En tiempos idos Tuxtla llegaba hasta lo que hoy conocemos como la 16 calle oriente y por el poniente, hasta la Cruz Blanca. Pero sabes tú ¿Dónde estaba esta cruz?
✍🏽Alejandro Sánchez
La capital de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, como todo pueblo, tiene leyendas y esta es una de ellas. En tiempos idos Tuxtla llegaba hasta lo que hoy conocemos como la 16 calle oriente y por el poniente, hasta la Cruz Blanca. Pero sabes tú ¿Dónde estaba esta cruz? Al respecto, la Revista Chiapas número 7 de octubre de 1949, publicó el siguiente artículo, que entre otras cosas, dice:
“Existía al Poniente de esta ciudad, en la falda boreal de La Lomita y a la vera del camino de salida para Arriaga, un bloque de ladrillos revestidos de mezcla que la patina del tiempo había ennegrecido con una especie de astabandera que tal parece que fuera un dedo señalando la comba del firmamento. Al pie de este bloque que hasta hace poco se conservaba tirada otra pieza de madera igual y también, como aquel, ennegrecido y carcomido por las lluvias. Estas dos piezas de madera formaron una cruz que la fobia del fanatismo trató de destruir.
Este lugar, es conocido todavía por La Cruz Blanca, pues en ayer ya muy lejano marcó la entrada a la población y hasta hace poco tiempo era objeto de cariño por parte de los “naturales” o gente del pueblo que le adornaba constantemente con ofrendas de flores silvestres como el sospó, el tiziqueté, cumajopó, cogollos de hachin y otras muchas.
Esa cruz tiene su leyenda. Me la contó un indio viejo, una tarde de marzo en qué al pie de la cruz, sentado en una piedra, limpiándose el sudor de su surcada frente, descansaba de sus labores diarias teniendo a su lado un tercio de leña.
Esto era señor, empezó diciendo, un pueblo llamado San Marcos Tuxtla, pueblo chiquitín, que sentaba sus casitas de paja al margen del río “Sabinal” y “La Lomita”. Muy pocas eran sus casitas y también muy poca gente. El gobierno estaba en San Cristóbal y hasta aquí no llegaban más que por casualidad los ladinos. Vivían, pues, los lugareños en santa paz y nunca les faltaba el que comer diario.
Una noche, como a la oración, bajó un temporal que ya había durado algunos días, apareció a la puerta de una casa en que vivían dos viejos, una mujer blanca como la nieve y linda como la Virgen que llevaba en su collar. Iba toda mojada y con los pies llenos de lodo y de espinas que la hacían sangrar. Los dueños de la casa le dieron posada y la viejecita le sirvió un plato de frijoles unas tortillas saliendo el comal y su jícara de pinol que comió con muchas ganas.
Al día siguiente, fue de gran sorpresa, pues no se cansaban de admirar la belleza sobrenatural de aquella mujer que si no hablaba el dialecto (soque) se hacía entender con sus sonrisas que parecía un ángel y sus ojos soles. Toda ella inspiraba amor y confianza…”
Continuará.