Las elecciones del año que entra son un termómetro más para saber si efectivamente el Presidente y su Gobierno no son como los de antes. Cada vez que puede López Obrador asegura que son diferentes. Lo enfatiza porque trata de mostrar que el pasado es lo que tiene al país bajo la adversidad; la corrupción y pobreza son elementos centrales en su narrativa. A pesar de que han pasado cinco años, el discurso sigue teniendo al pasado como el mal endémico sin tomar en cuenta que muchos asuntos ya están en la ventanilla del Presidente y su Gobierno. Seguir con la idea de que el pasado es el eje de todos nuestros problemas, como lo hacen el tabasqueño y los gobernadores morenistas, es evadir la responsabilidad sobre lo que ha pasado estos años. El discurso les ha dado resultado a los gobernadores y quienes cuando son cuestionados encuentran también en los gobiernos anteriores la justificación de sus incapacidades. En algunas entidades se intensifica la narrativa para buscar, a como dé lugar, responsabilidades en los otros.
Tarde que temprano algunos gobiernos tendrán que rendir cuentas por sus muchos problemas que no pueden seguir bajo la cantaleta del somos diferentes y es culpa del pasado. En estados gobernados por Morena como Morelos, Veracruz, Zacatecas, Sonora, Sinaloa, Colima entre otros, la ciudadanía puede pasarles la cuenta, entendiendo que a estas alturas todavía la fortaleza del Presidente les da para sobrevivir y para tener capacidad de maniobra, es su tablita de salvación. En los últimos años hemos visto cómo una buena o mala gobernabilidad no necesariamente determina el resultado electoral.
Hemos visto también cómo son derrotados candidatos del mismo partido que el gobernador en turno, a pesar de que éstos tengan altos niveles de popularidad. Poco a poco se ha ido perdiendo el efecto de echarle todas las culpas al pasado. La razón es que el país ya tiene la experiencia de la gobernabilidad de Morena y el Presidente y se va teniendo una idea de hasta dónde llegan las capacidades de las y los gobernantes. Las elecciones del año por venir nos van a demostrar qué tanto el Gobierno de López Obrador es efectivamente diferente a los del pasado. Algunos indicadores recientes mostraron que si algo quería el Gobierno es tener las manos metidas en el proceso.
Las reformas al INE, más allá de buscar la austeridad, mostraban en algún sentido el intento de control de los aparatos de Gobierno. El tema no prosperó por la movilización ciudadana lo que llevó a toda una serie de intentos colaterales como el llamado Plan B y ahora el Plan C, que no es otra cosa que pedirle a la ciudadanía votar por Morena para ganar el Congreso para tener la mayoría calificada. Las críticas al INE y la TEPJF caminan también por este rumbo. Al buscar evidenciar el papel de los órganos autónomos electorales lo que se busca es ponerlos en evidencia más allá de un tema estrictamente de dineros. El Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) se ha convertido en otro inquietante indicador, que a decir de algunos, perfila el uso de los dineros para lo que eventualmente puede ser una elección de Estado. La discrecionalidad con la que se manejan los dineros al no estar etiquetados, puede llevar a un manejo carente de transparencia, lo cual en algunas obras emblemáticas ha sido una constante. En la elección del 2024 veremos si efectivamente no son como los de antes. Por lo que se ve en estos prolegómenos hay más dudas que certezas.