Se considera uno de los símbolos más representativos en el país, por lo que es de particular interés conocer lo que hay detrás de esta famosa disciplina
Duque de Santo Ton/Ultimátum
La charrería se considera uno de los símbolos más representativos de la identidad mexicana, por lo que es de particular interés conocer lo que hay detrás de esta famosa disciplina que es distintiva de nuestro pueblo y que se manifiesta no solamente en su propia esencia de suertes rudas a caballo y el sometimiento de bestias brutas, sino en la indumentaria, en la forma de concebir al mundo y a la sociedad, así como en la música y en los espectáculos populares.
Algunos historiadores han querido ver el origen de la charrería en los Países Vascos de España, aunque no se ha comprobado una relación concreta entre la cultura de esos lares y el deporte mexicano por excelencia. De hecho, son muchos los pueblos en los que grupos de hombres se dedican al manejo del ganado bobino, desde los cowboys de Estados Unidos hasta los gauchos de Argentina, pero ninguno tiene esa parafernalia que distingue al charro mexicano y lo aproxima de una forma tan elegante al ámbito cultural, ya que no se trata de una tradición más sino de una verdadera disciplina con niveles y ritos de iniciación.
Una de las hipótesis más creíbles sobre las causas de la fama del “charro mexicano”, sea su aparición en las películas filmadas en los años cuarenta, durante la Segunda Guerra Mundial, y los cincuenta, la época de la Posguerra. Ni en Europa ni en Estados Unidos se hacía suficiente cine para la demanda mundial, pues no se tenían los presupuestos necesarios, y es en esos momentos cuando irrumpe el Cine Mexicano, y su llamada época de Oro, e invade las pantallas de prácticamente todo el mundo. Sobra decir que la mayoría de las películas mexicanas eran protagonizadas por charros guapos y latinos, como Pedro Armendáriz, Jorge Negrete, Pedro Infante y Luis Aguilar, por mencionar tan solo a algunos de ellos, quienes se convirtieron en íconos de masculinidad para muchas mujeres, tanto en el país como en el extranjero.
Independientemente de lo anterior, el origen de la charrería debe buscarse en los terratenientes rurales de los siglos XIX y XX, quienes al ser despojados de sus propiedades inmuebles por la Reforma y por la Revolución, se vieron obligados a emigrar a las ciudades para unirse con las nuevas clases gobernantes.
Apellidos como Martínez del Río, Rincón Gallardo, Romero de Terreros y Torres Adalid, entre otros, dejaron de ser relacionados con las decadentes haciendas y se vincularon con las élites políticas e industriales. Sin embargo, no por ello se olvidaron de su afición por los caballos y el manejo del ganado vacuno, propiciando así el nacimiento de la charrería como un deporte muy mexicano, muy elitista y muy caro, al que sin embargo todo el pueblo amó desde el primer momento.
En 1933 nace la Federación Nacional de Charros en la Ciudad de México, teniendo a don Carlos Rincón Gallardo, Marqués de Guadalupe, como prototipo. La práctica de este deporte se generalizó en todo el país, donde surgieron infinidad de lienzos y de agrupaciones, así como campeonatos.
Se redactaron reglas muy precisas para participar en charrería, y se determinaron las características de las distintas suertes a vencer: cala de caballo, mangana, paso de la muerte, monta de toros bravos, etc.
El traje de charro representa al pueblo, pero es sin duda una indumentaria de lujo, que incluye materiales tan caros como el ante, la piel de oveja y de conejo, el cuero, los hilos de oro y plata, las botonaduras relucientes y, sobre todo, la mano de obra maestra.
En los años 70 del siglo XX nació el concepto de “escaramuza charra”, que es una especie de ballet a caballo, en el que las amazonas muestran sus destrezas, incorporando a la mujer a este mundo al parecer tan masculino pero en el que la mujer juega un papel fundamental.
