“La gobernabilidad en México con rostro femenino”
Rodolfo L. Chanona/Ultimátum
El camino hacia la presencia de mujeres en los principales espacios de poder en México, no puede entenderse sin recordar 1953, año en que se reconoció el derecho al voto femenino, con la publicación en el Diario Oficial del nuevo artículo 34 Constitucional, para que las mexicanas gozaran de la ciudadanía plena. Ese logro, resultado de décadas de lucha social, abrió las puertas para que las mexicanas pudieran no solo elegir, sino también ser elegidas.
Desde entonces, la historia política del país comenzó a cambiar, aunque lentamente y con múltiples resistencias. Hoy, a setenta y dos años después, México vive un momento inédito, en donde mujeres ocupan los puestos más relevantes de la gobernabilidad.
Claudia Sheinbaum en la Presidencia de la República, Kenia López Rabadán Presidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, Laura Itzel Castillo Juárez Presidenta de la Mesa Directiva del Senado de la República, Mónica Aralí Soto Fregoso Magistrada presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, Celia Maya García Magistrada presidenta del Tribunal de Disciplina Judicial, Guadalupe Taddei Zavala Presidenta del Consejo General del Instituto Nacional Electoral, así como, otras secretarías estratégicas.
La presencia femenina en el poder no es ya un hecho aislado ni meramente simbólico. Constituye un giro trascendental en la manera de pensar, ejercer y proyectar la política nacional.
Este cambio no surge de la nada, ha sido el resultado de décadas de luchas feministas, de reformas legales en materia de paridad y de un empuje social que exigió que, el liderazgo político reflejara la composición real de la ciudadanía. Hoy, México se encuentra ante una oportunidad histórica, la de demostrar que la inclusión de mujeres en la toma de decisiones no solo representa un acto de justicia, sino también una estrategia de fortalecimiento democrático.
Las expectativas son diversas. Para una parte de la población, la esperanza recae en que el liderazgo femenino impulse un estilo de gobernanza más incluyente, menos confrontativo y más orientado a la negociación, colocando al centro de la agenda social, la equidad salarial, la lucha contra la violencia de género, la protección de las infancias y el acceso universal a la salud. También, de transformar los estilos de liderazgo, que durante décadas se asociaron a prácticas de verticalidad, autoritarismo y opacidad.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que la sola presencia de mujeres en el poder garantiza un cambio automático. La gobernabilidad mexicana sigue enfrentando enormes desafíos, como es el crimen organizado, la desigualdad social, la crisis climática, el rezago educativo y la desconfianza ciudadana hacia las instituciones.
El reto para las mujeres que hoy ocupan puestos estratégicos será demostrar que, a pesar de las inercias políticas y de los intereses que operan tras bambalinas, es posible gobernar con otra lógica, con una visión que abra espacios a la pluralidad y que priorice las necesidades de la gente.
Un sector crítico de la sociedad observa con cautela, consciente de que el “techo de cristal” no desaparece de la noche a la mañana y que muchas veces las mujeres en el poder se ven obligadas a reproducir esquemas tradicionales de mando para ser reconocidas como legítimas. El riesgo está en que el cambio sea superficial, en que la narrativa de la paridad quede como un logro estético, sin traducirse en transformaciones sustantivas.
La gobernabilidad mexicana encabezada por mujeres es por tanto, una prueba de fuego; no solo para quienes hoy detentan el poder, sino también para la sociedad en su conjunto. Representa la posibilidad de redefinir la política desde un enfoque más humano, transparente y solidario. El éxito o el fracaso de este momento histórico no dependerá únicamente de las lideresas, sino también de nuestra capacidad colectiva para acompañar, vigilar y exigir que el ejercicio del poder se traduzca en mejores condiciones de vida para todas y todos.
México vive un tiempo de expectativas renovadas. Que este rostro femenino en el poder sea sinónimo de esperanza, dependerá de que la inclusión se convierta en verdadera transformación.