Duque de Santo Ton/Ultimátum
Huérfana desde los 20 años de edad, Lorena se las vio muy duras para sobrevivir en el mundo de apariencias en el que había crecido, en el seno de la clase pudiente de Tuxtla Gutiérrez, rodeada de gente que podía perdonarlo todo menos el ser pobre o parecerlo.
Al morir sus padres en un accidente de tránsito, ella se quedó sin dinero y sin casa, pero una tía lejana le permitió vivir en uno de los cuartos de servicio de su mansión, a cambio de una renta significativa.
Vivía en un cuarto para la servidumbre, cierto, pero cuando le preguntaban por su dirección, ella podía dar la de una palaciega residencia ubicada en uno de los barrios más aristocráticos de la capital de Chiapas, con el más codiciado de los códigos postales.
Lorena tenía también una cualidad envidiable, de la que carecían la mayoría de sus amigas: hablaba inglés perfectamente, pues la habían preparado para concertar un buen matrimonio y tenía esa aptitud. Además, Lorena tuvo la suerte de que otra de sus tías la invitara a trabajar con ella en su agencia de bienes raíces, y le encargara tratar con clientes extranjeros que deseaban comprar propiedades carísimas. Su dominio de la lengua anglosajona le permitía no solamente intervenir en las transacciones, sino en la traducción de los documentos correspondientes.
Gracias a una afortunada compra-venta, además de la comisión, Lorena recibió como incentivo un viaje para dos personas a Cancún, con hospedaje en un hotel de súper lujo, pero con la condición de ser utilizado en las fechas establecidas en el premio.
La chica pensó que sobrarían personas ansiosas de acompañarla, pero se equivocó. Ni sus primas ni sus amigas se apuntaron, ya fuese por envidia, ya fuera por tener otras ocupaciones. Ir sola sería humillante, así que a Lorena se le ocurrió hablarle a Roxana, una ex compañera de la escuela a la que jamás le había sonreído la fortuna, ni siquiera para conocer Cancún.
Roxana le dijo a Lorena que le encantaría ir con ella, que estaba segura de que una oportunidad así no volvería a presentársele, pero que tenía un dolor de cabeza tan fuerte, que no iba a poder aceptar. “¿Estás loca? ¡Se trata de un hotel de verdadero lujo!”, dijo Lorena a Roxana y estuvo insistiendo tanto que a ésta no le quedó más remedio que aceptar.
Pálida como un cadáver, Roxana trató de disimular su malestar con maquillaje y lentes oscuros, pero la única que no se daba cuenta de su situación era Lorena, obstinada en viajar a Cancún acompañada de su amiga. El viaje fue largo, pues las chicas tuvieron que cambiar de avión en la Ciudad de México, pero alrededor de la una de la tarde ya estaban instaladas en una suite de un hotel “Gran Turismo”.
Para entonces, Roxana se sentía francamente mal y, después de vomitar, le dijo a Lorena que ella prefería quedarse a dormir un rato. “Eso sería un crimen, no tienes idea de lo que cuesta estar aquí como para que quieras encerrarte en un cuarto”, le dijo Lorena, y casi a fuerzas, Roxana se puso un bikini, unas sandalias, una bata y bajó con Lorena a la playa, que rebosaba de gringos jóvenes, guapos y ricos.
De inmediato, Lorena entabló amistad con un grupo, y Roxana, que además de sentirse mal no hablaba ni jota de inglés, prefirió quedarse acostada en un camastro. Al poco rato, su amiga le dijo que se levantara porque las habían invitado a comer en un yate, pero Roxana ya no respondió, parecía estar completamente aletargada.
“Eso me pasa por viajar con aborígenes ignorantes que no saben valorar las cosas cuando no las pagan”, pensó furiosa Lorena, y dejó a Roxana sumergida en su aparentemente apacible sueño.
Después de las siete de la noche regresó Lorena del yate y se encontró a su amiga en la misma posición en la que la había dejado. “Levántate ya porque nos invitaron a bailar y tenemos que arreglarnos”, le dijo sin obtener respuesta. Trató de moverla, de zarandearla para que reaccionara, sin obtener ninguna respuesta.
Alarmada, Lorena pidió que llamaran al doctor del hotel porque, al parecer, su amiga estaba enferma. Le dijeron que necesitaban llevarla de urgencia a un hospital, lo cual hicieron, pero al llegar, le comunicaron que Roxana había muerto víctima de un derrame cerebral.
Sin saber qué hacer, Lorena regresó al hotel, recogió sus cosas y compró un boleto de regreso a Tuxtla para esa misma noche. Salió del cuarto, dejando todas las pertenencias de su amiga en donde estaban y no pensó en nada más que en volar de inmediato a Chiapas. Una vez es su casa, telefoneó a la mamá de su amiga para decirle que Roxana había tenido un problema en Cancún y que necesitaba que fueran de inmediato por ella. Colgó la bocina y la señora quiso volverla a llamar, pero Lorena ya no atendió ninguna llamada.