En Canciones, su nueva plaqueta, el poeta chiapaneco José Falconi condensa medio siglo de búsqueda líric
CULTURA/José Natarén
Canciones, plaqueta de José Falconi (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1953), está conformada por doce poemas que pueden leerse como un canto de largo aliento. Es una de las más recientes entregas de un autor con casi medio siglo en el oficio de nombrar el mundo. Poeta, cuentista, novelista; tallerista articulista y ensayista tuxtleco, inscrito en la tradición de los poetas genuinamente latinoamericanos, los que, de una generación a otra, preservan el temple y expresión propia de nuestro continente. Exuberancia y sensualidad, calores y colores, contingencia y azar, mestizaje y lucha perpetua, devenir y facticidad: América, yuxtaposición de contingencias frente a la antigua unidad y a la vigente dislocación de los grandes discursos europeos. En esta América surge la expresión personalísima de José Falconi.
Una obra que dialoga con nuestros ilustres mexicanos: Luis G. Urbina, Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, Jaime Sabines. Por su parte, el autor reconoce a dos figuras tutelares: Juan Bañuelos y el guatemalteco Carlos Illescas. Una obra que abreva tanto de Lorca y de Vallejo como de los malditos franceses, de Rimbaud a Artaud. Una obra en la que se conjugan elementos de cosmovisiones en apariencia incompatibles, reconciliados por la fina mirada del artista. El mundo indígena y el trascendentalismo oriental, del nagual al zen, del tonal al brahmán, de Tlatelolco y el jueves de Corpus Christi a las regiones ya visibles por el ácido lisérgico, ha cabalgado el hombre que nos dice su verdad en este libro. En canciones se advierte continuidad de ciertas búsquedas. Pero también la renovación del lenguaje, de su propio corpus de símbolos, el mismo desde Aguamuerte (1978) hasta los Sonetos (2013); persistencia de la voz original del poeta, reinventada, como la realidad, refigurada y vuelta a ser interpretada. Y el poeta, -el mismo y siempre otro- se lanza al enigma del mundo en cada libro. Pero en esta plaqueta, en particular, observamos una suma, una muestra gozosamente representativa de la poesía de Falconi.
¿Qué es poesía? Radioso arcángel o enemigo rumor, a decir de Díaz Mirón y de Lezama Lima, al respecto. Una y más definiciones de los sabios que han sido. Pero también el silencio. Pero también lo indecible, lo mutable y lo inmutable. Lo simultáneo: opuestos conciliados y afines en riña. Pero también el signo de otro espacio y otro tiempo emergiendo del vacío entre una frase y otra: el presente. Todo o, al menos, toda posibilidad humana reside en la Palabra, y pueda ser que ella solo habite en el límite de la carnalidad, en su propio cuerpo, eslabón de símbolos, en su propio territorio refulgente: el poema, la casa del verbo original. El mundo del poeta. ¿Y qué dice el poeta de su espacio primero? ¿qué dice, no de los poemas, no de “el poema” como abstracción, sino de este y no otro, el que usted -atento y honesto lector-tiene a su alcance; en el mejor de los casos, impreso y en sus manos, en la soledad del encuentro de sí mismo frente al texto que nos habla. Por lo pronto, escuchemos al poeta José Falconi. Nos dice:
Este poema es un cuchillo de bruma,
es una broma que brama y siembra confusión
como una flecha que atravesara una parvada.
Este poema es un cielorraso de armadillos
que cardan besos en la rodilla de la tarde.
este poema es la danza desgarbada de la muerte
en su cuchitril atávico.
O bien, es un tan solo un pensamiento
Que rumia ruinas y ripios en el enigma del poniente.
Este poema creció con largueza entre mis huesos
Como una imagen bíblica de languidez extrema
En la ventana aullante en que cavan mi sepulcro
Es -ya lo dije- un cuchillo de bruma
Una broma que brama
Un puñal que despierta en el rojo follaje de tus ojos
Para obsequiarme la otra vida.
El sueño.

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