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Home Opiniones ECOLOGIA HUMANA

EL MITO DE LAS RAZAS HUMANAS 

4 de agosto de 2025
in ECOLOGIA HUMANA, Opiniones
Estudios genéticos confirman que todos los humanos somos 99.9 % idénticos. El racismo, aunque sin base científica, persiste. En EE.UU., latinos siguen siendo perseguidos por “parecer” lo que otros desprecian. La biología lo dice claro: no hay razas, solo una especie humana con historia común.

Estudios genéticos confirman que todos los humanos somos 99.9 % idénticos. El racismo, aunque sin base científica, persiste. En EE.UU., latinos siguen siendo perseguidos por “parecer” lo que otros desprecian. La biología lo dice claro: no hay razas, solo una especie humana con historia común.

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Estudios genéticos confirman que todos los humanos somos 99.9 % idénticos. El racismo, aunque sin base científica, persiste. En EE.UU., latinos siguen siendo perseguidos por “parecer” lo que otros desprecian. La biología lo dice claro: no hay razas, solo una especie humana con historia común.

ECOLOGÍA HUMANA/Amado Rios Valdez

Durante siglos, la humanidad ha vivido bajo la influencia de la idea de que existen razas humanas distintas, cada una con características físicas, intelectuales o morales supuestamente heredadas. Esta concepción, reforzada por teorías pseudocientíficas en el siglo XIX y por prácticas coloniales y esclavistas, ha servido como base ideológica del racismo. Sin embargo, los avances en la genética, la antropología, la biología evolutiva y otras disciplinas han demostrado que el concepto biológico de raza carece de validez científica. El racismo parecería extinto hace tiempo, sin embargo, revive cada tanto en diferentes partes del mundo, o nunca se ha ido, y hoy lo vivimos con crudeza en los Estados Unidos y la persecución encabezada por su presidente Donald Trump contra los inmigrantes latinos, a quienes se les persigue, encarcela o deporta por ser latinos, por parecer latinos, no por ningún delito en particular. 

Una sola especie, una sola humanidad

La evidencia científica actual es contundente: todos los seres humanos pertenecemos a una sola especie, Homo sapiens sapiens, y compartimos una ascendencia común. Según el Proyecto del Genoma Humano, finalizado en 2003 y complementado por investigaciones más recientes, la similitud genética entre cualquier par de personas del mundo alcanza el 99.9%. Esto significa que las diferencias genéticas reales entre seres humanos son ínfimas. Además, esas variaciones no se agrupan de forma ordenada por continentes ni regiones, sino que se presentan de manera continua, sin divisiones marcadas. Por ejemplo, el color de piel varía gradualmente en función de la latitud y no define grupos genéticos cerrados.

Este patrón de diversidad es propio de una especie joven en términos evolutivos. Homo sapiens surgió en África hace aproximadamente 300,000 años y, hace alrededor de 60,000 años, comenzó una expansión por el planeta. Desde entonces, las poblaciones humanas han permanecido conectadas por migraciones, mezclas y desplazamientos. Esa historia compartida es la razón por la cual no existen razas biológicas: no hubo tiempo suficiente ni aislamiento prolongado como para que surgieran linajes humanos genéticamente separados.

Evolución y adaptaciones, no razas

Muchas de las características que se han utilizado históricamente para definir las supuestas razas humanas —como el color de piel, la forma de los ojos o la textura del cabello— son en realidad adaptaciones evolutivas a diferentes entornos geográficos y climáticos. Estas diferencias son funcionales, no estructurales, y no implican ningún tipo de jerarquía ni división biológica profunda.

La ciencia ha identificado que estas adaptaciones involucran solo un pequeño número de genes y no corresponden a agrupamientos genéticos amplios. Investigadores como la genetista Sarah Tishkoff y el antropólogo John Relethford han mostrado que la mayor parte de la variación genética humana se encuentra dentro de las poblaciones, no entre ellas. Esto refuerza la conclusión de que no existen “razas” desde un punto de vista evolutivo: somos una especie extraordinariamente homogénea en comparación con otros animales, como los chimpancés o los gorilas, que sí presentan poblaciones genéticamente diferenciadas.

La genética moderna desmantela el racismo

La genética molecular ha sido clave para derribar las bases biológicas del racismo. Estudios recientes han confirmado que las clasificaciones raciales tradicionales no reflejan la estructura genética real de la humanidad. En una publicación de 2023 en la revista Science, un equipo internacional demostró que las etiquetas raciales como “negro”, “blanco”, “latino”  o “asiático” son categorías culturales sin correlación genética precisa. De hecho, en muchos casos, las diferencias dentro de un grupo racial etiquetado socialmente son mayores que entre diferentes grupos.

Además, la medicina ha comenzado a replantearse el uso del concepto de raza en diagnósticos y tratamientos. Tradicionalmente, algunas enfermedades eran consideradas “más frecuentes” en ciertas razas, lo que ha llevado a errores clínicos. Hoy se sabe que esos patrones son más explicables por factores ambientales, históricos o sociales que por diferencias genéticas. Por ejemplo, la hipertensión no es más común en personas afrodescendientes por una predisposición genética, sino por las consecuencias del racismo estructural, el estrés crónico, el acceso limitado a servicios de salud y condiciones socioeconómicas adversas.

La raza como construcción social y política

El hecho de que las razas no existan en términos biológicos no significa que el racismo no exista. Al contrario: el concepto de raza, aunque científicamente inválido, sigue teniendo efectos sociales devastadores. En contextos históricos como la colonización, la esclavitud, el apartheid o el nacionalismo extremo, la idea de razas humanas sirvió para justificar el dominio, la exclusión y la violencia. En la actualidad, estas ideas persisten en formas más sutiles, a través del racismo institucional, la xenofobia o las narrativas identitarias excluyentes. En este sentido, la raza debe entenderse como una construcción social: una categoría impuesta por contextos históricos y estructuras de poder que ha sido interiorizada por las sociedades. Esta visión es sostenida por la antropología moderna y por organizaciones internacionales como la ONU y la UNESCO. La comprensión de la raza como una ficción social con consecuencias reales nos permite enfrentar con mayor eficacia el racismo, desmontando su supuesta base científica y atacando sus raíces culturales y estructurales.

Educación, divulgación científica y justicia social

Para superar el mito de las razas humanas, es esencial fomentar una educación científica, crítica y antirracista. Las escuelas, los medios de comunicación y las instituciones públicas tienen la responsabilidad de transmitir un conocimiento actualizado sobre la diversidad humana. En los últimos años, se han multiplicado las iniciativas académicas para visibilizar la unidad de la especie humana. En 2020, más de 100 sociedades científicas firmaron una declaración global que afirma de manera rotunda: “No existen razas humanas en sentido biológico. El racismo no tiene base científica”.

Una sola humanidad para un futuro común

El mito de las razas humanas ha sido una de las ideas más perjudiciales y persistentes en la historia de la humanidad. Aunque la ciencia ha demostrado con claridad que no existen razas biológicas entre los seres humanos, las secuelas sociales de esta idea siguen vivas. Superar el racismo no implica negar las diferencias culturales ni la historia de discriminación, sino reconocer que todos los seres humanos compartimos una herencia genética común, capacidades similares y una dignidad intrínseca. La ciencia debe en este caso también contribuir a la justicia. En un mundo globalizado y plural, asumir nuestra unidad como especie es el primer paso para construir una convivencia basada en la igualdad, el respeto y los derechos humanos.

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