Si el maestro dejó un legado de abusos, la discípula no se quedó atrás.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
Ismael Brito Mazariegos. Un nombre que resuena con fuerza, y no precisamente por buenos recuerdos. Su paso por la Secretaría General de Gobierno durante la administración de Rutilio Escandón Cadenas dejó una estela de cuestionamientos, señalamientos y malas prácticas. Brito representó ese tipo de político que, cuando llega al poder, se olvida del servicio y se aferra al beneficio. Promesas incumplidas, abusos de autoridad y una constante sensación de impunidad fueron los sellos de su gestión.
Pero Brito no solo se ocupó de construir su camino político, sino también de sembrar el futuro de quienes serían su herencia política. Entre esos esquejes que crecieron bajo su sombra, destaca una figura: Getsemaní Moreno Martínez, su “hija” política, su protegida.
EL PREMIO AL HIJO DE BRITO
Los favores políticos suelen pasar de generación en generación, y en el caso de Ismael Brito, hasta los premios llevaron su sello. Basta recordar la entrega del Premio Nacional de la Juventud 2020-2021, donde su hijo, Ismael Brito Nájera, fue uno de los galardonados en la categoría Aportación a la Cultura Política y a la Democracia. Un logro que, en lugar de inspirar, provocó suspicacias, pues el evento estuvo marcado por la presencia de su gran aliada: Getsemaní Moreno, entonces titular del Instituto de la Juventud del Estado de Chiapas.
En aquella ceremonia, tres jóvenes chiapanecos fueron premiados, pero el foco se centró en uno: el hijo del hombre que había apadrinado la carrera de Getsemaní. Las coincidencias en política rara vez son eso: coincidencias. Y es que, ¿quién entregaba el reconocimiento si no era quien debía favores a su padrino político?
DENUNCIAS CONTRA GETSEMANÍ MORENO
Si el maestro dejó un legado de abusos, la discípula no se quedó atrás. Las redes sociales y los testimonios de excolaboradores del Instituto de la Juventud estatal dibujan un retrato oscuro de Getsemaní Moreno Martínez.
Una de las denuncias más resonantes provino de la usuaria de Facebook María Fernanda, quien no solo acusó maltratos laborales, sino que reveló que, durante su gestión, los empleados eran obligados a realizarle las tareas de su doctorado. La crítica fue mordaz: “¿Qué funciones podría desempeñar alguien que ni siquiera hizo su propia tesis?”
Pero la denuncia no quedó en la burla académica. Beatriz Cadena, excolaboradora del instituto, fue más allá. La acusó directamente de discriminación por su origen indígena, un acto que no solo mancha su nombre, sino que contradice los principios de inclusión que debería defender una servidora pública. “No queremos más violentadores en Morena”, exigió Beatriz, poniendo en tela de juicio la congruencia del partido.
Las denuncias se acumularon. Otra usuaria, Jazmín Lab, se unió al coro de críticas, acusando múltiples abusos laborales y exigiendo el cese de los atropellos desde el poder. Y si aún quedaban dudas sobre su forma de operar, Jesús René Prats Mayorga, exdelegado administrativo del Instituto, contó cómo fue forzado a renunciar tras negarse a participar en irregularidades presupuestarias. Según su testimonio, Getsemaní le dejó claro que su poder venía directamente del gobernador Rutilio Escandón, lo que la hacía sentir por encima de cualquier norma.
EL AMARGO ECO DE BRITO EN EL CONGRESO
Hoy, Getsemaní Moreno Martínez ocupa un escaño en el Congreso del Estado, presidiendo la Comisión de Participación Ciudadana y Popular, una ironía amarga para quienes alguna vez sufrieron su autoritarismo. Su ascenso político no es mérito propio, sino fruto del cobijo que recibió de su padrino, Ismael Brito, y del poder heredado de un sistema que premia la lealtad antes que la ética.
La diputada, que presume representar la voz ciudadana, llegó al poder con un pasado cargado de denuncias. Su presencia en el Congreso es la prueba viva de que el legado de Brito sigue latiendo en la política chiapaneca, no como ejemplo de liderazgo, sino como recordatorio de lo que no debe repetirse.
¿QUÉ HERENCIA DEJAMOS SI PREMIAMOS EL ABUSO?
La política, dicen, es un ciclo, pero ese ciclo no debería ser de impunidad. La historia de Getsemaní Moreno es, en el fondo, la continuación de la historia de Ismael Brito. Si Chiapas quiere un futuro distinto, no puede permitir que el pasado gobierne desde las sombras.
Porque, al final, no es solo Brito quien sigue presente; es el sistema entero que protege, recicla y premia a quienes traicionan la confianza pública. Y mientras nombres como el de Getsemaní Moreno ocupen cargos de representación, el Congreso seguirá oliendo a pasado rancio, a poder heredado y a impunidad disfrazada de participación ciudadana.
Así, en este trago amargo que es la política chiapaneca, queda una pregunta que no debería necesitar respuesta: ¿Hasta cuándo seguirá el eco de Brito resonando en Chiapas?
Cordial saludo.
