Chiapas ha atravesado momentos inimaginables. A pesar de su prudencia al no revelar aún su estrategia de seguridad, tengo la certeza de que Ramírez comprende la gravedad del desafío que tiene entre manos.
✍🏽REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez
El pasado domingo, Eduardo Ramírez, gobernador electo de Chiapas, fue claro y, a la vez, enigmático cuando se le cuestionó sobre el tema más sensible para los chiapanecos: la seguridad. “En el tema de seguridad, me voy a reservar toda la estrategia (…) la seguridad de Chiapas va a pasar por acá (señaló su cabeza).” Su respuesta dejó más preguntas que certezas, pero también un claro mensaje: no hay espacio para la improvisación. Ramírez sabe que está pisando un terreno minado, donde cualquier paso en falso puede desatar una explosión de consecuencias imprevisibles.
Como chiapaneco, periodista y testigo de esta etapa histórica, no puedo evitar recordar las palabras de Elena Poniatowska -durante un evento organizado por la UNACH y el Sistema Chiapaneco de Radio, Televisión y Cinematografía en 2014-: “también la rabia puede convertirse en una carga de dinamita”. Esa rabia que muchos en Chiapas sentimos no es nueva, es el resultado de años de violencia, impunidad y abandono. Es la rabia de quienes han visto a sus familias ser víctimas del crimen, de quienes se sienten prisioneros en su propio estado. Esa misma rabia, bien canalizada, podría ser la chispa de una transformación necesaria.
LA RABIA COMO CATALIZADOR DE CAMBIO
Chiapas ha atravesado momentos inimaginables. La violencia ha marcado a nuestras comunidades, obligando a familias a huir de sus hogares, alterando el tejido social, y destruyendo la paz que alguna vez sentimos. La política de “abrazos y no balazos” de Andrés Manuel López Obrador no logró calmar la tormenta que se desató en nuestro estado. Para muchos, los abrazos no bastaron, fueron insuficientes frente a la gravedad de la situación. La rabia que brota de la impotencia de vivir con miedo se ha ido acumulando en el corazón de cada chiapaneco.
La frustración es real y palpable. No es solo cuestión de números o estadísticas de delitos, sino del impacto emocional en nuestras vidas diarias. Es esa rabia contenida la que, como dijo Poniatowska, puede convertirse en dinamita si no encontramos una manera de enfrentarla. La paz en Chiapas no se logrará simplemente con estrategias reservadas o políticas desde el escritorio, sino con una transformación profunda que ataque la raíz del problema. Y para ello, la población debe ser escuchada, comprendida y, sobre todo, tomada en cuenta.
EL PAPEL DEL LIDERAZGO EN TIEMPO DE CRISIS
Aquí es donde el liderazgo de Eduardo Ramírez entra en juego. Lo conocí cuando era presidente de la mesa directiva del Congreso de Chiapas, y desde entonces me ha quedado claro que tiene un don para conectar con las personas, algo que es esencial en tiempos de crisis. Sin embargo, como el mismo Ramírez señaló, la seguridad es un tema delicado y no basta con tener un buen corazón o carisma. Se requiere profesionalismo, estrategia y, sobre todo, una visión clara de lo que se necesita para devolver la paz.
A pesar de su prudencia al no revelar aún su estrategia de seguridad, tengo la certeza de que Ramírez comprende la gravedad del desafío que tiene entre manos. No dudo de su capacidad para tomar decisiones acertadas. Es más, creo que es consciente de que la confianza que el pueblo ha depositado en él no puede ser traicionada, porque, como dijo el filósofo no me acuerdo, “las promesas rotas son la mayor fuente de desilusión”. Si la estrategia falla o no llega a tiempo, el peligro de que esa rabia contenida en la gente se transforme en un estallido social es real.
LA ESPERANZA DE UN CAMBIO NECESARIO
A pesar de todo, creo que el cambio siempre trae consigo una esperanza. Los chiapanecos -aunque golpeados por la violencia- seguimos albergando una fe profunda en que las cosas pueden mejorar. El nuevo gobierno, encabezado por Eduardo Ramírez, tiene la oportunidad de demostrar que, esta vez, la seguridad no será solo una promesa de campaña, sino una realidad palpable.
El pueblo está esperando, con el corazón en la mano y la rabia en la garganta, que la nueva administración tome las riendas y actúe con la firmeza y responsabilidad que la situación exige. Porque en Chiapas, la violencia no es solo un problema de seguridad, es un cáncer que está destruyendo la vida cotidiana, afectando el turismo, el desarrollo económico y, sobre todo, la confianza en las instituciones.
La frase de Poniatowska sobre la rabia es un recordatorio constante de que esta emoción, cuando no se canaliza adecuadamente, puede volverse destructiva. Pero también es una advertencia: si no se actúa con prontitud y profesionalismo, esa carga de dinamita está lista para explotar.
ESTÁ EN JUEGO ES MÁS QUE UN PLAN DE SEGURIDAD
La paz en Chiapas no llegará de la noche a la mañana, y tampoco dependerá únicamente de una estrategia que se guarde bajo llave. Necesitamos un liderazgo firme, sí, pero también una participación activa de la ciudadanía. Todos, desde nuestras trincheras, tenemos el deber de contribuir a la reconstrucción de nuestro estado. La rabia puede ser combustible para el cambio si sabemos cómo encauzarla.
El futuro de Chiapas, como siempre, está en nuestras manos. Es tiempo de actuar, porque lo que está en juego es más que un plan de seguridad: es la esperanza de un pueblo que ha sufrido demasiado y que, aún con cicatrices, sigue luchando por un mañana mejor.
Cordial saludo.