Neblina morada
NOVELA DE JOSÉ FALCONI
Primera Parte
José Natarén/Ultimátum
Cuando inicié la lectura de Neblina morada, la novela del poeta José Falconi, apenas habían transcurrido unas horas desde que terminé de ver, una vez más, Eraserhead (of all the movies) del también budista David Lynch. Y digo de todas las películas, porque, de pronto, volví a encontrar cabezas cayendo del nada despejado firmamento de un pueblo homónimo a la novela publicada en 1977, de la eximia académica de origen sefardí Angelina Muñiz Habermas, y que también comparte nombre con la revista fundada por el poeta Víctor Sandoval, también allá en los setenta del siglo precedente. El nombre, instrumento mítico, de fundación, que surgió, como Atenea, de la testa adolorida, del sonante corazón del padre viudo de la poesía mexicana: Tierra Adentro. Y en la provincia del sueño Falconi desarrolla su narración, el sueño narcótico de Adalgisa.
Pero más allá de las cabezas voladoras -que no parlantes- resalta el humor bizarro, el tono pícaro y, más que absurdo, el ambiente surreal –y cuando digo esto resuena, se advierten la filiación política crítica y nociones del psicoanálisis por parte del autor– psicodélico y onírico. Dejando de lado la supuesta –y asumida– invasión extraterrestre, los personajes propios de una troupe de rave, o sea, una pandilla de festival psicodélico, más allá de lo enunciado, Neblina morada resuelve su trama en una súbita circularidad muy bien manejada. Una rotación de 180 grados en la dirección del tiempo narrativo. ¿Volvemos al origen, donde la conclusión es principio, un espacio mínimo donde todos los tiempos en potencia aguardan indiferenciados? ¿o, como en la formulación relativista, del oriundo de Ulm, estamos en función, por una parte, del cristal con que medimos, el que permite definir ancianidad o niñez, si se es gigante o liliputiense, como dependemos de la razón a la que nos movemos respecto a la velocidad de la luz?
Una pregunta más ¿cómo sería un poema concebido desde “ahí”’ (¿ahí?)? ¿Acaso una singularidad lingüística, que no metapoética, tal vez patafísica, dirá o no dirá, dadá-tzará? ¿Por qué planteo estas cuestiones mientras leo Neblina morada? ¿Porque es un libro que estimula la pulsión por conocer, además del mero gozo, vertido en una generosa carcajada? ¿O será porque…? No, mejor no adelanto, nos les cuento, no hago spoiler. Descúbralo, arriesgado, que no –hypocrite– lector: adquiera su ejemplar lo más pronto posible.
Al parecer, Neblina morada es, en su forma y fondo, una rara avis en la narrativa en Chiapas. No sólo por barajar momentos, sino por sus temas. ¿Será acaso la primera ficción -escrita por un chiapaneco- cercana a la comedia y a la fantasía y al absurdo, como la realidad, en la que se muestren filias y fobias, en el poliedro del deseo? A la vez crítica de la moral conservadora, de irónica irreligiosidad, sazonada con la presencia de sicotrópicos, entre tribus urbanas creadas por el autor que, además, se permite imaginar la traducción de un poema “onomatopéyico y prelógico” a un lenguaje vegalinita ¿Será el primer autor de Chiapas que publica un libro como Neblina morada?
De acuerdo con la antología crítica del escritor Alejandro Aldana Sellschopp, publicada por Coneculta en 2019, la tradición de novelistas chiapanecos cuenta, entre sus primeros autores ilustres a Flavio Paniagua, Emilio Rabasa, B. Traven y Rosario Castellanos. Destaca, por supuesto, en ese sentido, pero en época posterior, la obra narrativa de Jesús Morales Bermúdez, Heberto Morales, Marco Aurelio Carballo y Leonardo Da Jandra; entre nuestros novelistas de años más cercanos, es preciso citar a Guadalupe Olalde, Nadia Villafuerte y Luis Antonio Rincón García. Al término de la selección -rigurosa, según el proceder metodológico del estudioso- aparece José Falconi que, si bien comenzó a publicar poesía a fines de los 70 del siglo XX (Cercadas Palabras, poemario merecedor del Premio Iberoamericano Carlos Pellicer), apenas dio a su conocer su primera novela Fragmentaciones, en 2009, por la que obtuvo el Premio Alejandro Ariceaga. Esa última es más cercana a la tradición de novelistas en Chiapas. Neblina Morada diverge, inaugura otra vertiente narrativa en el estado, aunque ya ensayada por otros autores de México, sabrán los conocedores. Fragmentaciones fue reeditada por el Coneculta Chiapas en 2016.
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