El sexenio de Rutilio Escandón no puede analizarse sin el contexto del gobierno federal.
✍🏽REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez
Las recientes declaraciones de la senadora Lilly Téllez en contra de Rutilio Escandón han resonado con fuerza. Señaló al exgobernador de Chiapas como uno de los responsables del caos que aqueja al estado, reclamando que, en lugar de ser designado cónsul, debería rendir cuentas ante la justicia. Este juicio tajante se une al coro de voces que exigen respuestas, pero también plantea una pregunta incómoda: ¿de dónde vienen estas críticas, y por qué surgen ahora?
Téllez, quien hoy encarna una voz crítica, no siempre ocupó este papel. No está de más recordar que en algún momento fue una defensora de los ideales que hoy fustiga. ¿Quién podría olvidar el caso de Paulette Gebara Farah y su papel en la difusión de narrativas que, más tarde, fueron desmentidas? La memoria, en política, a menudo es corta, y el oportunismo, largo.
UN SEXENIO SIN TREGUA PARA CHIAPAS
Los últimos seis años dejaron a Chiapas marcado por una sombra que se expandió por todo México. Violencia, desplazamientos forzados, comunidades sitiadas y una creciente presencia de grupos armados que encontraron en el estado un terreno fértil para sus operaciones. La geografía de la frontera sur, que en otros tiempos fue una ventaja estratégica para el comercio y la cultura, se convirtió en un punto crítico para el crimen organizado.
La inseguridad no solo fue cuestión de cifras. Fueron historias de vida arrebatadas, familias desmembradas y comunidades silenciadas. En Chiapas, la violencia no respetó montañas, selvas ni ciudades. Desde las calles de Tuxtla Gutiérrez hasta los caminos de las zonas rurales, los ecos de balas y el miedo se hicieron parte de la rutina.
DOS GOBIERNOS, UN SOLO FRACASO
El sexenio de Rutilio Escandón no puede analizarse sin el contexto del gobierno federal. Chiapas no fue una isla en esta tormenta; fue parte de un naufragio nacional. Los “abrazos” de Andrés Manuel López Obrador, tan celebrados en su discurso, no encontraron eco en una realidad que demandaba respuestas más allá de las consignas.
El exgobernador, en su papel, parecía más un observador que un actor. Su administración navegó a la deriva, sin un plan claro ni la capacidad de exigir al gobierno central las herramientas necesarias para enfrentar una crisis que lo superaba. No se puede ignorar que la responsabilidad última de combatir al crimen organizado recae en el gobierno federal. Pero el silencio de Rutilio ante los desdenes de su jefe político no pasó desapercibido. Si el gobernador fue incapaz, fue también porque el respaldo necesario nunca llegó.
ABRAZOS QUE NO ALCANZARON
El proyecto de López Obrador contra la violencia prometía un cambio estructural: atender las causas de fondo, dar oportunidades a los jóvenes y abrazar, no balacear. Sin embargo, la realidad terminó por desmentir su narrativa. La estrategia no solo fue insuficiente, sino que, en algunos casos, pareció una negación de los problemas.
Chiapas, como otros estados, vivió la indiferencia. Los comentarios presidenciales minimizaron tragedias y convirtieron en anécdota lo que, para las comunidades, era una crisis existencial. En Chiapas, López Obrador llegó a decir que “no era tan grave” la violencia en algunas regiones, desestimando las alertas de organizaciones y comunidades.
LA NUEVA ERA QUE PROMETE UN CAMBIO
Hoy, las voces de Claudia Sheinbaum y Eduardo Ramírez parecen dibujar un horizonte distinto. En sus discursos, hay un reconocimiento de la urgencia, una voluntad por enfrentar las heridas abiertas. Ramírez ha hablado de una “atención prioritaria” para Chiapas, mientras Sheinbaum ha tomado la seguridad como un eje central de su administración.
No es solo el tono lo que ha cambiado; es la disposición de mirar de frente una realidad que otros evadieron. Chiapas merece no solo palabras, sino acciones. La esperanza está en que la nueva era no repita los errores del pasado y que el estado deje de ser víctima de narrativas simplistas que no resuelven los problemas.
¿Y LILLY TÉLLEZ?
La senadora, tan firme en sus críticas, hoy se suma al coro que denuncia lo evidente. Pero su papel de justiciera no puede borrar su pasado como propagadora de desinformación y su cercanía con quienes alguna vez defendieron un proyecto que hoy repudia. Tampoco puede ignorarse su participación en uno de los episodios más vergonzosos de las autoridades en México: el caso Paulette Gebara Farah.
En aquel entonces, Lilly Téllez no solo fue una testigo mediática; fue parte del montaje que, con descaro, buscó presentar como un “hecho resuelto” lo que aún genera indignación y dudas. La escena de la cama donde, días después, sería encontrada la pequeña Paulette, fue recorrida por cámaras y micrófonos bajo la complicidad de autoridades y comunicadores. Y sí, ahí estuvo Lilly, relatando con naturalidad lo que más tarde quedaría expuesto como uno de los mayores ridículos de la justicia en México.
Hoy, su discurso puede resonar con muchos, pero no se puede olvidar que las soluciones no vienen del oportunismo ni de la hipocresía, sino de acciones responsables y coherentes. Lilly, como otros, habla de los problemas, pero su historia nos recuerda que las palabras pierden peso cuando quienes las pronuncian han sido parte de los hechos que ahora critican. La memoria no debe ser selectiva, porque detrás de cada crítica debe haber también autocrítica.
PARA USTED QUE ME LEE:
La violencia en Chiapas no surgió de la nada. Es el resultado de años de indiferencia, de estrategias fallidas y de políticos que prefirieron discursos cómodos a enfrentar los problemas de raíz. No solo Rutilio Escandón o Andrés Manuel López Obrador fallaron; falló un sistema que permitió que Chiapas se convirtiera en un espejo de lo peor de México.
Hoy, la esperanza está en no repetir los mismos errores. Pero para ello, es necesario recordar, reflexionar y actuar con memoria. Porque el cambio que tanto se necesita no vendrá de quienes solo alzan la voz en tiempos convenientes, sino de quienes trabajan desde el primer día para devolverle a Chiapas la paz y la dignidad que nunca debió perder.