Esta es la leyenda de la Cruz Blanca que hace muchos años fue derribada al construirse nuevas casas. Sólo el recuerdo quedó.
✍?Alejandro Sánchez
Nadie supo de dónde venía. Sus pies tan maltratados, indicaban que había caminado mucho, pero al poco tiempo aquella mujer, casi una niña, hablaba el dialecto (soque) tan bien como los naturales y enseñaba a los niños y a los grandes, oraciones que nunca habían oído.
Pronto La Blanca, como todo el mundo le decía, porque jamás se supo su nombre, era la providencia del caserío. No había enfermo que no recibiera de aquellas blancas manos, si no el alivio a sus males, si el dulcísimo bálsamo de su voz de ángel, siempre persuasiva y consoladora, por lo tanto, la querían con fanatismo.
Pasó mucho tiempo La Blanca entre los indios, consolándolos, curándolos y enseñándolos a rezar y a sufrir con santa resignación de la que era ella un ejemplo. Presto aprendió a teñir con añil y a tejer telas de algodón que servía de vestido a los lugareños, arte que enseñaba a todos los que querían. Aquella mujer bajada del cielo, como ellos decían, era la bendición del pueblo.
Apareció entonces una epidemia de viruela que cundió con tal rapidez qué en pocos días, eran pocos los que no estaban atacados del mal. La Blanca no descansaba de día ni de noche, para ir a cada casa llevando a unos las medicinas que a muchos salvo la vida; a otros, alimentos y vestidos que necesitaban.
Todo el que escapó del fatídico mal, lo debió a sus medicinas y cuidados maternales; y cuando había calmado la furia de la plaga, un día ella, La Blanca, amaneció con el cuerpo blanco como la nieve, cubierto de las fatídicas fístulas. El jacal en que vivía se llenó de gente y el amor de todos los que la adoraban, no fue suficiente para salvarla, porque una noche cerró para siempre sus lindos ojos y abandonó este mundo de dolores.
Cuentan los viejos, que todo el pueblo, llevaron el cadáver a las faldas de la Lomita, cavaron su fosa y enterraron el cadáver de aquél ser tan querido. Cubrieron la tumba de flores y formaron de piedras con barro esta peña que hoy es de ladrillo. Pusieron la cruz y diariamente, la cubrían con hachin y sabino. Desde entonces, tenemos la costumbre de traerle nuestro cariño, de ofrendarle nuestro recuerdo.
Es esta cruz, no el signo de fanatismo, es la oblación de nuestro cariño, es la gratitud de un pueblo que quiso perdurar el recuerdo de un ser todo amor, todo dulzura.
Y mi indio, terminando su relato, echó a sus espaldas el tercio de leña ya anocheciendo. Lo vi tomar su camino, encorvado por el peso de su carga, con paso lento hacia la calle que lo llevaba a su hogar en donde esperaría su merienda de frijoles y tortilla y su jícara de pinol.
Esta es la leyenda de la Cruz Blanca que hace muchos años fue derribada al construirse nuevas casas. Sólo el recuerdo quedó.