De Comitán al Mundo: La Travesía de Rosario Castellanos
CULTURA/Marco Antonio Orozco Zuarth
Nació el 25 de mayo de 1925, su acta de nacimiento la ubica en la Ciudad de México, donde nació por circunstancias de la vida. Pero ella siempre se consideró chiapaneca, ya que de Comitán eran sus padres y su corazón. El viaje literario de Rosario Castellanos comienza en los altiplanos chiapanecos, entre las montañas de Comitán de Domínguez.
Fue en Chiapas donde su mirada crítica cobró vida, observando las dinámicas de opresión y desigualdad que más tarde retrataría con pluma incisiva. En las tierras de los tzeltales, tsotsiles y tojolabales se gestó una sensibilidad que transformaría la literatura mexicana, abordando con valentía las condiciones de la mujer y los pueblos indígenas.
La tragedia marcó su niñez cuando, a los siete años, perdió a su hermano menor Mario. Esta sensible pérdida resonaría en su obra, junto con el dolor de quedar huérfana en 1948. Sin embargo, la adversidad no la detuvo. En 1950 emigró a la Ciudad de México, donde se formó como maestra en Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ahí, su tesis “Sobre cultura femenina” se convirtió en una de las primeras en reflexionar sobre el papel de la mujer en la sociedad mexicana. Su sed de conocimiento la llevó a la Universidad de Madrid, donde profundizó en estética y estilística.
Rosario Castellanos fue una mujer de letras completas: poeta, narradora, dramaturga, ensayista, periodista, académica y promotora cultural. Su primer gran impacto literario vino con la novela Balún Canán (1957), que junto con Ciudad Real (1960) y Oficio de tinieblas (1962) conforman una trilogía indigenista que expone las tensiones sociales y raciales de Chiapas. En ellas, los personajes indígenas adquieren una voz propia, algo inédito en la literatura de su tiempo. Su obra poética, reunida en Poesía no eres tú (1972), refleja una sensibilidad existencial y feminista que redefine el papel de la mujer en un país marcado por el patriarcado.
Como promotora cultural, Castellanos trabajó en el Instituto de Ciencias y Artes, donde dirigió el Teatro Guiñol del Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil. También colaboró con el Instituto Nacional Indigenista, promoviendo la riqueza cultural de los pueblos originarios. Fue docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y en las universidades de Wisconsin, Bloomington.
En el ámbito internacional, representó a México como embajadora en Israel en 1971. En la Universidad Hebrea de Jerusalén compartió su visión del mundo, entrelazando diplomacia y literatura.
Su carrera estuvo fue galardonada con el Premio Chiapas (1958) por Balún Canán, el Xavier Villaurrutia (1960) por Ciudad Real, y el Premio Carlos Trouyet de Letras (1967), entre otros. Rosario fue una de las primeras escritoras mexicanas en alcanzar una proyección internacional comparable a la de Sor Juana Inés de la Cruz, y sus obras han sido traducidas a múltiples idiomas, testimonio de su vigencia.
El feminismo permea cada una de sus creaciones, alcanzando un clímax en su única obra teatral, El eterno femenino (1975). En ella, despliega una crítica mordaz sobre los estereotipos que encasillan a las mujeres, haciendo énfasis sus reflexiones académicas y personales. Su compromiso con la equidad y la justicia también se manifestó en su trabajo periodístico, desde las páginas de Excélsior hasta ensayos de carácter crítico y filosófico.
La vida de Rosario Castellanos se apagó prematuramente el 7 de agosto de 1974 en Tel Aviv, Israel, tras un accidente doméstico. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México, un reconocimiento póstumo a una figura que transformó el panorama cultural de su tiempo. Rosario no solo escribió desde la orfandad, el desarraigo y la injusticia, sino también desde la esperanza de un mundo más equitativo. En cada palabra suya resuena la fuerza de una voz inquebrantable que sigue invitándonos a mirar el rostro de la realidad con valentía y dignidad.
En este 2025, año en que celebramos el Centenario del nacimiento de Rosario Castellanos, colocamos su vida y obra en la mesa principal de nuestra reflexión. Es un momento propicio para leer, releer, analizar y, sobre todo, difundir el legado de una de las figuras más emblemáticas de la literatura mexicana y latinoamericana. Quien no solo escribió con una sensibilidad única, sino que dio voz a quienes, históricamente, habían sido silenciados: las mujeres y los pueblos indígenas.
Por mi parte, quiero contribuir a esta celebración compartiendo algunos textos que escribí desde mis años de preparatoria. Fue en los jardines de la Colonia Roma, especialmente en el Parque Río de Janeiro y la Avenida Álvaro Obregón, donde descubrí a Rosario Castellanos por primera vez. Sus palabras resonaron profundamente en mí, sembrando las semillas de una admiración que ha perdurado a lo largo de los años. Ahora, con una mirada más madura y un contexto más amplio, reviso y actualizo esos escritos, transformándolos en un tributo renovado a su obra.
Estas reflexiones y análisis serán compartidos en varias entregas, gracias al generoso espacio que me ofrece este prestigiado diario. Espero que estas páginas sirvan como una invitación a explorar el universo literario de Castellanos, redescubrir su visión crítica y celebrar el centenario de su nacimiento como un acto de justicia hacia una autora que nos enseñó a mirar el mundo con valentía y dignidad.
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