A cien años de Rosario Castellanos
BALÚN CANÁN II
La narrativa indigenista y el contexto histórico
Marco Antonio Orozco Zuarth/Ultimátum
En la compleja urdimbre que es la literatura mexicana del siglo XX, pocas voces emergen con la fuerza ética, estética y crítica de Rosario Castellanos. Su obra —y en particular Balún Canán— no sólo representa un punto de quiebre dentro de la narrativa indigenista, sino que reconfigura sus alcances al incorporar una visión feminista y filosófica profundamente anclada en la historia social de México. La filosofa-literata no escribe sobre los indígenas como quien los observa desde una torre de marfil, sino desde la tensión íntima y política de quien, nacida en el privilegio de la finca chiapaneca, es capaz de nombrar la herida porque la ha habitado, porque la ha encarnado.
La narrativa indigenista, como movimiento literario, encontró en Rosario Castellanos una inflexión decisiva. Frente a las visiones paternalistas o románticas que la precedieron —aquellas que buscaban “dar voz al indio” sin cuestionar los mecanismos desde los cuales se estructuraba esa supuesta donación del habla—, Castellanos propone una ruptura: ella no se limita a denunciar la injusticia, sino que examina sus raíces simbólicas, sus ramificaciones afectivas y sus estructuras de poder. En Balún Canán, esa ruptura se da desde un plano narrativo y ético: la voz infantil, femenina, mestiza, que recuerda la infancia como un campo de tensiones raciales, de silencios impuestos, de injusticias aprendidas.
La obra se inscribe dentro de una genealogía literaria que va desde Aves sin nido de Clorinda Matto de Turner hasta El diosero de Francisco Rojas González y Benzulul de Eraclio Zepeda. Sin embargo, en Rosario Castellanos hay una distancia crítica que la distingue: no pretende redimir al indígena ni idealizarlo, sino mostrarlo en su humanidad compleja, en su marginalidad sistemática, en su dignidad negada. El indigenismo de la comiteca, si bien heredero del cardenismo y del impulso revolucionario por integrar al indígena al proyecto nacional, se distancia al evidenciar que dicha integración no significó otra cosa que asimilación forzada, castellanización violenta y exclusión cultural.
Desde la finca de Chactajal —trasunto ficcional de la finca familiar de Rosario en Comitán— se despliega un universo donde el mestizaje no es sinónimo de fusión armónica, sino escenario de fricciones, jerarquías y resistencias. En este espacio, la figura de César Argüello encarna al terrateniente que interpreta la ley a conveniencia, que cumple las reformas educativas como un acto de simulación. El momento en que contrata a un maestro para “educar” a los hijos de los peones, no por convencimiento sino por necesidad legal, nos confronta con el cinismo de una clase que ve la instrucción como una herramienta para perpetuar su poder, no para liberar.
Este gesto simbólico resuena en la historia real del México cardenista. El contexto histórico de Balún Canán —1934 a 1940— no es incidental, sino central. Durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, se gestó una política ambivalente: por un lado, la reforma agraria y la creación del Departamento de Asuntos Indígenas (DAI) buscaban integrar a los pueblos originarios a la vida nacional; por otro, esa integración suponía una erosión de sus formas propias de organización, lengua y cosmovisión. En la novela, esta contradicción se manifiesta en el campo de la infancia: la narradora-niña se mueve entre dos mundos —el ladino y el indígena— sin pertenecer por completo a ninguno. Esa hibridez no es celebrada como riqueza, sino experimentada como escisión.
Rosario Castellanos no sólo denuncia la explotación del indígena por parte de los terratenientes —como lo hicieron autores como B. Traven o Mediz Bolio—, sino que introduce un matiz esencial: el de género. En Balún Canán, el poder no sólo se distribuye por clase o por etnia, sino también por sexo. Las mujeres —indígenas o mestizas— están sujetas a un orden patriarcal que las reduce al silencio, a la obediencia, a la reproducción del sistema. Así, el indigenismo de Rosario no es unívoco: es un discurso polifónico donde raza, clase y género se entrelazan para mostrar que la opresión es un dispositivo complejo, articulado en múltiples niveles.
La elección de una narradora infantil no es un recurso ingenuo ni meramente estilístico: es una estrategia epistemológica. La niña narra desde la periferia del poder, desde la confusión de quien empieza a percibir que el mundo no es justo, desde la grieta que se abre entre lo que se le dice que es y lo que empieza a ver que es. En esa fractura se instala la crítica de Castellanos. La voz de la niña no es sólo un vehículo para contar una historia, sino el lugar donde la palabra empieza a fisurar el discurso dominante. Es ahí donde se revela la eficacia literaria y política de la novela.
El contexto histórico de Chiapas, marcado por la resistencia de los mapachistas, la represión a los pueblos indígenas, el anticlericalismo extremo y las pugnas políticas entre facciones locales, configura un escenario propicio para la fractura del viejo orden hacendario. La llegada del cardenismo a Chiapas —con sus promesas de reforma agraria, castellanización y “mejoramiento de la raza indígena”— introduce una nueva lógica de poder. Pero, como lo muestra Rosario, esta lógica también está atravesada por la instrumentalización del indígena como símbolo de legitimidad, no como sujeto con agencia.
A pesar de los avances del reparto agrario —abolición del trabajo no remunerado, eliminación de castigos físicos, desaparición de las tiendas de raya—, la marginación de los pueblos indígenas persistió. Las políticas del Estado, aunque revestidas de un discurso progresista, no lograron desmontar las estructuras profundas de desigualdad. Balún Canán es una novela que no cae en el elogio fácil de la reforma, sino que revela sus limitaciones, sus contradicciones, sus fracasos. En ese sentido, su crítica no es coyuntural, sino estructural.
No es casual que años más tarde, trabajara en el Instituto Nacional Indigenista y en el Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil. Su labor educativa, su teatro guiñol constitucionalista, su libro bilingüe Mi libro de lectura, son parte de una ética de la acción que complementa la ética de la escritura. No se conforma con señalar el problema: intenta —desde sus posibilidades— abrir espacios para el diálogo, para la comprensión intercultural, para la traducción no sólo lingüística, sino simbólica.
Y sin embargo, la distancia entre las intenciones del Estado y las realidades del campo indígena fue —y sigue siendo— abismal. Rosario lo sabía. Por eso escribió. Por eso, aún hoy, su obra sigue resonando en un país que no ha terminado de asumir su deuda histórica con los pueblos originarios. Balún Canán no es una novela del pasado: es una advertencia para el presente.
En su capacidad de entrelazar la historia personal con la historia nacional, lo íntimo con lo colectivo, lo político con lo poético, Rosario Castellanos logra articular una de las obras más significativas del indigenismo mexicano. Su voz —crítica, lúcida, incómoda— se alza desde el sur para recordarnos que la palabra también es territorio. Y que, en ese territorio, todavía, hay cuentas por saldar.
orozco_zuarth@hotmail.com
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