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Home Opiniones A ESTRIBOR

A ESTRIBOR

3 de julio de 2025
in A ESTRIBOR, Opiniones
A ESTRIBOR
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Los nuevos analfabetas

Juan Carlos Cal y Mayor/Ultimátum

La inteligencia artificial llegó para quedarse. Pero como toda herramienta poderosa, puede ser bien empleada o convertirse en una trampa disfrazada de atajo. Lo que debería represen­tar una oportunidad para potenciar nuestras capacidades, está siendo usada por muchos como una forma de eludir el esfuerzo personal. En vez de estimular la curiosidad o ampliar el conocimiento, algunos usuarios –so­bre todo los más jóvenes– la utilizan para suplantar sus propias ideas. Ni leen, ni entienden, ni se interesan por el contenido que presentan como pro­pio. Copian y pegan. Literalmente.

SOCIEDAD DEPENDIENTE,

PENSAMIENTO ATROFIADO

El riesgo es claro: sustituir la re­flexión por la respuesta inmediata. Lo grave no es que se apoyen en la tecnología –eso sería deseable–, sino que dejen de pensar por sí mismos. Que se vuelvan dependientes. Que ya no escriban, no formulen preguntas, no imaginen. Que vivan con la sen­sación de estar avanzando cuando en realidad se están vaciando. Y si dejamos que esto se normalice, no estaremos frente a una sociedad más inteligente, sino frente a una socie­dad más perezosa, más torpe, más estéril.

NO ES EL FIN DEL MUNDO, PERO SÍ

DE MUCHOS MUNDOS INTERIORES

Las emociones sinceras, el ingenio, la creatividad, la capacidad de asom­bro… todo eso es irreemplazable. La IA puede ayudar a ordenar ideas, a plantear posibilidades, a abrir rutas. Pero no puede ni debe ser el alma de lo que hacemos. Los que la usan como muleta sin tener una pierna rota se están engañando. Están enajenando su capacidad de aprender, de equivo­carse, de crecer. Y peor aún: se están entrenando para no ser necesarios.

LOS VERDADEROS PREDESTINADOS

Quien entienda esto no verá a la IA como un reemplazo, sino como una palanca. Una que le permite saltar más alto, no evitar el salto. Los verdade­ros transformadores del mundo serán los que sepan integrar esta tecnología sin perder el juicio, sin renunciar a la pasión ni al pensamiento crítico. El problema no es la IA. El problema es entregarle las llaves de la conciencia.

LA TRAMPA DE LA SUPLANTACIÓN

Y no se equivoquen: se nota cuan­do alguien intenta pasar por propio lo que nunca pasó por su corazón ni por su mente. La IA tiene un estilo, una voz, una forma de ensamblar ideas que, por más precisa que sea, no logra simular lo humano auténtico. Quien pretenda suplantarse con ella, acaba­rá traicionándose. Lo artificial se no­ta. Pero lo más triste es que, al hacerlo, perderán la oportunidad de descubrir quiénes son realmente.

EL AUTOENGAÑO Y EL PLAGIO

Más allá del plagio tradicional – ese que copia sin citar–, estamos fren­te a una nueva forma de suplantación intelectual: la de quienes presentan trabajos generados por inteligencia artificial sin haberlos entendido ni di­gerido. No se trata solo de deshones­tidad académica, sino de una traición al propósito mismo del conocimiento. Usar la IA como apoyo es legítimo, pero usarla para fingir una compren­sión que no se tiene es una forma de fraude ético. Porque no hay mérito en entregar un texto que uno mismo no podría defender, ni hay aprendizaje real cuando se delega el pensamiento al algoritmo.

LOS ANALFABETAS DEL SIGLO XXI

Se decía que el analfabeta del siglo XXI no sería quien no supiera leer ni escribir, sino quien no supiera aprender, desaprender y reaprender. Hoy, tal vez tengamos que agregar algo más: serán también analfabetas aquellos que deleguen su mente en una máquina. No por falta de recur­sos, sino por falta de voluntad. Porque en el fondo, no hay tecnología que sustituya el deseo de comprender. Y si perdemos eso, ya no habrá inteligen­cia posible –ni artificial ni humana– que nos rescate del abismo.

UN FUTURO IDIOTA

Al paso que vamos, no sería ex­traño terminar habitando la disto­pía que anticipó la película Idiocra­cia en 2007 o el ineludible George Orwell. donde la inteligencia fue marginada, el pensamiento críti­co extinto y la humanidad quedó atrapada en una caricatura grotes­ca de sí misma. No por culpa de las máquinas, sino por la comodidad de quienes prefirieron apagar el ce­rebro antes que hacer el esfuerzo de usarlo. Y ese sí sería, sin duda, el peor de los futuros posibles.

jccymf@yahoo.com

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