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En Chiapas gobiernan los de siempre

10 de junio de 2025
en Opiniones
El poder no es herencia, pero en Chiapas las presidencias se han vuelto un legado familiar.

El poder no es herencia, pero en Chiapas las presidencias se han vuelto un legado familiar.

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El poder no es herencia, pero en Chiapas las presidencias se han vuelto un legado familiar.

REALIDAD A SORBOS/EricOrdóñez

El 30 de mayo pasado, el gobernador Eduardo Ramírez Aguilar no usó rodeos. Frente a su pueblo, al pueblo que antes lo ovacionaba y ahora lo observa con cejas levantadas, le soltó a Sergio Zenteno una frase que se escuchó más allá de Bochil: “No se gobierna para siempre”. 

La frase fue clara, pero no debería quedarse sólo con un destinatario. Ese mensaje es para muchos. Para todos. Para los que han confundido el poder con una herencia familiar y la alcaldía con una silla dinástica. Para los de siempre. 

Porque si algo nos ha enseñado la historia política de Chiapas, es que el apellido pesa más que el currículum, que la silla municipal se traspasa como si fuera testamento, y que el poder, en manos de los mismos, solo ha profundizado la desigualdad. 

En 2021, junto a Gabriela Coutiño, Ángeles Mariscal, Samuel Revueltas, Andrés Domínguez, Isaín Mandujano y Gustavo Caballero, conformamos la Alianza Mediática. Hicimos periodismo en conjunto, con la convicción de que Chiapas necesitaba algo más que boletines: necesitaba verdades. 

Uno de esos trabajos se enfocó en el cacicazgo, ese viejo mal que se adapta, muta, se viste con otros logos partidistas pero mantiene intacta su naturaleza: la imposición, el negocio familiar, la explotación del territorio. 

Ahí registramos a los Pinto en Yajalón, con Alfredo Pinto Aguilar buscando repetir por cuarta vez en la presidencia municipal. La silla, para ellos, no es ciudadanía: es legado. El libro Antigua palabra narrativa indígena ch’ol de Jesús Morales Bermúdez, ya advertía que en esas tierras las alianzas políticas se forjaban como matrimonios arreglados: para perpetuar el poder, no para servir al pueblo. 

Están los Kánter en Altamirano y Comitán, con Jorge Constantino y su rancio clasismo. El hombre que alguna vez dijo que valía más la vida de un pollo que la de un indígena. ¿Cómo no estremecerse ante eso? 

Están los Aguilar en Ixtapa y Bochil, usando a los pueblos originarios como trampolín electoral, usurpando espacios pensados para la representación indígena, solo porque el INE exige lo que ellos siempre han despreciado. 

Están los León Villard, la nueva casta, que pasó de vender queso a controlar escaños, regidurías, presupuestos y consulado. Las crónicas judiciales de los 90 ahora parecen borradas por una carrera política apadrinada por quien gobernó con copete y moño verde. 

Está el Partido del Trabajo, con su propia familia caciquil disfrazada de partido. Amadeo Espinosa padre, Amadeo Espinosa hijo, el mismo apellido brincando de curul en curul, sin que se les conozca una propuesta seria. 

Y están los clanes menores, los de Tecpatán, Emiliano Zapata, los que heredan la presidencia como si fuera parcela y no mandato ciudadano. Todos estos grupos tienen algo en común: han estado ahí por años, algunos por décadas, y ni un bien le han hecho a sus municipios. Ni uno. 

Por eso la frase del gobernador no debe quedarse en Bochil. Debe retumbar en Comitán, en Yajalón, en Altamirano, en Ixtapa, y hasta en el ejido más recóndito donde la democracia sigue siendo simulacro. 

No se gobierna para siempre, dijo. Pues ojalá lo crean. Ojalá lo entiendan. Y ojalá, por una vez, pongan sus barbas a remojar, porque lo que han hecho con Chiapas no es historia, es abuso con disfraz de tradición. Y eso, ya no puede seguir. 

Cordial saludo. 

El poder no es herencia, pero en Chiapas las presidencias se han vuelto un legado familiar.
El poder no es herencia, pero en Chiapas las presidencias se han vuelto un legado familiar.

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