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Pepita Peña, La Mariscala

22 de julio de 2025
in Especial
En 1864, con solo 17 años, María Josefa Peña y Azcárate —sobrina de Manuel Gómez Pedraza— acudió al baile ofrecido por el imperio de Maximiliano y Carlota.

En 1864, con solo 17 años, María Josefa Peña y Azcárate —sobrina de Manuel Gómez Pedraza— acudió al baile ofrecido por el imperio de Maximiliano y Carlota.

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En 1864, con solo 17 años, María Josefa Peña y Azcárate —sobrina de Manuel Gómez Pedraza— acudió al baile ofrecido por el imperio de Maximiliano y Carlota.

El Duque de Santo Ton/Ultimátum 

Era una hermosa joven de 17 años, cuando en 1864 María Josefa de las Angustias Bonifacia Brígida Federica Pascuala Feliciana de la Santísima Trinidad Peña y Azcárate, mejor conocida como “Pepita Peña”, acudió, del brazo de su primo Enrique Peña, al primer gran baile que el gobierno de Francia, representado por el mariscal Aquiles Bazaine, ofrecía en honor de los recién coronados emperadores de México, Maximiliano y Carlota, en el palacio de Buenavista en la Ciudad de México. La cosa no hubiera tenido nada de particular, de no ser porque la muchacha pertenecía a una distinguida familia juarista y era sobrina del ex presidente Manuel Gómez Pedraza. 

Sin embargo, Pepita, como casi todos los miembros de la recién nacida aristocracia mexicana la llamaban, quería estar cerca de los que ella creía que eran los vencedores: los nuevos emperadores sustentados por el mejor ejército de su época, el de Francia. El emperador pertenecía a la familia de los Habsburgo Lorena y la emperatriz a los Sajonia Coburgo Gotha, la sangre de ambos era mucho más azul que las aguas del puerto de Veracruz. Pepita, vestida como una reina, de inmediato llamó la atención del mariscal, quien a sus 54 años no tuvo reparo en cortejar a la niña, que se sentía deslumbrada por aquel francés viudo, rico, elegante y famoso mundialmente. 

De belleza neoclásica sublime, el palacio fue edificado por el arquitecto valenciano Manuel Tolsá, por órdenes de la marquesa de Sierra Nevada para su hijo, el conde de Buenavista, quien murió antes de habitarlo. El palacio pasó a manos de diversos dueños durante gran parte del siglo XIX, siendo ocupado por varias familias acaudaladas y destacados personajes de la vida política de México. En 1843 el presidente Santa Anna eligió la casa para pasar el verano, por lo que fue lujosamente amueblada y arreglada con cargo al erario público. Después de esa temporada, la mansión volvió a caer en el abandono, para después ser vendida a otros propietarios, hasta que fue adquirida por el Imperio Mexicano de Maximiliano para alojar al mariscal francés Aquiles Bazaine. 

Después de un breve noviazgo, la pareja contrajo nupcias en la desaparecida capilla del Palacio Imperial, hoy Palacio Nacional. Sus padrinos fueron Maximiliano y Carlota y la bendición nupcial la dio el arzobispo Pelagio Labastida y Dávalos. La prensa habló de la suntuosa ceremonia, del banquete, del vestir de damas y de los caballeros, muchos con uniformes deslumbrantes por las condecoraciones. 

Con motivo de su casamiento, los emperadores obsequiaron a la pareja el palacio que habitaba Bazaine, que se convertiría en el hogar familiar. Para entregar el regalo, Maximiliano escribió un mensaje al militar: “Queriendo darle a usted una prueba tanto de amistad personal como de mi reconocimiento por los servicios prestados a nuestra patria, y aprovechando la ocasión del matrimonio de usted, le damos a la Mariscala Bazaine el palacio de Buenavista, incluyendo los jardines y los muebles, bajo la reserva de que el día que usted se vuelva a Europa, o si por cualquier motivo no quisiera usted conservar la posesión de dicho palacio para la Mariscala, la Nación volverá a hacerse de él, en cuyo caso se obliga el gobierno a dar a la Mariscala, como dote, cien mil pesos.” El sueño terminó cuando Napoleón III ordenó la retirada de los franceses del territorio nacional, y Pepita, junto con su marido y familia, tuvo que partir rumbo a Francia mientras se resquebrajaba el Imperio de Maximiliano. 

En Europa, la exótica dama mexicana causó sensación en la corte parisina, a la que fue integrada por la emperatriz Eugenia quien era española y hablaba el mismo idioma que Pepita. Pero era aquel otro sueño que se desvaneció al igual que el Segundo Imperio Francés y lo mismo que la fortuna del mariscal Bazaine, de quien enviudó. Sus hijos permanecieron en Europa y derrotada Pepita volvió a México, empobrecida y sumergida en una terrible soledad que la acompañó hasta su muerte ocurrida en 1900, cuando estaba a punto de cumplir 53 años. 

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