El círculo del que hablo no es solo una metáfora, es un lazo que se aprieta cada día más alrededor de la vida de miles de chiapanecos: violencia.
✍🏽REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez
Hace unos días fui al cine con mis amigos del centro, buscando un respiro de la rutina diaria. Decidimos ver Romper el Círculo, una película que prometía hacernos reflexionar sobre los ciclos interminables que a veces se presentan en la vida. Al salir de la sala, las risas no se hicieron esperar. Algunos de mis amigos interpretaron la película de una manera tan opuesta al mensaje central que resultaba cómico. Era como si, en lugar de romper el círculo, hubieran decidido dar vueltas alrededor de él, como esos ratones que corren sin cesar en una rueda, sin llegar nunca a ningún lado.
Mientras caminaba hacia el auto, riéndome de mis ocurrencias, no pude evitar pensar en Chiapas. Mi tierra querida, con sus montañas verdes y sus cielos amplios, parece estar atrapada en un círculo similar al de la película. Pero en este caso, el ciclo es de violencia, miedo e incertidumbre, repitiéndose una y otra vez, sin que haya una salida a la vista. Lo más preocupante es que quienes tienen el poder de romper este ciclo parecen, como algunos de mis amigos después de la película, haber malinterpretado el mensaje.
EL CÍRCULO
El presente de Chiapas es oscuro, como lo muestran las publicaciones recientes en redes sociales que capturan la realidad de nuestro estado. En una de ellas, se ve un enfrentamiento en pleno centro de Frontera Comalapa, donde los disparos y el caos reflejan la desesperación de un pueblo atrapado en el círculo de la violencia. Otra publicación muestra cómo los bloqueos por personas armadas han paralizado el tránsito y la vida diaria en diversas comunidades, mientras los habitantes viven con miedo, sin saber si podrán salir de ese círculo infernal. En una tercera, se observa la desolación en la sierra, donde las familias desplazadas dejan atrás sus hogares, cargando solo con lo poco que pueden llevar.
Chiapas se ha convertido en un campo de batalla en el que las promesas de cambio son como espejismos en el desierto: se ven a lo lejos, pero se desvanecen tan pronto como te acercas. En Chicomuselo, los bloqueos se alzan como murallas invisibles que dividen a las comunidades, atrapando a sus habitantes en un laberinto de terror. En la sierra, los enfrentamientos armados son como tormentas que estallan sin previo aviso, dejando tras de sí un rastro de destrucción y desesperanza. Mientras tanto, desde las alturas del poder, se nos dice que todo está bajo control, que no hay motivo para alarmarse. Pero, ¿cómo no alarmarse cuando el cielo se oscurece cada vez más con las nubes de la violencia?
El presidente Andrés Manuel López Obrador, con su característica calma, asegura que tiene “otros datos” sobre el desplazamiento en Chiapas. Esos “otros datos” parecen más bien un espejismo que busca calmar la sed de verdad en un país sediento de justicia. Mientras el gobierno federal asegura que se están tomando medidas, en el terreno, las promesas se evaporan como cerveza al mediodía. El círculo de violencia sigue girando, cada vez más rápido, atrapando a más y más personas en su red implacable.
PRESIDENTE, RÓMPALO
Hace unos días, un sacerdote en Suchiate, durante una marcha por la paz, alzó la voz contra la calma presidencial, “deja un país igual o peor que los anteriores”, dijo, con una mezcla de dolor y resignación. Para quienes vivimos aquí, en este pedazo de tierra que tanto amamos, esas palabras son como un eco que resuena en cada rincón, un recordatorio constante de que el cambio no ha llegado.
Lo que más me inquieta no es solo la inacción, sino la negación. Al igual que algunos de mis amigos, que salieron del cine convencidos de que no había manera de romper el círculo en la película, parece que el gobierno federal ha decidido girar en su propia rueda, sin reconocer la gravedad de la crisis en Chiapas. Es como si estuvieran encerrados en una burbuja de cristal, viendo el mundo a través de un filtro que suaviza las aristas de la realidad, mientras nosotros, aquí en Chiapas, sentimos cada corte, cada golpe.
El círculo del que hablo no es solo una metáfora, es un lazo que se aprieta cada día más alrededor de la vida de miles de chiapanecos. Y al igual que en la película, la solución no es fácil ni inmediata. Requiere valentía, compromiso y, sobre todo, la voluntad de romper con la negación, de enfrentar la verdad con los ojos bien abiertos. Es tiempo de dejar de lado los espejismos y enfrentar el desierto tal como es.
Presidente, es hora de romper el círculo. Es hora de dejar de lado las excusas y enfrentar la realidad con la seriedad que la situación demanda. Chiapas no puede esperar más. Sus ciudadanos no pueden seguir atrapados en este ciclo de violencia y abandono. Necesitamos acciones concretas, decisiones firmes, un liderazgo dispuesto a tomar el martillo y romper el círculo de una vez por todas.
La pregunta que queda en el aire es: ¿Tendrá el presidente el valor de romper el círculo de violencia que envuelve a Chiapas, o seguiremos girando en esta rueda interminable esperando el segundo piso de la cuarta? La respuesta, señor presidente, está en sus manos…
Nota del autor: Por cierto, los directivos de Diario Ultimátum me dieron una noticia de impacto: los miércoles y sábados toca Realidad a Sorbos. Cordial saludo.
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