Resiliencia y biodiversidad ante los desastres naturales
Carlos Serrano /Ultimátum
Chiapas es un estado privilegiado por su riqueza natural, pero al mismo tiempo altamente vulnerable ante la fuerza de la naturaleza. Terremotos y lluvias extremas han marcado la historia reciente: en 1995, un fuerte sismo en la región de Villaflores y Ocozocoautla evidenció la fragilidad de nuestras construcciones; en 2005, el huracán Stan dejó miles de damnificados y destruyó infraestructura carretera y dejó daños en 32 mil viviendas; en 2017, vivimos en carne propia los efectos del terremoto de magnitud 8.2 con epicentro en Pijijiapan, lo que volvió a poner a prueba la fortaleza de nuestro pueblo; y este año, las lluvias ocurridas hace unos días en San Cristóbal de Las Casas y en Tapachula nos recordaron que hay una asignatura pendiente con nuestro medio ambiente y con el Cambio Climático, que llegó para quedarse.
Son hechos dolorosos que no debemos olvidar. En los últimos 30 años, Chiapas ha sido un laboratorio de aprendizaje en materia de prevención y resiliencia. Hemos comprobado que la memoria histórica de estos fenómenos no puede quedar solo en recuentos de tragedias, sino que debe convertirse en motor de acción para fortalecer a nuestras comunidades, para reducir riesgos y, sobre todo, para proteger lo más valioso, que es la vida de las personas.
Cada vez es más urgente que los tres órdenes de gobierno refuercen las acciones preventivas y convoquen a la sociedad civil, porque solo así se pueden sumar recursos, experiencia y compromiso para mitigar los efectos de los desastres naturales. En el caso de las lluvias, que año con año golpean con más fuerza debido al cambio climático, el trabajo conjunto permite aminorar los daños a la infraestructura y al patrimonio de las familias chiapanecas.
El gobernador Eduardo Ramírez Aguilar ha entendido la magnitud del desafío y no ha sido ajeno a esta realidad. Desde el inicio de su gestión, colocó al medio ambiente y a la protección civil como prioridades de su agenda. Una muestra clara es el programa de restauración de microcuencas, que no solo previene desastres, sino que fortalece la conservación de nuestra biodiversidad. Este esfuerzo ha sumado voluntades y recursos, con el respaldo de la presidenta Claudia Sheinbaum y con la reciente visita de la secretaria de Medio Ambiente, Alicia Bárcenas.
Juntos encabezaron acciones fundamentales esta misma semana: la segunda sesión del Consejo Estatal de Restauración y Saneamiento de Microcuencas; el pago por servicios ambientales a comunidades para la conservación de más de 12 mil hectáreas de la Selva Lacandona; y la conferencia magistral “México ante el Cambio Climático, rumbo a la COP30”, donde la funcionaria federal expuso la Estrategia Nacional contra el Cambio Climático y el compromiso de nuestro país de reducir en un 35% las emisiones de gases de efecto invernadero.
Estos hechos no son aislados, puesto que forman parte de una política humanista y visionaria que entiende que cuidar la biodiversidad también es cuidar a la gente. La selva, los ríos, los bosques y las cuencas de Chiapas son el gran pulmón de México y de Latinoamérica; conservarlos es vital no solo para enfrentar el cambio climático, sino también para reducir riesgos de desastres. Debemos pensar en el presente y futuro: una microcuenca restaurada retiene agua, controla escurrimientos y disminuye la fuerza destructiva de las lluvias; una comunidad que recibe pagos por servicios ambientales fortalece su economía mientras protege los recursos naturales; un estado que apuesta por la prevención, en lugar de reaccionar tras la tragedia, es un estado más resiliente.
El compromiso por la conservación de nuestra biodiversidad es mayúsculo y Chiapas cumple un papel preponderante en este desafío global. Pero la responsabilidad no recae únicamente en el gobierno estatal. El reto está en la participación de todos, desde los ayuntamientos que deben planear con responsabilidad el uso del suelo y los asentamientos –en donde por cierto el Congreso del Estado aprobó hace una semana solamente 92 planes municipales de desarrollo con observaciones y los municipios de Sitalá y El porvenir no los presentaron-, hasta las comunidades que día a día conviven con el riesgo. Por ello, Eduardo Ramírez ha lanzado un llamado urgente a poner manos a la obra y no esperar a que ocurra un nuevo desastre.
La historia nos ha mostrado que los desastres naturales no distinguen fronteras ni colores políticos. Los sismos y las lluvias han cobrado vidas, han destruido patrimonio y han golpeado duramente a Chiapas, pero también nos han enseñado la importancia de trabajar unidos, de construir resiliencia y de entender que la biodiversidad no es un lujo, sino una estrategia vital para nuestra supervivencia y protección.


