Los riesgos de los dichos de López Obrador no alcanzan a tener una explicación ni razón bajo los escenarios que estamos viviendo.
Le guste o no al Presidente, sabe la importancia que tiene el INE como árbitro del proceso electoral. También sabe que en la medida en que lo esté atacando y desacreditando lo único que provoca es un efecto expansivo que lleva a un sistemático cuestionamiento al proceso electoral con todas las secuelas que esto tiene.
El viernes pasado nos referíamos al tema del golpe de Estado técnico que el Presidente ha mencionado ante cualquier pretexto. Para López Obrador podría preparase un golpe de Estado técnico, porque las instituciones se estarían colocando del lado de la oposición y serían parte de una acción concertada para que en caso de que gane el oficialismo sea impugnado. A pesar de que sin la menor duda los organismos autónomos merecen una gran cantidad de cambios, es claro que la próxima elección podrá transitar de manera positiva con los instrumentos y reglas que hoy tenemos, muchas de las cuales fueron diseñadas a partir de exigencia de la oposición hoy en el poder.
Lo del golpe de Estado coloca a las instituciones en entredicho, porque lo que provoca entre la gran cantidad de seguidores del Presidente es que ese efecto expansivo pueda colocar en el imaginario colectivo la idea de que las instituciones toman partido y ante la eventualidad de un resultado adverso éste sea impugnado más por los dichos presidenciales que por el resultado mismo.
Los riesgos de los dichos de López Obrador no alcanzan a tener una explicación ni razón bajo los escenarios que estamos viviendo. Los riesgos más que estar en el desarrollo del proceso electoral están en lo que provocan las declaraciones presidenciales.
Las críticas se han venido expandiendo particularmente entre las y los candidatos de Morena y obviamente en el partido mismo. La candidata del Presidente se ha dedicado estos días a seguir la misma línea del Presidente en este tema, con todo y que pondera consistentemente la gran ventaja que lleva en las encuestas.
El inicio formal de las campañas ya nos van dando una idea de por dónde existen propuestas serias y posibles de gobierno y por dónde lo único que se intenta es desacreditar a quien tienen enfrente como adversario. Veremos en el corto plazo si los aspirantes de Morena tienen un buen número de casos, llevan ventaja, según las encuestas, logran consolidar su proyecto.
Va a ser difícil que en algunas comunidades prevalezca la civilidad política. Los innumerables casos de violencia política son la manifestación más acabada de los ataques de grupos políticos y delincuenciales. Por ningún motivo puede pasar por alto el hecho de que haya cada vez un número mayor de partidos políticos que han optado por no presentar candidaturas.
Es cierto que está mucho en juego, pero también es cierto que la actividad política se ha convertido en escenario de confrontaciones en que difícilmente se establece la civilidad y la posibilidad de debate. Estamos en buena parte del país en medio de estados de ánimo alterados junto con la búsqueda del descrédito del otro para desarrollar las campañas.
A menudo sucede que conocemos más sobre las confrontaciones entre los aspirantes que lo que piensan y proponen sobre un proyecto de gobierno y, sobre todo, elementos que quieran poner en práctica para beneficio de la ciudadanía.
Echadas a andar las campañas el Presidente sigue siendo el centro. Todo lo que dice trasciende. Su candidata hace un seguimiento diario de los temas de la mañanera. López Obrador seguirá atacando a los institutos electorales autónomos.
Nuestras calles, las redes y los medios de comunicación se encargarán de que no haya otra cosa en el imaginario colectivo que las campañas políticas. Es el tiempo de los políticos, pero quizá más bien debiera ser el tiempo de los ciudadanos.