Ya como presidenta constitucional, Claudia Sheinbaum pidió a migrantes manifestarse contra el impuesto a remesas.
A ESTRIBOR/Juan Carlos Cal y Mayor
Que alguien le avise a la doctora Claudia Sheinbaum que ya es presidenta constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Sus palabras ya no pertenecen a la arena electoral ni al activismo partidista: tienen el peso institucional del Estado Méxicano. Por eso resulta desconcertante —y políticamente miope— su llamado a los mexicanos en Estados Unidos a “manifestarse” en rechazo al impuesto sobre remesas aprobado por el Congreso estadounidense.
Los disturbios recientes en California, el estado con mayor número de indocumentados mexicanos, fueron detonados por operativos de detención y deportación. En ese contexto tenso, el llamado a la protesta cayó como una provocación innecesaria. Y la reacción no tardó en llegar: un congresista estadounidense ya ha advertido que propondrá elevar el impuesto al 15%. Su argumento fue tajante: “No nos gusta que nos amenacen”.
DE LA PROTESTA A LA PARADOJA
Morena hizo de la protesta social una herramienta eficaz para alcanzar el poder. Fue su ADN durante años: las marchas, los plantones, las barricadas. Pero ahora que ostentan la presidencia, siguen hablando como si fueran oposición. Gobernar es otra cosa. Gobernar no es alzar el puño: es extender la mano con firmeza, no con temeridad.
La presidenta Sheinbaum parece no haber calibrado el momento ni el lugar. Su mensaje, en apariencia solidario, fue leído del otro lado de la frontera como una intromisión. No solo por su tono, sino por su oportunidad. Las protestas mexicanas en territorio estadounidense pueden dar pie a más represalias políticas, fiscales y migratorias. No se juega con fuego en casa ajena.
UNA CHISPA EN MEDIO DE LA PÓLVORA
El impuesto a las remesas perjudica a los mexicanos, no hay duda. Afecta a los más vulnerables: mexicanos que trabajan en Estados Unidos, muchos sin papeles, y que sostienen a sus familias en México con envíos que en 2023 superaron los 63 mil millones de dólares, cifra que por cierto ha caído en los primeros meses del año. Pero más allá de lo que dicte la moral de lo que creen políticamente correcto, en política exterior rige la ley del interés nacional. Y si el gobierno mexicano no actúa con inteligencia, podría terminar provocando justo lo que intenta evitar.
El congresista que propone elevar el gravamen al 15% no lo hace por cálculo económico, sino político. Está enviando un mensaje interno a su electorado, aprovechando la coyuntura de los disturbios y las declaraciones de la presidenta mexicana. Y si ese mensaje prende, serán nuestros connacionales quienes lo paguen.
EL PRECIO DE IMPROVISAR
El intento de Sheinbaum por proyectarse como una defensora de los migrantes se entiende desde el punto de vista electoral. En Estados Unidos hay millones de mexicanos que votan, opinan y participan. Viven del capitalismo, pero votan desde allá porque en México se le destruya. Gobernar pensando solo en los votos —aquí o allá— es una tentación peligrosa. La política exterior no puede improvisarse, ni gestionarse con consignas de campaña. No se trata de quedar bien, sino de hacer las cosas bien.
Y lo cierto es que el activismo presidencial, en este caso, no solo fue ineficaz: fue contraproducente. Encendió los ánimos en el Congreso estadounidense, dio municiones a quienes quieren cerrar la frontera y terminó exponiendo a los mismos mexicanos que se pretendía defender.
CUANDO SE ES GOBIERNO
La presidencia es un megáfono. Y por eso mismo un cargo que exige prudencia, estrategia y visión. No se puede gobernar desde la calle y desde Palacio Nacional al mismo tiempo. Llenando el zócalo al estilo del PRI de los setentas. Los mensajes que antes funcionaban como gritos de protesta, hoy pueden tener consecuencias diplomáticas, fiscales y humanas. Sino pregúntenle a los padres de Ayotzinapa y a los aplaudidores de Morena que pasaban lista a los 43 que siguen sin aparecer.
Claudia Sheinbaum tiene la oportunidad de marcar un nuevo rumbo. Pero para hacerlo, debe dejar de hablar como oposición y asumir que ahora representa al Estado mexicano y nos representa a todos. No debe cometer el error de su predecesor al seguir polarizando a los mexicanos. Desunir nos debilita. Porque del otro lado del muro no hay espacio para las ambigüedades. Y cada palabra que se diga desde México puede convertirse en pólvora para quienes están dispuestos a castigar al país por sus propios errores discursivos. El poder que no se contiene con prudencia se convierte en un incendio que arrasa incluso al que lo encendió.
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