Pero en política hay gestos que pesan más que las palabras. Este fin de semana, en el marco de los 100 días del gobierno de Eduardo Ramírez Aguilar, Sheinbaum estará en Chiapas.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordoñez
Hay palabras que no hacen falta, discursos que nunca se pronuncian, pero que se graban con tinta indeleble en la historia. El sexenio de Rutilio Escandón Cadenas estuvo marcado por un manejo discursivo que intentó minimizar el horror de la violencia en Chiapas. Se habló de gobernabilidad mientras la gente se guardaba en sus casas; se prometió paz cuando el miedo ya se había instalado en el tuétano del pueblo.
Pero lo más contundente no fue lo que se dijo, sino lo que se omitió. Nunca hubo un reconocimiento frontal de la crisis de seguridad que azotaba al estado. La estrategia fue ignorar, encubrir y deslindarse. La administración de Andrés Manuel López Obrador aplicó la misma receta: convertir la tragedia en un tema inexistente. ¿Cómo se combate lo que ni siquiera se admite?
Las cadenas narrativas de la 4T insistieron en que la violencia no era tan grave, que los medios exageraban, que todo era parte de una campaña opositora. Pero la sangre en los caminos de Chiapas, la desesperación de las familias desplazadas y la vida en estado de sitio de comunidades enteras desmentían cada palabra. AMLO, junto con Rutilio, intentó tapar el sol con un dedo.
Imposible. Imposible cuando la realidad se impone. Imposible cuando tantas personas han sido silenciadas, no por la estrategia del gobierno, sino por las balas del crimen. Imposible negar la tragedia cuando en Chiapas aprendimos que lo mejor era no estar en el lugar y en la hora equivocada, porque esas coordenadas ya no las decidíamos nosotros.
I. EL LENGUAJE DE LOS HECHOS
Claudia Sheinbaum Pardo nunca ha contradicho abiertamente a Andrés Manuel. No lo hizo en campaña, no lo hizo en la transición, y no lo ha hecho en estos primeros días de su gobierno. Políticamente, no puede. Su presidencia es la continuidad de un proyecto que no admite fracturas ni disidencias internas.
Pero en política hay gestos que pesan más que las palabras. Este fin de semana, en el marco de los 100 días del gobierno de Eduardo Ramírez Aguilar, Sheinbaum estará en Chiapas. Su visita, sus recorridos, los apoyos que entregará, las reuniones que sostendrá, todo es parte de un mensaje cuidadosamente calculado. Más allá de lo que diga, su sola presencia ya es un discurso.
¿Qué comunica? Que la seguridad en Chiapas sí importa, que la crisis fue real, que no se puede seguir soslayando la situación. Lo que López Obrador nunca reconoció con palabras, Sheinbaum lo acepta con hechos. No lo dirá en conferencia, pero lo está diciendo con su agenda.
Eduardo Ramírez Aguilar, por su parte, ha mantenido un tono políticamente correcto. No ha confrontado abiertamente a su antecesor ni al expresidente, pero cada una de sus acciones ha sido una enmienda a lo que no se hizo antes. Con su gobierno, se está abordando la seguridad de manera más frontal. No con discursos grandilocuentes ni con frases hechas, sino con operativos, con decisiones, con movimiento.
No lo ha dicho con palabras, pero lo ha demostrado con hechos. Y en política, los hechos son la retórica más poderosa.
II. PAZ POR CHIAPAS
El problema de la seguridad en Chiapas no se resolverá con visitas presidenciales ni con pronunciamientos mediáticos. No es una crisis que se solucione con frases esperanzadoras o con políticas improvisadas.
Se necesita un cambio estructural, una estrategia de seguridad que no solo sea reactiva, sino que desmantele de raíz la impunidad con la que se han manejado grupos criminales en el estado. Se necesita que la paz deje de ser un concepto abstracto para convertirse en una garantía tangible.
Y, sobre todo, se necesita honestidad.
El pueblo de Chiapas ha sido testigo de demasiadas mentiras, de demasiadas simulaciones. Se ha hablado de estabilidad mientras se construía un infierno en silencio. Se ha intentado maquillar una realidad que, al final, siempre se impone.
Hoy, cuando el discurso oficial parece cambiar de tono sin cambiar de palabras, cuando las acciones dicen lo que nunca se atrevieron a decir los gobernantes anteriores, queda una lección fundamental: la paz no se decreta, se construye.
Y en Chiapas, la deuda sigue pendiente.
III. SI LA LUNA DE MIEL FUERA ETERNA
Las primeras etapas de cualquier gobierno están marcadas por el optimismo, por la esperanza de que ahora sí todo será diferente. Son días de armonía política, de discursos alineados, de una relación sin fisuras entre la federación y el estado. En Chiapas, esta sintonía entre la Presidenta y el Gobernador ha sido evidente: el respaldo mutuo, la presencia, la narrativa compartida de continuidad y transformación.
Pero la política es como el tiempo: cambia, evoluciona, se desgasta. Hoy, la luna de miel es plena, pero ¿qué pasará cuando las diferencias comiencen a aflorar? ¿Cuando las necesidades del estado exijan decisiones que no encajen con la agenda presidencial?
Si la luna de miel fuera eterna, la seguridad de Chiapas estaría garantizada, la inversión llegaría sin obstáculos, las comunidades recuperarían la tranquilidad y la estabilidad sería algo más que un eslogan. Si la luna de miel fuera eterna, no habría resistencia ni discrepancia, solo voluntad política inquebrantable.
Porque al final, la pregunta no es si hoy caminan juntos, sino si mañana seguirán en la misma ruta. Y si, cuando llegue el momento de elegir entre Chiapas y el discurso nacional, la prioridad seguirá siendo la misma.
Cordial saludo.
