La universidad, en su jubileo de oro, decidió reconocerse en ellos. Y esa es quizá la lección más clara: más que títulos, necesitamos brújulas. Más que slogans, necesitamos memoria.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
En días en que la política se vende como espectáculo y la retórica de la “transformación” se repite en cada micrófono, la UNACH nos regaló un acto distinto: la investidura con Doctorado Honoris Causa a Antonio García de León, Carlos Navarrete y Javier Espinosa. Tres voces que no necesitaron prometer transformaciones, porque las encarnaron en el terreno del conocimiento, la escritura y el andar entre pueblos y archivos.
La escena fue solemne, sí, pero también reveladora: Chiapas se narró desde la historia, la arqueología y la educación, y nos recordó que aquí no caben los discursos fáciles. Lo dijo Carlos Navarrete con una frase que debería quedar tallada en piedra: “Chiapas no se acaba de aprender”. Y es cierto, porque este territorio se escapa de las estadísticas y de los planes sexenales; se entiende más bien caminando, a pie, como aconsejaba Frans Blom y como repitieron los homenajeados. La antropología, nos recordaron, no se hace desde la comodidad del escritorio, sino con los pies en la tierra, con la escucha atenta a la memoria de los pueblos.
De Antonio García de León retumba la certeza de que Chiapas no puede contarse sin sus voces indígenas y campesinas; de Navarrete, la convicción de que la pertenencia se conquista con respeto; y de Espinosa, la ética de la amistad que convierte la educación en un proyecto común. Tres trayectorias que cruzan con la historia de la propia UNACH, esa casa que, en medio de precariedades y disputas, sigue siendo símbolo de aspiraciones colectivas.
Mientras tanto, en el otro extremo del escenario público, vemos a quienes hablan de “transformaciones” como si fueran anuncios de temporada. “La Cuarta Transformación”, por ejemplo, etiquetas que suenan a marketing político más que a compromiso histórico. Escucharlos provoca la sensación de que en Chiapas y en México vivimos en el país de las palabras, no en el de las realidades. Una élite que presume de regeneración, pero reproduce las mismas prácticas del pasado, con la misma arrogancia de siempre.
Ahí radica la diferencia. Los tres investidos no se limitaron a proclamar, sino que hicieron de su vida un testimonio. García de León abandonó la lingüística para acompañar luchas por la tierra con documentos en mano; Navarrete convirtió su exilio en una patria chiapaneca hecha de caminos, mitos y pertenencias; Espinosa profesionalizó la educación desde el rigor y la memoria, sin renunciar a la crítica. Cada uno, a su modo, mostró que la verdadera transformación no se decreta: se camina, se escribe, se enseña.
Quizás por eso escuchar a Javier Espinosa fue como un recordatorio incómodo en estos tiempos de ruido: “Chiapas está llena de sorpresas; recuperar nuestra memoria es un camino seguro”. Dicho por él -un maestro- suena a advertencia y a esperanza: no hay futuro posible si olvidamos lo que hemos sido, si no aprendemos de nuestra propia historia.
La universidad, en su jubileo de oro, decidió reconocerse en ellos. Y esa es quizá la lección más clara: más que títulos, necesitamos brújulas. Más que slogans, necesitamos memoria. En Chiapas, la transformación no se mide en el discurso oficial, sino en la capacidad de quienes, desde la historia, la antropología y la educación, nos invitan a mirar de frente nuestra complejidad.
La política podrá insistir en que ya vivimos una nueva era. Pero basta escuchar a los maestros de Chiapas para saber que esa era aún no llega. Porque, como dijo Navarrete, Chiapas no se acaba de aprender. Y tal vez ahí está la tarea: seguir caminándolo, preguntando y aprendiendo, hasta que la transformación deje de ser consigna y se convierta, de una vez por todas, en vida compartida.
Cordial saludo.

