Inundaciones que arrasan con todo, incendios que devoran bosques, terremotos que sacuden hasta los cimientos más profundos, erupciones volcánicas que sepultan pueblos, y, como si fuera poco, ahora la violencia, otra catástrofe.
✍🏽REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez
Pobre Chiapas, le pasa de todo: inundaciones que arrasan con todo a su paso, incendios que devoran bosques enteros, terremotos que sacuden hasta los cimientos más profundos y erupciones volcánicas que sepultan pueblos enteros. Como si fuera poco, ahora la violencia se ha convertido en una catástrofe más. Pero no es solo la violencia lo que duele; es la indiferencia, esa que viene de quienes se niegan a ver la realidad, de aquellos que, desde la comodidad de sus oficinas, insisten en que “el problema no es tan grave”.
Arrasados por la lucha cruel
Imaginen un Chiapas donde los desastres son el pan de cada día, un lugar donde la naturaleza y la violencia se alían para golpear sin piedad a sus habitantes. En este Chiapas distópico, las lluvias torrenciales son más intensas que nunca, recordándonos la devastación del huracán Stan en 2005 y la depresión tropical Matthew en 2010, que dejaron a miles de personas sin hogar y a comunidades enteras aisladas. Los deslaves son tan frecuentes que han transformado el paisaje montañoso en un terreno inhóspito y peligroso.
Los incendios forestales se han convertido en una constante, arrasando con reservas naturales como La Sepultura y el Cañón del Sumidero. Las cenizas de 2021 aún se sienten en el aire, y la biodiversidad de la región sigue desapareciendo en un espiral de destrucción. En este Chiapas, la violencia no es solo un fenómeno humano, sino una manifestación más de la furia de la tierra. Las erupciones del volcán Chichonal en 1982 y los terremotos de 1970, 1995 y 2017 nos recordaron que la tierra también tiene su propia forma de estallar.
En este Chiapas, los desastres naturales han encontrado un aliado en la violencia, una fuerza destructiva que parece no tener fin. Los disparos resuenan como truenos en medio de una tormenta que nunca se va. En lugares como Chicomuselo y Pantelhó, el miedo se ha convertido en un vecino más, y cada bala es un recordatorio de que la paz es un lujo que muchos ya no pueden permitirse. Los refugios improvisados no solo son para protegerse del fuego cruzado, sino también de la indiferencia de quienes minimizan el dolor. “No es para tanto”, dicen algunos desde la distancia, como si no vivieran en el mismo país, como si Chiapas fuera una isla perdida.
Chiapanecos, la paz os reclama
A pesar de todo, la gente sigue adelante. Se refugian no solo de las balas, sino también de las palabras de aquellos que, como el presidente López Obrador, afirman que el problema es exagerado, que sus detractores lo maximizan para dejarlo mal. En sus discursos, asegura con característico descaro que lo que ocurre en Chiapas no es tan grave. Pero en las calles, en las comunidades, la realidad es otra: familias que se abrazan en medio del caos, madres que buscan a sus hijos entre los escombros de la indiferencia. Aquí, la resiliencia no es una elección, es una necesidad, la misma que hizo al pueblo levantarse después del huracán Stan en 2005 y que lo mantiene firme frente a esta nueva tormenta de violencia.
Cesen ya de la angustia y las penas
Chiapas puede seguir siendo visto como la tierra de las tragedias o puede convertirse en el ejemplo de lo que sucede cuando un pueblo decide levantarse, no solo contra la violencia, sino contra la indiferencia. Porque la verdadera tragedia no son las balas ni los desastres naturales; es la falta de acción, la negación de una realidad que se siente en cada rincón. “Pobre Chiapas, le pasa de todo”, dicen. Pero lo que no saben es que Chiapas, a pesar de todo, siempre se levanta. Ahora es el momento de elegir: ¿seguiremos siendo una víctima de nuestras circunstancias o tomaremos el destino en nuestras manos para construir el futuro que realmente merecemos?
Una oliva de paz inmortal
En un Chiapas ideal, la seguridad no sería una mera aspiración, sino una realidad tangible. Un lugar donde la paz se construye no solo con la fuerza del Estado, sino con la fuerza de la comunidad. Imaginemos un sistema en el que se retomen y se implementen mecanismos efectivos de evaluación y prevención de la criminalidad, adaptados a las realidades de cada territorio, tanto urbano como rural. Aquí, la seguridad se entiende como algo más que números y estadísticas; es un compromiso con la vida digna de cada persona.
En este Chiapas utópico, se promueve una política pública integral para prevenir el desplazamiento interno forzado, enraizada en un enfoque de derechos humanos que aboga por la igualdad, la no discriminación y la participación activa de todos los sectores sociales.
Que retornen las horas serenas
En palabras de Rosario Castellanos, “la paz no es un don, es una tarea”. En este Chiapas imaginado, esa tarea es asumida por todos. Es la paz que construimos día a día, resistiendo no solo contra los elementos, sino también contra la apatía y la ignorancia de quienes no conocen nuestro dolor. Una paz que no es solo la ausencia de violencia, sino la presencia de justicia, dignidad y esperanza.
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