Una de las funciones principales de Xolotl era ayudar a los muertos a cruzar al más allá.
Por Liz Carreño Caballero
Cuenta la leyenda que en la época de los aztecas había un dios llamado Xolot, (dios de la muerte, del Oeste y de los espíritus) era el dueño de las estrellas de la tarde y protector del inframundo. El dios Xolot tenía cabeza de perro y era hermano de Quetzalcóatl.
Quetzalcóatl es conocido como la Serpiente Emplumada, es una mezcla de pájaro y serpiente de cascabel y su nombre es una combinación de las palabras náhuatl “quetzal” – el pájaro emplumado esmeralda – y “coátl” – serpiente-. Este dios creaba el viento y las nubes de lluvia.
Una de las funciones principales de Xolotl era ayudar a los muertos a cruzar al más allá. Pero este dios no estaba solo, lo acompañaba un perro sin pelo, que fue creado de una astilla del hueso de la vida y después fue otorgado a los hombres como un regalo sagrado. Este perro es el xoloitzcuintle, que según los aztecas tenía poderes mágicos para proteger a los vivos y guiar a los difuntos al inframundo. Así las personas tenían perros que los cuidaban en vida y cuando morían, eran sacrificados y enterrados con sus dueños para que los guiaran en su último viaje.
Cuando una persona moría debía comenzar un recorrido durante 4 años para poder llegar al Mictlán, el primer lugar con el que se va a encontrar esa alma será un río muy ancho y caudaloso llamado Chiconahuapan, el cual solo se podía atravesar con ayuda de un Xoloitzcuintle, cuando llegaban a este sitio los muertos, veían a orillas del río que los esperaban sus perros, estos pequeños al reconocer a su dueño, movían sus colas, ¡felices por el reencuentro!
Pero si en vida maltrataste a algún perro o a algún otro animal, ningún xoloitzcuintle lo ayudaría en su viaje, el dios Xolot no lo recibiría en el inframundo y nunca serás digno de recibir su compañía, te quedarás vagando a las orillas del río por toda la eternidad y jamás podría entrar al reino de los muertos.
Si fuiste bueno y lograste tener un Xoloitzcuintle como aliado, el perrito te permitirá que subas en su lomo y él nadará sobre el río protegiéndote, te cruzará las aguas negras y peligrosas de ese río ya que dentro de él vive Xochitonal, un monstruo marino gigante que parecía una iguana azul, feroz y despiadada, que se encarga de proteger el fondo del río y no deja que las almas que se arriesgaron a cruzar sin acompañante canino, lleguen nunca al otro lado.
Todos los Xoloitzcuintles llevaban en su cuellito un hilo rojo de algodón para su protección ya que los volvía invisibles ante Xochitonal, también hay que saber que el Xoloitzcuincle debía de ser completamente negro de preferencia o gris, ya que si presentaban manchas en su cuerpo significaba que ya había servido al alma de otro difunto. Los perritos con muchas manchas ya habían ayudado a muchas personas a pasar al otro lado.
Al llegar al otro lado del río el muerto arroja un adorno de papel en el fuego y continua por los otros ocho niveles del inframundo hasta que llega al noveno y se encuentra al Dios de los muertos, Mictlantecuhtli, sentado en su templo esperando la llegada de las almas. Este es el momento en el que el espíritu va a morir definitivamente; siempre acompañado por su perro que también moría allí al fin y podían descansar eternamente.
Este sitio es el Mictlán, un sitio oscuro y cavernoso, el nivel inferior de la tierra de los muertos, un lugar tranquilo en el que no se distinguían las clases sociales, todos eran iguales. Al entrar al Mictlán estaban los señores de la muerte recibiendo a las almas y dándoles la bienvenida a la eternidad diciendo:
“han terminado tus penas, vete pues, a dormir tu sueño eterno”
