Muchos mexicanos no apoyan el continuismo de la 4T y temen que arruine al país.
✍?Ricardo del Muro
AAAhí viene la Cuarta Transformación -dice el jingle del PT -, con este ritmo que está sabrosón, unidos en una revolución que México lindo merece hoy. Aunque, si de canciones se trata, sería mejor recordar al gran José Alfredo, porque la 4T, de acuerdo a lo que prometió López Obrador en 2018, está por llegar y llegar, y no ha llegado.
Y qué decir de la Paloma, en la interpretación de Eugenia León, convertida en himno de Morena, que emocionó hasta las lágrimas al presidente, al escucharla en su cumpleaños 68: “porque la Cuarta Transformación la llevo en medio del corazón, ay palomita, ayer y hoy dale un abrazo de corazón al presidente de la nación, Andrés Manuel López Obrador”.
Pero más allá de políticos melosos y añejas canciones, al borde de la cursilería, cuando arrancó el gobierno de López Obrador, el primero de diciembre de 2018, muchos se preguntaban y se preguntan todavía, hasta dónde llegará el cambio anunciado en la llamada “Cuarta Transformación”.
El presidente ha tenido claro, desde el primer momento, que su proyecto social y político trascendía los límites sexenales. López Obrador entiende que generar e instalar un cambio de la magnitud que pretende la 4T no es algo que vaya a conseguirse en un lapso de seis años. Si iba a ser, su proyecto tenía que ser transexenal, señala Jorge Zepeda Patterson.
Por consiguiente, ha desplegado enorme atención y esfuerzo para asegurar la continuidad al final de su periodo, mediante el triunfo de su partido al menos por un sexenio más.
Sostener el apoyo popular; pintar el territorio con el color de Morena; eliminar un medioambiente que considera hostil en la legislación y en los organismos electorales; anticipar precampañas, construir precandidatos sólidos, han sido las piezas sustanciales de esta estrategia, afirma Zepeda Patterson en su libro sobre la sucesión de 2024.
La “Cuarta Transformación” – escribe Lorenzo Meyer (2021) – no ha ofrecido cambiar el modo de producción del régimen, sino algo menos radical, aunque no por ello menos importante: eliminar los aspectos socialmente más dañinos del régimen neoliberal vía una lucha contra la corrupción endémica, así como dar al sector público la centralidad que había perdido para llevar a cabo políticas en beneficio de los grupos más dañados por las deformidades de la estructura social mediante acciones redistributivas y de expansión de los servicios públicos.
Sin embargo, el proyecto de “continuidad con sello propio” que ofrece la morenista Claudia Sheinbaum, que tiene elevadas posibilidades de relevar a López Obrador en la Presidencia, no sólo debe continuar las obras inconclusas de gobierno saliente, sino que, sobre todo, necesita corregir sus errores, que se observan en las políticas fallidas de seguridad, salud, educación y comunicación social, entre otras.
La polarización que se observa en las redes sociales y en los medios de comunicación, así como la multitudinaria marcha ciudadana del domingo 18 de febrero, que reunió en el Zócalo de la Ciudad de México entre 90 mil y 700 mil personas, muestran que muchos mexicanos no apoyan el continuismo de la 4T y temen que arruine al país.
Desde el arranque, el proyecto de López Obrador enfrentó fuertes resistencias y críticas. Roger Bartra, publicó un artículo en Proceso, en septiembre de 2019, donde lo calificó como “un peculiar retropopulismo” que “quiere regenerar supuestas bondades de un orden previo al pecado neoliberal”.
Y Enrique Krauze, de plano, bautizó a López Obrador como el “mesías tropical” (2006) y criticó al “presidente historiador” en Letras Libres (enero de 2019), donde señaló: “López Obrador aspira a ser como Juárez, Madero y Cárdenas, pero sus actos perfilan otro modelo político, otra biografía del poder: mandar desde el principio, encabezar un régimen unipersonal y autoritario, centralizar el mando del país, no compartir el poder, ser el gran elector …”
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