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A ESTRIBOR

30 de octubre de 2023
en A ESTRIBOR, Opiniones
A ESTRIBOR
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El Desastre

Juan Carlos Cal y Mayor/Ultimátum

Un 19 de septiem­bre de 1985 yo regresaba casi al alba de una jorna­da larga preparando una tarea que nos había encomendado uno de nuestros maestros de la facultad de derecho. Llegué por instrumentos a dormir al departamento de mi abuela, donde yo vivía, en un séptimo piso en la Colonia del Valle en la Ciudad de México.

Comenzaba a dormitar justo antes de la 7 de la maña­na cuando sentí un estrepitoso movimiento que me levantó como rayo. Quise correr y vi a mi abuela debajo del marco de la puerta de su recamara. El terremoto seguía y pude obser­var como la pared entre la sala y el comedor se cuarteaba en forma diagonal. Pasa uno de la sorpresa al miedo, incluso a esperar una fatalidad ante la imposibilidad de bajar 7 pisos por las escaleras.

EL SISMO

El sismo de 1985 inició a las 07:17 horas y alcanzó una magnitud de 8.1. Se estima que tuvo una duración de cua­tro minutos que parecieron eternos. No había ya señal de teléfono o celulares que aún no existían, tampoco señal de televisión. La torre de Televisa se había derrumbado y apenas alcanzaron a salir las personas incluyendo a los comentaristas de canal 2, Lourdes Guerrero y Guillermo Ochoa que transmi­tieron en vivo el suceso hasta que se perdió la señal.

INCERTIDUMBRE

Nada sabíamos en reali­dad respecto a la dimensión de lo que acababa de suceder. No era como ahora con las redes sociales, donde todo se sabe al instante. Me fui a esas horas a curiosear a una plaza comer­cial cercana y me extraño ver algo que ahora conocemos co­mo “compras de pánico”. Mas tardé se restableció la señal de televisión y comenzamos a ver las imágenes de un sin­fín de edificios derrumbados algunos de ellos icónicos. El edificio Nuevo León de Tla­telolco, el Centro Médico, el Hospital Juárez o el conocido hotel Regis. Por la tarde me fui a mi clase a la Universidad (que locura) porque con tres faltas perdías del semestre.

VOLUNTARIOS

Ahí con mis compañeros comentamos lo que nos tocó vivir a cada uno. El maestro no impartió clases, nos dijo que se necesitaban voluntarios pa­ra acudir en auxilio y yo, muy orondo, di un paso al frente. Solo lo hicimos 5 de unos 35 alumnos y pusimos manos a la obra. Había que acudir al centro médico a evacuar a los sobrevivientes. Varios pisos y las instalaciones derruidas, yo pensaba, a punto de colapsar. Evacuamos a los pacientes en cosa de dos horas. Éramos cientos de ciudadanos y unas pocas autoridades. Yo, un cha­maco de 19, sin saber dónde estaban mis compañeros y sin la menor idea de cómo regresar a casa temeroso de que volviera a temblar.

A esa edad uno no mide el peligro. Las televisoras servían como medio de comunicación al interior del país donde todo el día se anunciaba “la familia tal de tal estado se encuentra bien” y así. Yo tarde casi dos semanas en hablar con mis padres, aun­que creo que ya tenían noticias de que estábamos bien.

AYUDA A LA POBLACIÓN

En los días subsecuentes me dediqué a llenar garrafo­nes, aplicando purificador, porque escuchamos por la radio que faltaba agua para consumo humano en muchas partes de la ciudad. Pusimos una cartulina en el frente de mi auto Caribe modelo 80 que de­cía “AGUA” y nos dirigimos al Eje Central “Lázaro Cárdenas” para llegar al centro. Había derrumbes por todas partes e infinidad de polvo. Personas empanizadas que ayudaban en las labores de rescate de quie­nes se encontraban atrapados entre escombros. No existían chairos ni fifís. La gente sos­tenía letreros en cartulinas pi­diendo “AGUA”. Ahí parába­mos y regresábamos a la carga hasta que nos llegaba la tarde.

NUNCA SE SUPO

Uno de esos días pasé por lo que era entonces un esta­dio de Beisbol a un costado del Viaducto. Despedía en su entorno un fétido olor y des­pués supe que se trababa de muertos que fueron apilando sobre el diamante -la cancha pues- para identificarlos o que los pudieran identificar sus fa­miliares para darles cristiana sepultura. Fue una tragedia. Nunca se supo con exactitud cuantos perecieron. Por eso re­gresé a Chiapas y preferí con mis padres ir a concluir mi ca­rrera en Guadalajara.

LA LECCIÓN

El gran aprendizaje fue vivir el instinto solidario de miles de mexicanos distintos a eso que tanto se habla aho­ra y nos divide. Adversarios, conservadores, racismo, cla­sismo, preferencias sexuales o religiones, nada de eso im­portaba ni sembraba alguna inquina entre quienes salimos a las calles para salvar y apoyar a las familias devastadas por el terremoto. Fue tanta la parti­cipación que las autoridades civiles y militares fueron reba­sadas. Estaban ahí revueltos entre los demás.

ALGO SUCEDIÓ

Algo sucedió ya en el mun­dial de futbol de “México 86”, porque la rechifla al entonces presidente Miguel de la Ma­drid, durante la inauguración fue brutal. Fue 1988 cuando comenzó la caída del todopo­deroso PRI. Salinas obtuvo un triunfo contra Cuauhtémoc Cárdenas duramente cuestio­nado triunfo que unificó a toda la oposición. El Gran Maquío Clouthier, Rosario Ibarra de Piedra, todos del brazo protes­tando por la famosa caída del sistema de Bartlett que dejó un tufo a fraude.

De ahí provino el naci­miento del PRD y los prime­ros triunfos de la oposición en las gubernaturas. Ernes­to Ruffo en Baja California y García Medina como sustituto en Guanajuato compensando la burda elección de Ramón Aguirre Velasco contra Vicente Fox. Después el cierre caótico del sexenio con el magnicidio de Luis Donaldo Colosio. Que pocos años después dio inicio a la transición con el arribo de Fox a la presidencia y Cárde­nas como jefe de Gobierno de la Ciudad de México.

SIN PLAN DN-III

Ahora que observo la in­calculable devastación en el puerto de Acapulco, recuerdo aquella experiencia. En el 85 no hubo rapiña y ahora sí. El presidente por alguna inex­plicable razón quedó atascado en un vehículo militar y aun­que fue solo por un momen­to habría sido más útil viajar en helicópteros con parte de su gabinete para encabezar e instruir como jefe de estado las labores de auxilio, rescate, aprovisionamiento y recons­trucción. El PLAN DN-III brilló por su ausencia.

ACOPIO

El presidente anunció que solo el gobierno podrá distri­buir el acopio de víveres y en vez de mandar a marinos, militares y guardia nacional, envió a 400 Siervos de la Nación a levantar censos, aunque no tienen nin­guna capacitación para este ti­po de sucesos. La gobernadora del estado brillo por su ausen­cia en las horas difíciles. Ahora se sabe que los militares están cometiendo abusos confiscan­do la ayuda a quienes volunta­riamente lo están intentando.

SIN FONDEN

Horas después y al día si­guiente del huracán, las escenas eran dantescas. Eso sí, el presi­dente anunció en la mañane­ra que según las encuestas su popularidad sigue firme. Él es la luz del mundo y está más pre­ocupado por la reelección de su transformación. No tiene ahora de dónde disponer de recursos inmediatos porque se le ocurrió desaparecer el Fondo Nacional de Desastres que se creó preci­samente para eso. “Antes se lo robaban” y ahora no? Vivimos el reinado de la improvisación y de las ocurrencias. De la ineptitud y la frivolidad con que preten­den minimizar el desastre para que nadie lucre políticamente, solo ellos. Es la enfermiza ob­sesión por la permanencia de ese mazacote llamado Cuarta Transformación a la que toda­vía hay quienes.

jccymf@yahoo.com

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