Me niego a aplaudir este circo. Y no porque me escandalice el show, sino porque me preocupa el precio. ¿Cuántos Cuauhtémoc Blanco más se van a colar por la puerta trasera de la política?
REALIDAD A SORBOS/ Eric Ordóñez
En 1967, Guy Debord escribió una obra que sigue siendo un espejo incómodo: La sociedad del espectáculo. Allí advertía que la vida se había convertido en una representación, en la que los hechos importaban menos que su puesta en escena. El poder ya no reside solo en las estructuras institucionales, sino en el manejo de imágenes, emociones y ficciones que se consumen como entretenimiento. Hoy, México vive esa metamorfosis: la política es un espectáculo que produce sus propios actores, sus guiones y sus ratings.
‘CUAU’: DE LA CANCHA AL ESPECTÁCULO POLÍTICO
Cuauhtémoc Blanco es una criatura de ese espectáculo. Su carrera no comenzó en la política, sino en la idolatría del balón. Fue futbolista, símbolo del Club América, ícono de la pasión popular, y luego convertido en gobernante bajo el mismo impulso que mueve a las multitudes: la emoción. Pero su trayectoria política está plagada de señalamientos: enriquecimiento ilícito, vínculos con grupos criminales, abandono de funciones, simulación de gobierno. ¿Cómo es posible que, con tal historial, siga siendo considerado presidenciable por algunos sectores del poder?
La respuesta está en Debord: en el espectáculo, lo que se ve es más importante que lo que se hace. Cuauhtémoc Blanco sigue siendo útil porque su imagen —popular, viril, campechana— seduce a un electorado que ha sido entrenado para votar por rostros, no por proyectos. Su presencia en Morena no es una anomalía: es una continuidad del show.
BLANCO, MÁS OSCURO QUE NUNCA
Los expedientes de Cuauhtémoc Blanco son muchos y están documentados. Desde sus inicios como alcalde de Cuernavaca hasta su gris y escandaloso paso por la gubernatura de Morelos, se ha visto envuelto en señalamientos por mal manejo de recursos, compadrazgos, nexos turbios y una gestión marcada por la inseguridad. En cualquier democracia seria, con fiscalías independientes y partidos con ética, Blanco sería inadmisible. Pero en México y, sobre todo, en el México del espectáculo, todo se perdona si hay rating.
Ahora, se convierte en un candidato al Senado por Morena, respaldado no solo por los líderes nacionales del partido, sino también hasta por diputadas chiapanecas que no han dudado en tomarse la foto con él, aunque hace apenas meses enarbolaban la bandera de la perspectiva de género y el feminismo combativo.
¿DÓNDE QUEDARON LAS IDEOLOGÍAS?
La izquierda política, históricamente forjada en luchas sociales, ha perdido su ancla ideológica. Morena, que nació con la promesa de representar los intereses del pueblo, ha abierto sus puertas a expriistas, expanistas, y ahora, a exfutbolistas sin formación política. Lo que cuenta es la visibilidad, no la coherencia. Así, el poder se convierte en un escenario de conveniencias: ¿para qué construir cuadros ideológicos si se puede importar figuras populares con impacto mediático?
¿Dónde queda la congruencia cuando quienes enarbolan causas feministas hoy aplauden la postulación de un hombre con denuncias abiertas y señalamientos de violencia institucional? Lo simbólico ha reemplazado a lo sustancial: las causas se usan como disfraces, no como compromisos.
FEMINISMO DE ESCAPARATE
Y ahí está el verdadero escándalo. No en que Blanco sea promovido como candidato —que ya de por sí es insultante—, sino en que algunas diputadas que han hecho carrera hablando de los derechos de las mujeres, hoy lo respalden como si nada. ¿En dónde quedó la sororidad? ¿Dónde está el discurso que pedía no tolerar a violentadores ni corruptos?
Resulta que para algunas legisladoras por Chiapas, el feminismo solo aplica cuando conviene. Es piel de cordero cuando están frente a un micrófono, pero se la quitan en cuanto el poder toca la puerta con la promesa de una candidatura o una embajada. Se desdibujan los principios, se diluyen las banderas, y lo que queda es la comodidad de quien se acomoda a cualquier ideología con tal de conservar el cargo.
Diputadas federales por Chiapas, que en el Congreso han defendido iniciativas de perspectiva de género y han marchado en nombre del feminismo, hoy aplauden a Cuauhtémoc Blanco como si su logro fuera una victoria. Pero la contradicción es evidente: apoyar a un personaje con señalamientos graves en su contra no sólo es una incongruencia política, sino una traición discursiva. ¿Qué legitimidad tienen quienes hacen del feminismo una herramienta de conveniencia, y no una bandera ética?
Estas representantes, que deberían ser guardianas del discurso progresista, se convierten en comparsas del espectáculo político. No están solas: representan a una clase política que ha aprendido que el cálculo electoral vale más que la convicción.
LA CIUDADANÍA COMO ESPECTADORA, ¿O COMO CRÍTICA?
Ante esta realidad, la pregunta no es qué hacen los políticos, sino qué hacemos nosotros como sociedad. ¿Aceptamos pasivamente el espectáculo o lo cuestionamos? ¿Aplaudimos las funciones, sin exigir coherencia, ética y proyecto? ¿Seguimos eligiendo a quienes nos divierten o a quienes nos representan?
La política, según Debord, se vacía de contenido cuando se convierte en show. Pero también señala que todo espectáculo necesita público. Si el público deja de aplaudir, si comienza a razonar, a exigir y a confrontar, el espectáculo puede tambalear.
Chiapas no necesita más actores, necesita verdaderos servidores públicos. No necesita más espectáculos, sino una ciudadanía crítica que cuestione la incoherencia, que desmonte los disfraces, que ponga sobre la mesa los temas urgentes. De lo contrario, seguiremos viendo cómo hasta los del América le van a Morena, no por convicción, sino por conveniencia.
UN LLAMADO A NO SER LA PORRA
Me niego a aplaudir este circo. Y no porque me escandalice el show, sino porque me preocupa el precio. ¿Cuántos Cuauhtémoc Blanco más se van a colar por la puerta trasera de la política? ¿Cuántas diputadas más van a cambiar sus principios por una selfie? ¿Hasta cuándo la política en México dejará de parecer una mala telenovela?
La sociedad del espectáculo está aquí. Pero eso no significa que tengamos que ser su audiencia pasiva. Todavía podemos ejercer la crítica, señalar las incoherencias y recordar que el poder, aunque se disfrace de ídolo deportivo, sigue teniendo una responsabilidad: servir al pueblo, no burlarse de él.
Cordial saludo.
