Hay muchas diferencias entre las propuestas de Xóchitl y las de la candidata de la 4T, Claudia Sheinbaum.
En la competencia electoral hay una batalla política y cultural de la que poco se ha hablado.
Se trata del tema de la política social y los llamados ‘programas sociales’.
Hace algunos años había una amplia corriente política que, usando una conocida metáfora decía: no les des pescado a los que no tienen que comer, más bien, enséñales a pescar.
Diversas corrientes hablaban de la inutilidad en el largo plazo de la política social basada en las transferencias de recursos y ponían en primer lugar los esquemas en los que los subsidios al consumo de las familias pobres estaban condicionados a determinados comportamientos.
Que mantuvieran a sus hijos en la escuela; que emprendieran un proyecto productivo; que mostraran que los recursos estaban siendo empleados para el consumo y que no eran tirados en alcohol, etcétera.
Resulta que, con los mayores recursos de la política social definidos por esta administración, el debate virtualmente se acabó.
De hecho, una de las grandes preocupaciones de Xóchitl Gálvez ha sido argumentar que ella está a favor de los programas sociales, lo que, en mi opinión, indirectamente ha sido un espaldarazo para López Obrador.
¿Recuerda usted cuando la candidata opositora contrastó los hábitos laborales del norte de la República con los del sur?
Argumentó que la habían sacado de contexto, pero dejó la idea de que opinaba que la gente del sur era floja, aunque no lo haya dicho.
Con alusiones de ese tipo, y con los tremendos contrastes en la intención de voto de los beneficiarios de los programas sociales, Xóchitl señala en cuanta oportunidad tiene, que respalda la permanencia de los programas sociales.
Le recuerdo que, según la más reciente encuesta de El Financiero, la intención de voto favorable a la candidata de Morena es de 65 por ciento entre los beneficiarios de programas sociales, mientras que baja al 34 por ciento entre aquellos que no lo son.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) cuestionó la eficacia distributiva de programas como Jóvenes Construyendo el Futuro o Sembrando Vida.
Como dice el conocido adagio, el diablo está en los detalles.
En el primer programa fallaba casi todo: padrones poco confiables y una falta completa de seguimiento para este esquema de aprendices, que no era nada malo como idea.
El caso del programa para sembrar árboles, sobre todo en el sureste, fue mucho peor. Diversos testimonios y evaluaciones señalaron el efecto perverso que tenía, al incentivar el desmonte, con objeto de que luego, al sembrar árboles nuevos de futuro incierto, los pobladores se pudieran beneficiar del respaldo.
Hay muchas diferencias entre las propuestas de Xóchitl y las de la candidata de la 4T, Claudia Sheinbaum.
Pero si hay una coincidencia entre ambas, es en la permanencia de los programas sociales.
Más de un elector tal vez piense: ¿para qué cambiar si con el esquema actual nos tocan beneficios?
La ironía del destino es que la articulación de las políticas sociales como estrategia de Estado comenzó con quien es némesis de López Obrador, nada menos que Carlos Salinas de Gortari.
Solidaridad fue el primer programa global que articuló una política social. De hecho, fue entonces cuando se creó la Secretaría de Desarrollo Social, hoy la llamada Secretaría del Bienestar.
Cambió de nombre varias ocasiones y a veces de criterios en la formulación de los apoyos a la población más pobre, pero hay una solución de continuidad desde que comenzó.
AMLO logró que esa política ya no sea tema de discusión y diversos programas fueron convertidos en derechos constitucionales.
Ese es uno de los grandes triunfos del régimen actual, y aunque a veces no se vea, una de las palancas más importantes de la candidata de Morena, para aspirar al triunfo en las elecciones del 2 de junio.