Ley de Telecomunicaciones: ¿seguridad digital o deriva autoritaria?
Rodolfo L. Chanona/Ultimátum
La reciente aprobación por el Senado de la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión —ahora en manos de la Cámara de Diputados— marca un nuevo hito que despierta tanto expectativas como alarma. En esencia, busca sustituir al Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) por la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT), otorgándole amplios poderes: desde administrar el espectro radioeléctrico hasta bloquear plataformas digitales.
Históricamente, la regulación de las telecomunicaciones se ha basado en un organismo autónomo. La eliminación del IFT y la centralización de sus funciones en la ATDT —dependiente directa del Ejecutivo— debilita los contrapesos democráticos.
Expertos han advertido que esta concentración de poder implica riesgos reales, pues un órgano alineado con el gobierno puede convertirse en herramienta de control y censura. El polémico artículo 109 faculta a la ATDT para bloquear plataformas digitales sin orden judicial clara. Aunque el Ejecutivo insiste en que se usará contra propaganda extranjera o contenidos ilegales; la redacción ambigua ha sido calificada por la oposición como la instauración de una “ley censura” o “censura del Bienestar”.
Sin embargo, más allá del control informativo, la ley propone mecanismos para rastrear geolocalización en tiempo real y potencialmente levantar padrones de usuarios celulares. Esto representa un ataque directo a la privacidad, abriendo la puerta a vigilancia masiva y a un estado de alerta permanente. Empresarios y cámaras como AmCham México señalan que, la ley viola la neutralidad competitiva y podría infringir el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).
El otorgamiento de concesiones estatales sin licitación, así como el retraso de trámites por hasta 60 días, genera incertidumbre y desincentiva la inversión; además que, permitir que el Estado compita en condiciones preferenciales —sin licitación ni regulación equiparable a la privada— distorsiona el mercado y otorga poder adicional al Ejecutivo.
Esta reforma, si bien contempla mejoras –como inclusión de medios comunitarios e indígenas, y garantía de acceso universal– se encuentra empañada por su redacción imprecisa, mecanismos de control sin contrapesos y falta de claridad en el objetivo gubernamental.
Para revalorizarla como instrumento de cambio y no de poder, debieron incorporarse correcciones sustantivas, como eliminar o redefinir el artículo 109 para requerir orden judicial previa, establecer límites claros y supervisión autónoma sobre la ATDT, garantizar procesos transparentes de licitación cuyos resultados respeten el marco del T-MEC, fortalecer la privacidad y prohibir mecanismos de vigilancia sin autorización judicial.
Solo a través de equilibrios, México podría transitar hacia una conectividad inclusiva sin sacrificar derechos y libertades estratégicas para la vida democrática. Desafortunadamente el actual poder político reúsa al debate amparado en las mayorías, pero un debate no puede reducirse a discurrir buenos fines, sino debe litigarse con firmeza respecto a las formas y controles. Sin ello, el discurso de la transformación podría volverse el vehículo de una regresión en la democracia digital.
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