"En Chiapas, la grilla ya no se tolera como antes: ahora se castiga desde el poder. Esta vez no fue advertencia, fue sentencia."
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
En Chiapas, la grilla no descansa. Ni en domingos, ni en días santos, ni fuera de temporada electoral. Aquí se practica como un deporte cotidiano, con sus reglas propias y sus tiempos flexibles. No importa si no hay campañas oficiales: el pleito sigue, la guerra de declaraciones continúa, y los bandos jamás bajan la guardia. Lo que pasó esta semana no fue un desliz ni un arranque de poder: fue una jugada medida, con dedicatoria y con colmillo.
Eduardo Ramírez, el gobernador en funciones —y en plenitud—, volvió a rugir. Con estilo. Con cálculo. Con dirección. No lo hace a gritos, ni necesita levantar la voz. Lo suyo no es vociferar; es marcar territorio. Y esta vez el destinatario fue un viejo conocido de la política local: el expresidente municipal de Ocosingo, quien hasta hace poco se paseaba como si todavía tuviera las llaves del palacio. Como si no se hubiera ido. Como si pudiera volver.
Y es que en esta tierra, muchos siguen creyendo que Chiapas es el rancho donde mandan los que se van. Habituados a un estilo de poder blandengue, decorativo, donde el gobernador anterior —no lo nombro, pero saben que no es necesario— era apenas un cartón institucional, muchos aprendieron que cualquiera podía hablar en su nombre, acomodar a su gente, repartirse cargos y servirse con la cuchara grande. Esa era la dinámica. Esa era la regla no escrita. Hasta que llegó alguien que sí entendió el poder. Y decidió ejercerlo.
Gobernar es rugir con sentido
El estilo de Eduardo Ramírez no deja lugar a dudas: no se gobierna con improvisaciones, ni con silencios cobardes. Se gobierna con decisión. El Jaguar Negro —como se le conoce desde hace años— no ruge por costumbre, ruge cuando tiene sentido. Y esta vez, ese rugido fue más que un aviso: fue una sentencia.
No es solo lo que dijo, sino cómo y cuándo lo dijo. Lo lanzó con firmeza, en un espacio público, ante micrófonos, cámaras y testigos. No fue una ocurrencia de pasillo. Fue un mensaje de gobierno. Una forma elegante, pero dura, de recordarle a algunos que los tiempos de la simulación ya pasaron. Que la política de las sombras se terminó. Que las decisiones ya no se toman desde las oficinas de los amigos, ni en las sobremesas con café y chisme.
Porque sí, en Chiapas muchos aún creen que pueden seguir gobernando desde la nostalgia. Que la silla que ocuparon les da derecho a seguir moviendo los hilos. Pero ya no. No con este estilo. No con este gobernador. Y lo que más incomoda a los grillos de siempre es que Eduardo Ramírez no grita: actúa. No amenaza: avanza. No manda recaditos: da señales que se entienden incluso sin hablar.
Politiquería en tiempos de algoritmos
La política chiapaneca, además, ha encontrado un nuevo campo de batalla: las redes sociales. Ya no se disputan plazas públicas, ni se debaten ideas en foros. Hoy basta un TikTok, una portada falsa, un audio editado o un video manipulado para incendiar el ambiente. La política se volvió espectáculo de bajo presupuesto, una tragicomedia donde cualquier personaje, por más mediocre, cree que puede protagonizar la función.
Y eso no es accidental. Es resultado de un ecosistema podrido que se alimentó durante años. La guerra sucia ya no necesita comunicados ni ruedas de prensa. Se libra desde perfiles falsos, páginas anónimas, influencers rentados y periodistas a modo. ¿El objetivo? Desacreditar al adversario, confundir a la ciudadanía, sembrar incertidumbre. No importa la verdad: importa el escándalo.
Desde la teoría de la comunicación, este fenómeno se puede entender desde la lógica de la espiral del cinismo mediático. Un concepto desarrollado por la psicología política que explica cómo el consumo constante de mensajes manipulados, de confrontaciones falsas y de discursos sin ética genera una ciudadanía apática, desconfiada, desmovilizada. Justo lo que algunos buscan: que la gente se canse y no exija nada.
Y mientras eso ocurre, mientras se invierte más en desinformar que en resolver, Chiapas se queda sin política de altura, sin debates reales, sin rumbo en los municipios donde el caos —como Ocosingo— ha sido la constante.
Del ego al olvido
Lo más lamentable de este escenario no es la grilla, sino el abandono. Mientras se pelean por el pasado, se les olvida el presente. Ocosingo no necesita ni un expresidente herido, ni un grupo de choque disfrazado de base social. Necesita autoridad, atención, inversión y estrategia. Pero parece que eso no entra en la agenda de quienes creen que el poder es eterno.
Aquí no hay derrotados dignos. Aquí, como dicen por ahí, “los políticos no pierden: se sienten robados”. Cada elección perdida se vuelve un pretexto para lanzarse al ataque, para inventar traiciones, para justificar lo injustificable. Y cuando no se les aplaude, entonces se revuelcan. Y cuando no se les sigue el juego, entonces acusan. Así ha sido. Y así quieren que siga siendo. Pero ya no.
Eduardo Ramírez no representa la continuidad de ese estilo. Representa otra cosa. Y no porque sea infalible o perfecto, sino porque ha entendido algo que sus antecesores no supieron o no quisieron entender: que el poder no solo se ejerce… también se simboliza. Y su rugido de esta semana fue eso: símbolo y advertencia.
Epílogo: rugir es gobernar
Cuando ruge el Jaguar… no siempre muerde, pero todos saben que ya olfateó a su presa. Esta vez no fue advertencia: fue sentencia. Y mientras algunos creen que aún están en campaña, otros ya entendieron que el juego cambió: no se trata de gritar más fuerte, sino de saber cuándo callar y cuándo rugir. En esta nueva etapa, ya no gobiernan los que más se quejan, ni los que más insultan. Gobiernan los que saben leer los tiempos y hablar con autoridad. Porque Chiapas, aunque a veces parezca un escenario de feria política, sigue siendo territorio de grandes símbolos… y los símbolos, como los rugidos, no se negocian.
Nota de autor:
Me enteré —y no me sorprendió— que aquel que alguna vez nos llamó “chiapanacos”, el mismo que confundió la simpatía con la soberbia, perdió su oportunidad. Por payaso, como siempre ha sido. La oportunidad que tuvo de ser respaldado la echó a perder con su lengua, con su arrogancia, con su necesidad de ser centro sin tener sustancia. Como puede todavía perder más… si no entiende que el espectáculo ya acabó y que el público, aunque paciente, no es tonto.
Cordial saludo.
