Se respiraba la euforia por la decisión histórica del presidente Andrés Manuel López Obrador para plasmar su “humanismo mexicano” en la Constitución.
Anoche, Palacio Nacional vivía un ambiente de claroscuros. Se respiraba la euforia por la decisión histórica del presidente Andrés Manuel López Obrador para plasmar su “humanismo mexicano” en la Constitución pero también la nostalgia de saber que la aprobación de esas 20 reformas serán la última gran batalla legislativa de AMLO que no concluirá desde el Poder.
López Obrador decidió, como lo ha decidido a lo largo de todo su sexenio, recurrir al simbolismo político y por eso desde el Antiguo Recinto Legislativo de Palacio Nacional lanzó un mensaje a adversarios y aliados en el que, a punto de que inicie la competencia formal por su sucesión, advirtió la continuidad a su proyecto de nación, al suyo, al de la 4T.
Me dicen que anoche el Presidente estaba feliz, tranquilo y satisfecho; pero que todo el Gabinete tenía claro que será muy difícil ganar esta batalla antes de que termine su mandato; advertían que la construcción de acuerdos para aprobar las iniciativas presidenciales estarán bajo la amenaza de ser dinamitadas tanto por la oposición —que es su papel— pero también por los aliados de la 4T.
Aún así, la instrucción desde la casa presidencial —me comentan— es que Ignacio Mier (leal a Marcelo Ebrard) haga lo necesario e incluso que Ricardo Monreal también opere desde el Senado para sacar adelante “las reformas del humanismo”, pero involucrando además a los operadores que designe Claudia Sheinbaum; a la titular de SEGOB no la ven operando.
Así pues, López Obrador determinó anunciar su decisión de llevar el modelo del “humanismo mexicano” a la Constitución lejos de la gente, sin invitados, sin políticos ni gobernadores, sin embajadores ni hombres de negocios… sin los presidentes de los Poderes Legislativo y Judicial… lo hizo así: para que sus adversarios y aliados lo leyeran y lo leyeron.
Elección de jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial; eliminación de órganos autónomos; revertir el sistema de pensiones; desaparecer legisladores plurinominales, que consejeros del INE sean electos por voto popular y gastar menos en partidos; garantizar una atención médica integral y revertir la privatización del sistema ferroviario del país.
Además ratificar su decisión de trasladar la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena); establecer en la Constitución que ningún funcionario pueda ganar más que el Presidente; que las becas para jóvenes, principalmente pobres, personas con discapacidad y ancianos se mantengan en la Constitución; garantizar casa propia a trabajadores.
Y otros temas que deben ser analizados a fondo por el impacto en diversos agentes de producción: prohibir el maíz transgénico; agua sólo para uso doméstico; que indígenas y afrodescendientes tengan más influencia en toma de decisiones; salario mínimo por encima de la inflación anual; prohibir vapeadores.
Hay otros temas que de plano retratan la decisión del Presidente de llevar su legado a la carta Magna: dar continuidad a programas como “Jóvenes Construyendo el Futuro” y “Sembrando Vida”.
Así la última gran batalla legislativa que ha decidido dar el Presidente, con una oposición intransigente, que ha determinado en plena sucesión presidencial, no dejar pasar una sola iniciativa de López Obrador para llevar a la Carta Magna su modelo de nación: “el humanismo mexicano”.