Trump está acostumbrado a destruir y humillar a sus contrincantes y, así como no acepta la derrota, tampoco acepta victorias a medias como ocurrió frente a Haley.
Trump explotó en furia después de su victoria sobre Nikki Haley en Nuevo Hampshire. Y la razón de este exabrupto es que no logró pulverizarla, como sí ocurrió en Iowa en donde el fúrico orate logró darles una paliza a De Santis y a Haley en los caucus de ese pequeño estado rural. Trump está acostumbrado a destruir y humillar a sus contrincantes y, así como no acepta la derrota, tampoco acepta victorias a medias como ocurrió frente a Haley. Trump se puso furioso después de que la exgobernadora de Carolina del Sur declarara que seguiría compitiendo en las primarias, lo cual le impedirá, por el momento, concentrarse exclusivamente en sus ataques al presidente Joe Biden, hasta ahora candidato único por parte del Partido Demócrata. Desde el 6 de enero de 2021, cuando las bases trumpistas auspiciadas por él asaltaron el Capitolio, Trump se ha ido apropiando del Partido Republicano, logrando que su dirigencia, sus senadores y diputados, así como sus gobernadores y una sustanciosa base social lo apoyaran, generando un fenómeno nunca visto en la historia política moderna de Estados Unidos: Trump encabeza un movimiento político, que antes fue social, que ya ha permeado las estructuras del conservadurismo estadunidense, localizado esencialmente en las entrañas del republicanismo y en diversos órganos y organismos político-sociales que han quedado sujetos a su discurso extremista y populista. A diferencia del neoconservadursimo de los tiempos de Reagan y los de Bush, esta nueva versión de conservadurismo populista es antidemocrático y con una clara inclinación autocrática.
Así las cosas, en Nuevo Hampshire no hubo sorpresas (excepto que Trump no arroyó y esto ya es mucho: 54.8% contra 43.2% de Haley) y, salvo que Haley pudo decir que salió viva de la contienda y volverse, aunque débil, una alternativa a Trump en un Partido Republicano que, aunque en lo general ve inclinadas sus principales estructuras partidistas hacia el trumpismo, acusa de una falta de consenso totalmente homogéneo entre personeros y magnates que consideran que Trump es un serio peligro para la democracia estadunidense, siguiendo con esto con la postura de republicanos moderados que se oponen a Trump, como Mitt Romney, exgobernador de Utah. Que Haley no haya tirado la toalla, desalentó y amargó en alguna medida la fiesta del ocioso magnate, acostumbrado al discurso altanero cuando de sus contrincantes y sus causas se trata. No en balde la campaña de Haley se preguntaba, después de las iracundas declaraciones del magnate: “Si Trump está en tan buena forma, ¿por qué está tan enfadado?”.
La reacción airada del magnate empresarial habla de su relativa decadencia política y emocional en un momento en que los juicios en su contra y las presiones afrontadas en la contienda primaria lo tienen bajo una presión excesiva. Ciertamente también se debe a su carácter iracundo, que lo lleva a actos exóticos de autoritarismo ya conocidos en su carrera político empresarial desde hace mucho tiempo. Según algunos análisis, el republicanismo tradicional que Haley representa se resiste a morir (aunque hay que decir que Haley no está tan lejos de las posturas reaccionarias de Trump, su diferencia radica en que Haley no es tan extremista en temas como la política exterior). Su debilidad es, de todas formas, una señal de que no quiere entregar los restos antes del naufragio definitivo. Por eso Haley ha señalado que las primarias son, ante todo, una elección y no una coronación, como pretenden los trumpistas dentro y fuera del Partido Republicano. El propio Trump mantiene una postura hegemonista a la que lo han acostumbrado sus seguidores, de aquí sus arrogantes impulsos monárquicos. Así las cosas, Haley resiste y, con ella, mantiene viva una alternativa conservadora al trumpismo. Al tiempo que se mantiene como un actor político en reserva en las filas del republicanismo, por si las dificultades judiciales que afronta Trump le llegaran a complicar la candidatura y eventualmente hubiera que pensar en una operación salvamento.
Hasta el momento, los escenarios democráticos estadunidenses y mundiales se ven inciertos y todavía queda un largo camino por recorrer. Lo que sí es verificable es que si Trump llegara al poder de nueva cuenta (Trump, anciano él mismo, le pelearía la presidencia a otro anciano, ambos con serios problemas de senilidad) arrojaría por los aires cualquier entendimiento civilizado sobre los graves problemas de nuestro tiempo, como las migraciones, las guerras en Ucrania y Gaza, el crimen organizado, el terrorismo internacional, el cambio climático y el conflicto entre potencias, entre muchos otros desafíos del multilateralismo.