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Home Opiniones A ESTRIBOR

A ESTRIBOR

4 de julio de 2025
in A ESTRIBOR, Opiniones
A ESTRIBOR
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La soberanía hipotecada

Juan Carlos Cal y Mayor/Ultimátum

Vox populi vox dei, “La voz del pueblo es la voz de Dios”, re­piten algunos políticos con devoción impostada. Y se colocan, por supuesto, como únicos intérpretes de esa voz sagrada. Hablan como si el pueblo fuera un ente único, indivisible, unánime… y, curiosamente, siempre de acuerdo con ellos. Si alguien disiente, no es parte del pueblo, sino enemigo del pueblo. Así se establece una peligrosa dicotomía: o estás con el líder o estás contra la nación. O te adhieres, o traicionas.

En esa retórica, el pueblo ya no pien­sa: es pensado. Ya no decide: es decidido. Ya no delibera: es pronunciado en voz ajena. Y esa es, quizás, la forma más insi­diosa de la delegación del pensamiento, esa que no se impone por decreto sino por seducción populista. El ciudadano, cansado de la complejidad, hipoteca su soberanía intelectual a cambio de certe­zas fáciles. Entrega su voz al caudillo, su juicio al partido, su conciencia al algo­ritmo. Y se siente representado, aunque sea en realidad manipulado.

DEL YO AL NOSOTROS

En la democracia, los representan­tes deben hablar ante el pueblo, no en nombre del pueblo. Pero el populismo invierte la ecuación: convierte al man­datario en encarnación del mandante. Es el viejo recurso del mesianismo po­lítico. “No soy yo, es el pueblo el que me pide esto”, dicen, mientras concentran poder, descalifican críticos, justifican abusos y arman narrativas binarias donde toda objeción es traición.

No se trata sólo de una trampa re­tórica, sino de una renuncia colectiva al juicio propio. Ya lo advertía Immanuel Kant en 1784, en su ensayo ¿Qué es la Ilustración?: “La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. […] ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!”

Pero muchos prefieren el cómodo refugio de una verdad prefabricada. Y así, como decía Byung-Chul Han, de­jamos de ser sujetos para convertirnos en clientela: “La transparencia es el im­perativo que convierte al sujeto en una cosa visible, medible, controlable. Ya no se piensa, se consume información.”

UNA TRAMPA CON HISTORIA

No es nuevo. Robespierre guillo­tinó en nombre del “pueblo virtuoso”. Hitler invocó al “pueblo alemán” pa­ra justificar su cruzada de exterminio. Chávez hablaba del pueblo bolivariano como si lo llevara en la sangre. López Obrador repetía “el pueblo está feliz” aunque los datos y las realidades digan otra cosa.

Hannah Arendt, en su estudio so­bre Eichmann en Jerusalén, describe cómo el pensamiento se ausenta cuan­do la obediencia se justifica en nombre de una causa superior: “La principal característica del mal en nuestros días es que se comete sin convicción, sin maldad, sin intención demoníaca — como si no hubiera sido cometido por seres humanos en absoluto—, sino por personas que simplemente no pensa­ron si lo que hacían era bueno o malo.”

Eso es lo que ocurre cuando se hi­poteca la conciencia: lo ético se diluye en lo colectivo. Lo justo en lo conve­niente. Lo verdadero en lo útil.

PENSAR COMO ACTO DE SOBERANÍA

La soberanía no se limita al voto. Se ejerce también cada vez que alguien piensa por su cuenta, duda, pregunta, contrasta, incomoda. La democracia no necesita creyentes, sino ciudadanos críticos. No requiere unanimidad, sino pluralidad. Y no se sostiene con dog­mas, sino con argumentos. Cornelius Castoriadis ya lo decía con claridad: “Una sociedad autónoma es aquella que se interroga sobre sus propias institu­ciones y las modifica conscientemente.”

Hipotecar la soberanía del pensa­miento es el primer paso hacia su pér­dida real. Y cuando eso ocurre, lo que queda no es el pueblo, sino la masa. No es la libertad, sino la obediencia. No es la voz colectiva, sino el eco amplificado de un solo discurso.

jccymf@yahoo.com

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