Expertos advierten que la planeación deficiente y la presión inmobiliaria han reducido estos espacios vitales. Lejos de un lujo estético, son esenciales para la salud pública, la resiliencia climática y la justicia urbana.
ECOLOGÍA HUMANA/Amado Ríos Valdez
Hoy en día la humanidad vivimos mayoritariamente en zonas urbanas. A nivel mundial, unos 55-56 % de la población vive en zonas urbanas y México, aproximadamente 87.4 % de la población vivimos en áreas urbanizadas.
La vida urbana contemporánea enfrenta un dilema que ya no puede posponerse: ¿seguiremos construyendo ciudades dominadas por el concreto y el asfalto, o apostaremos por urbanidades vivas, saludables y resilientes en las que los árboles y las áreas verdes sean reconocidos como infraestructura esencial? En México, como en muchas ciudades del mundo, la falta de planeación verde, la presión inmobiliaria y la desigualdad en la distribución del suelo han dejado a millones de habitantes con menos espacio verde del que recomiendan los estándares internacionales. Lejos de ser un lujo estético, las áreas verdes son clave para la salud pública, la resistencia climática y la justicia urbana.
Servicios ecosistémicos medibles: salud, aire y clima
Los árboles y parques urbanos son fábricas silenciosas de servicios ambientales. Investigaciones recientes publicadas en revistas científicas demuestran que la cobertura arbórea reduce hasta en un 15 % la mortalidad relacionada con olas de calor, disminuye niveles de partículas PM2.5 y ozono atmosférico en áreas de alta densidad vehicular, y mejora la salud mental al reducir el estrés y la depresión. Estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) muestran que habitar cerca de áreas verdes de al menos 0.5 hectáreas se asocia con mayor esperanza de vida y menores tasas de obesidad infantil. Además, el arbolado urbano contribuye a la infiltración de agua, reduciendo riesgos de inundación, y a la mitigación de la isla de calor, con descensos locales de temperatura de entre 2 y 4 grados centígrados en zonas arboladas respecto a superficies pavimentadas.
Estándares internacionales y metas nacionales: la brecha entre la ciencia y la realidad
Aunque no hay un único estándar universal, la OMS recomienda garantizar que toda persona viva a menos de 300 metros de un espacio verde de al menos media hectárea. En términos de superficie, múltiples agencias —incluido el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y UN-Habitat— sugieren un mínimo de 9 m² por habitante como umbral de subsistencia, y metas óptimas de 30 a 50 m² por habitante para ciudades que buscan una calidad de vida mínima. En México, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) reconoce este rango (9m2 de área verde por habitante) y plantea que, para reducir desigualdades socioambientales, se requieren metas escalonadas que consideren calidad, accesibilidad y equidad espacial, más allá de la mera cantidad de metros cuadrados.
Radiografía verde: las 10 principales ciudades mexicanas frente a los estándares
Los datos recientes muestran una realidad preocupante. La Ciudad de México cuenta con cerca de 7.5 m² por habitante, con grandes desigualdades entre alcaldías. Guadalajara tiene alrededor de 5.5 m² por habitante, muy por debajo de las recomendaciones mínimas. Monterrey registra entre 4.6 y 6.7 m² por habitante, con un déficit marcado en áreas populares. Puebla apenas alcanza entre 1.9 y 2.9 m² por habitante, una de las cifras más bajas del país. Tijuana dispone de solo entre 2 y 3 m² por habitante en promedio. León se sitúa entre 3 y 9 m² por habitante según se incluyan áreas privadas y periurbanas. Ciudad Juárez reporta aproximadamente 6.8 m² por habitante, mientras que Querétaro registra alrededor de 8 a 9 m², aún insuficiente. Mérida cuenta con entre 5 y 7 m² por habitante, con brechas entre colonias, y Zapopan, pese a sus parques metropolitanos, se mantiene por debajo de los 9 m² por habitante, con concentración en áreas de mayor ingreso. Estas cifras demuestran que ninguna de las principales ciudades mexicanas alcanza los 30 m² recomendados como meta óptima y la mayoría ni siquiera cumple con los 9 m² mínimos de referencia internacional.
Más allá de la cantidad: desigualdad y calidad en el acceso
El problema de las zonas urbanas mexicanas no se limita al déficit de superficie verde, sino a su inequitativa distribución. Las colonias con mayor ingreso concentran parques y corredores verdes, mientras que en zonas marginadas los habitantes carecen de espacios seguros, accesibles y bien mantenidos. La desigualdad social se expresa también como desigualdad ambiental, la injusticia social es también injusticia social, las políticas públicas y la planificación urbana reflejan y repiten este esquema de exclusión social. Esto genera un círculo vicioso: los sectores con más vulnerabilidad ambiental y social son los mismos que menos disfrutan de los beneficios de la naturaleza urbana. Además, gran parte de los espacios existentes presentan problemas de calidad: árboles mal podados, parques sin mantenimiento, especies exóticas invasoras y falta de infraestructura básica como alumbrado, bancas, etc.
Estrategias para recuperar el verde urbano: de la política a la práctica
Para revertir esta tendencia, los expertos coinciden en que se requieren políticas públicas integrales y sostenidas en el tiempo. Entre las principales medidas destacan establecer metas obligatorias de superficie verde por habitante en los planes de desarrollo urbano, priorizar barrios con déficit mediante la creación de microparques, corredores arbolados y jardines escolares, barriales, públicos cercanos y atractivos, invertir en mantenimiento y arboricultura técnica sustituyendo especies invasoras por nativas y resistentes al cambio climático, reconectar áreas periurbanas con la ciudad a través de corredores ecológicos, incentivar la participación comunitaria en el cuidado de parques y camellones e incorporar las áreas verdes en la planificación de infraestructura hídrica y climática, reconociendo su papel como sumideros de carbono, esponjas urbanas y reguladores térmicos.
En un país donde la crisis climática ya se siente con olas de calor, sequías extremas y mala calidad del aire, los árboles y las áreas verdes no pueden seguir considerándose adornos. Son una inversión estratégica que paga dividendos en salud pública, justicia ambiental y cohesión social.
