En un mundo donde los mensajes indirectos son órdenes y los operadores son el hilo conductor del poder, desconocerlos es un error grave.
REALIDAD A SORBOS/ Eric Ordóñez
En política, las palabras no siempre se dicen en voz alta, pero se entienden. Hay un lenguaje que no se pronuncia, pero se escucha. No está escrito, pero se sigue. Quien aprende a leerlo, sobrevive; Quien lo ignora, se vuelve un ruido incómodo que nadie quiere oír.
En los pasillos del poder, los mensajes viajan en susurros, en disfrazadas de sugerencias, en órdenes que no llevan firma pero que todos entienden. Sin embargo, hay quienes, por arrogancia o por miopía, se niegan a escuchar esas señales y prefieren actuar como si el mundo girara a su antojo.
Y ahí está Ángel Torres, con su respuesta afilada como una daga y su mirada altiva ante los códigos que otros siguen sin chistar. “Que me lo diga el Gobernador”, responde, como si la política fuera un juego de voluntades individuales y no un fino tejido de influencias y equilibrios.
LAS REGLAS NO ESCRITAS
Nadie necesita explicar que en el tablero del poder hay jerarquías. Hay puentes que deben cruzarse, interlocutores que deben respetarse y órdenes que deben cumplirse aunque lleguen en voz de otros. En política, el gobernador no lo dice todo directamente. No es necesario hacerlo.
El poder se administra en niveles, y el acceso directo es un privilegio que se gana, no un derecho que se exige. Quien entiende esto, se mueve con inteligencia; quien no, tropieza con su propia sombra. Torres, con su carácter voluntario y su convicción de que sigue ciego por los padrinos del pasado, parece no comprenderlo. O peor aún, lo comprende, pero prefiere desafiarlo.
En cualquier otro tiempo, en cualquier otra administración, su desdén podría haber tomado como un gesto de independencia, de fuerza. Pero en el presente, su actitud resulta más como una nota discordante en la partitura del poder.
EL CASO DE LOS PADRINOS
En política, los padrinos no son para siempre. Son poderosos hasta que dejan de serlo. Sostienen, protegen, abren puertas, pero un día esas puertas cambian de guardián. Y cuando eso pasa, quienes se creían invencibles descubren, con dolorosa claridad, que su fortaleza era prestada.
Torres sigue actuando como si sus protectores estuvieran intactos, como si su palabra pesara más que la estructura que lo sostiene. Pero la política no es indulgente con los que no saben leer el cambio de los vientos.
Hoy, su actitud desafiante puede parecerle un gesto de independencia, pero mañana podría ser el clavo en el ataque de su carrera política. Porque si hay algo que los hombres del poder detestan, es que alguien desafíe las reglas no escritas.
LOS TROPIEZOS QUE LO PERSIGUEN
El historial de Ángel Torres está marcado por sombras que lo persiguen desde distintos frentes. Su paso por el DIF de Chiapas estuvo acompañado de denuncias sobre opacidad en el manejo de recursos y decisiones que nunca quedaron del todo claras. Ahí, comenzó a construirse su fama de hombre de carácter difícil, poco dado a escuchar más allá de sus propias certezas.
Luego vino su llegada a la Secretaría de Obras Públicas, donde los señalamientos se volvieron más fuertes. Proyectos a medio terminar, costos inflados, domos que vuelan y contratos entregados con evidente favoritismo. La promesa de modernización se diluyó entre obras que duraron menos de lo esperado y un discurso que intentó tapar lo evidente: que la ciudad seguía igual de deteriorada.
Ahora, como presidente municipal de Tuxtla Gutiérrez, la historia se repite. La falta de cercanía con la ciudadanía, las denuncias sobre servicios públicos deficientes y la soberbia con la que despacha han sido una constante. Las vialidades siguen en mal estado, los problemas de drenaje persisten y su relación con distintos sectores se ha ido desgastando.
Pero si algo ha quedado en evidencia en su administración, es su notoria incapacidad para comprender la gravedad de la crisis en materia de seguridad. En más de una ocasión, su postura ha dejado dudas sobre si realmente entiende la magnitud del problema o simplemente prefiere actuar como si no existiera. No han faltado quienes se cuestionen si su desconocimiento es genuino o si, en el fondo, simplemente no quiere entender.
EL PRECIO DEL DESAFÍO
“Que me lo diga el Gobernador”. Una frase simple, pero cargada de intención. No es una petición, es una negación. No es una muestra de fortaleza, es un acto de aislamiento.
En un mundo donde los mensajes indirectos son órdenes y los operadores son el hilo conductor del poder, desconocerlos es un error grave. Y más aún cuando el mensaje viene de la única voz que realmente importa.
¿Qué pasará cuando el silencio se vuelva respuesta? ¿Cuando el eco de su desafío regresa convertido en indiferencia?
Porque en política, quien no escucha, termina por no ser escuchado. Y cuando llegue ese día, cuando la estructura que lo mantuvo se volvió invisible, tal vez descubra que el poder que creía propio nunca le perteneció.
Pero para entonces, ya nadie le tendrá que decir nada.
Cordial saludo.

Hay que buscar otro Ángel para Tuxtla…
Qué es la política ?? En qué lo traducimos ?? Y donde queda el bien común, pero ese bien , que sea palpable y que se traduzca en crecimiento y desarrollo económico para la población en su conjunto..