún mayores, porque lo que hay de fondo es lo que queremos para la sociedad mexicana y en esto es que cada vez surgen más diferencias de cómo enfrentar el futuro que desde hace tiempo está entre nosotros.
Si nos atenemos a lo que indican los procesos electorales y las encuestas, la polarización tiene al Presidente y a Morena como elementos hegemónicos. Hay una sistemática confrontación en los medios y las redes, que en sentido estricto no alcanza al grueso de la población y, sobre todo, a la base social que el Presidente se ha construido.
Difícilmente, López Obrador alcanzaría de nuevo 30 millones de votos, pero también es cierto que mantiene un alto nivel de popularidad y que sigue siendo el factor de esperanza y confianza entre millones de ciudadanos.
Estamos viviendo la radicalización del discurso. No sorprende porque se veía venir, lo que sucede es que a lo que está llevando es a que la confrontación se agudice y no haya elementos de entendimiento que establezcan las reglas para la civilidad.
Las diferencias no van a cambiar ni se pide que esto suceda. Lo que sí está ante nosotros es una confrontación, que por más que tenga fuerzas hegemónicas, nos coloca en la intolerancia de uno y otro lado.
El Presidente se inconforma porque asegura que es el más atacado de la historia. Puede que tenga razón, pero también es cierto que nunca habíamos tenido aparatos de comunicación como los que tenemos ahora y sin pasar por alto que él mismo no sólo se defiende, sino que también ataca.
El entorno determina las acciones ciudadanas. Los fanatismos tienden a rebasar a los dirigentes. Se actúa en la irracionalidad con base en una lectura distorsionada e interesada.
El discurso provoca reacciones y más cuando nos sabemos diferentes, confrontados con ambientes polarizados. No hay manera de conocer cómo pueden reaccionar los ciudadanos que siguen una causa y más cuando la pasión se desborda de la mano de la irracionalidad.
El entorno nos coloca bajo riesgos. Urge la civilidad y la madurez de quienes dirigen nuestra sociedad. Nos están rodeando de manera cada vez más delicada nuestras diferencias.
Lo que es un hecho es que las responsabilidades se reparten en alguno y algunos y al final en todos.