Si algo se transformó, fue la habilidad para disfrazar los vicios de siempre con palabras nuevas.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
Hay preguntas que incomodan más que un vaso de agua servido en copa de plástico: ¿realmente vivimos una transformación con Morena? A lo lejos, el discurso suena solemne: la Cuarta Transformación, el movimiento histórico que supuestamente cambiaría la vida pública del país. Pero al ras del suelo, donde se siente la política en carne viva, pareciera que lo único que se transformó fue el color de las banderas, no las conciencias de quienes las enarbolan.
Me asalta la ironía: los mismos que antes besaban el anillo del priísmo, ahora levantan los dedos en señal de morenismo, sobrados de arrogancia y cinismo. Si en el pasado vivíamos en el “partidazo”, hoy estamos atrapados en un país de las mentiras, donde las viejas prácticas se reciclan con nuevo logotipo. Cambiamos de uniforme, pero no de juego.
En días pasados, desde el Senado, el PRI —ese mismo PRI que debería sonrojarse cada vez que se mira al espejo— exhibió al exgobernador chiapaneco Rutilio Escandón en una manta que acusaba a Morena de encabezar un “narco-gobierno”. Alejandro Moreno, con un aire de fiscal improvisado, difundió un organigrama donde aparecían López Obrador, Adán Augusto y una red de supuestos “narcopolíticos” incrustados en el aparato público. El PRI señalando a Morena por vínculos con el crimen: el cinismo en modo espejo, como si un ladrón acusara al otro de robarse las llaves de la caja fuerte.
Y sin embargo, más allá del espectáculo parlamentario, algo queda en evidencia: los rostros cambian, los discursos se renuevan, pero las prácticas permanecen. En Chiapas lo sabemos bien. Funcionarios que hoy se juran guardianes de la “nueva era morenista” llevan tatuadas en el alma las viejas mañas priístas: clientelismo, compadrazgo, simulación. Tienen boca morenista, pero sangre priísta. Una especie de Frankenstein político que combina lo peor de ambos mundos.
Si algo se transformó, fue la habilidad para disfrazar los vicios de siempre con palabras nuevas. Hoy ya no se habla de cacicazgos, sino de “liderazgos regionales”; no se negocian favores, se “atienden gestiones”; no se reparten huesos, se “designan responsabilidades”. La semántica como maquillaje, el poder como costumbre.
Entonces, ¿qué se transformó? No la justicia, que sigue rezagada. No la política social, que apenas sobrevive entre padrones opacos. No la ética pública, que se marchita cada vez que un funcionario se aferra a la silla como si fuera herencia. Lo único que parece transformarse es la paciencia de la gente, que ve cómo los discursos se inflan mientras los resultados se desinflan.
Quizás ya vayamos rumbo a la Quinta Transformación. Una en la que no se hable de revolución ni de regeneración, sino de resignación. Una transformación en la que el cinismo se institucionaliza, la mentira se normaliza y la corrupción se recicla con manual actualizado. Una quinta etapa en la que la ironía se vuelve política de Estado: “Todo cambió para que nada cambiara”.
En Chiapas, ese laboratorio de contrastes, el público aplaude, la obra sigue, y los protagonistas cambian de camiseta pero no de libreto.
Así que, le devuelvo la pregunta: ¿qué se transformó con Morena? Yo sólo alcanzo a ver que el decorado es distinto, pero la trama es la misma. Si acaso, lo único nuevo es la desfachatez con que se actúa. Y mientras tanto, los que prometieron transformar el país se transformaron ellos mismos: de opositores indignados a gobernantes soberbios.
Cordial saludo.

