Picasso y Braque introdujeron el collage en el discurso del arte moderno, pero sin la referencia a la pionera que había explorado sus posibilidades un par de siglos antes que ellos.
SIN CONSENTIMIENTO/María José Sánchez Ruiz
Es una referencia generalmente aceptada que Pablo Picasso, junto con el pintor francés George Braque, inventó la técnica del collage en 1912, al pegar un trozo de hule en su obra Naturaleza muerta con silla de rejillla. Sin embargo, como suele suceder en la historia del arte, el reconocimiento llega tarde para las mujeres, como en este caso: fue Mary Granville Delany (Reino Unido, 1700-1788) quien, a sus 72 años, al ver la similitud entre un geranio y un pedazo de papel rojo, tomó unas tijeras e imitó los pétalos con trozos de papel de seda y acuarela, creando así una nueva forma de arte: el collage en técnica mixta.
Obligada a casarse a los 17 años con un hombre 55 años mayor que ella para mejorar la fortuna e influencia política de su familia, Mary Delany enviudó y, en 1743, contrajo matrimonio con Patrick Delany, de quien adoptó el apellido. Fue en esta etapa de su vida cuando despertó su interés y gusto por la botánica y la jardinería, encontrando ahí una fuente de inspiración que la llevó a crear más de mil obras botánicas con diminutos recortes de papel teñido, ensamblados con precisión milimétrica. Sus collages florales, que reproducían con asombroso detalle las especies que estudiaba, fueron una fusión entre arte y ciencia, adelantándose a su tiempo en una época donde las ilustraciones botánicas eran fundamentales para la clasificación de especies. Su obra, conocida como “Flora Delánica”, se exhibe actualmente en el Museo Británico de Londres y es considerada un testimonio del rigor científico y artístico con el que abordó su trabajo.
Con el espécimen de la planta frente a ella, cortaba diminutos trozos de papel de colores para representar los pétalos, estambres, cáliz, hojas, venas, tallo y otras partes de la planta y, utilizando papel más claro o más oscuro para formar el sombreado, las pegaba sobre un fondo negro. Al colocar un fragmento de papel sobre otro, a veces construía varias capas y en un cuadro completo podía haber cientos de piezas para formar una planta. Utilizando el procedimiento de disección, examinaba cada planta con detenimiento para obtener una representación precisa.
Creó alrededor de 1700 piezas con la técnica que denominó “papel mosaico”, con la cual sentó las bases para lo que hoy conocemos como collage. Estos “mosaicos” son papeles de colores que representan no sólo detalles llamativos sino también colores contrastados o matices de un mismo color para captar los efectos de la luz. A pesar de su ingenio y meticulosa técnica, su contribución fue relegada al ámbito decorativo, en contraste con el reconocimiento que recibirían los cubistas en el siglo XX cuando adoptaron la fragmentación y superposición de materiales en sus obras. Picasso y Braque introdujeron el collage en el discurso del arte moderno, pero sin la referencia a la pionera que había explorado sus posibilidades un par de siglos antes que ellos.
El proceso creativo de Delany nos permite ampliar la significación de la técnica del collage, siendo ésta mucho más que cortar y pegar piezas al azar. Es también coleccionar buscando o, talvez, sólo encontrando. Esos elementos encontrados, en muchos casos, a lo largo de los años pueden ser ensamblados en un día dando sentido a esa larga búsqueda y espera. El cambio de utilidad en los elementos finalmente provoca sorpresa en el espectador, lo cual tiene similitud con la premisa en la literatura de “romper el marco”: de pronto una pieza rompe el discurso y nos recuerda que aquello es ficción. Romper el marco, ampliar los límites. Lo realmente significativo y diferenciador del collage es que juega con la realidad de los límites, de los bordes, de los “finales”, en el sentido polisémico de esta palabra. Un collage es una composición en la que se yuxtaponen “finales” de diferentes piezas, es una reinvención del pasado que conecta momentos históricos con el contexto actual.
En este sentido, rescatar la historia de Mary Delany no sólo permite reivindicar su lugar en la historia del arte, sino también reflexionar sobre la idea de que somos el resultado de un collage viviente, que todos estamos hechos de “pedazos”: relaciones, sucesos, encuentros, acontecimientos grandes y pequeños. Su historia nos recuerda que cada fragmento de nuestra existencia puede encontrar un nuevo significado en la composición final de nuestra vida.
