La escena fue capturada desde distintos ángulos por asistentes y reporteros al evento de la presidenta Claudia Sheinbaum en el Zócalo de la CDMX.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
El Zócalo volvió a ser el escenario del poder. Banderas ondeando, gritos de “¡Presidenta!”, rostros emocionados. Claudia Sheinbaum rindió su primer informe, y mientras hablaba de transformación, la escenografía del poder hacía su propia declaración.
En primera fila, gobernadores, ministros, secretarios. Detrás de la valla, rostros conocidos que antes presumían privilegio: Manuel Velasco Coello, Adán Augusto López Hernández, Ricardo Monreal Ávila, Luisa María Alcalde Luján, Andrés ‘Andy’ López Beltrán. Los mismos que en marzo pasado, durante el acto por los aranceles de Trump, se tomaban la foto del poder. Ahora, ni el lente los buscaba.
No fue casualidad. Fue mensaje. En la política, los metros también pesan. Y este domingo, varios tuvieron que retroceder los suyos.
El acomodo de sillas no fue asunto del protocolo, sino de jerarquía. El poder, como la comunicación, se ordena por señales: la distancia, el encuadre, el foco. Lo que antes era central ahora se difumina en el fondo.
A mis estudiantes les repito: el discurso no solo se dice, se muestra. Una valla puede hablar más que un discurso. Y en el Zócalo habló: los cercanos de ayer, los “hermanos” del obradorismo, hoy miran desde fuera del cuadro.
Adán Augusto, el fiel del sur; Velasco, el verde que muta según el sol que más calienta. Ambos aprendieron que la cercanía con el pasado no garantiza lugar en el presente. La transformación avanza, sí, pero también depura.
El mensaje fue elegante, casi artístico. Sheinbaum no necesitó removerlos de cargos; bastó reubicarlos en la escena. La política mexicana tiene esa sutileza: no siempre te exilian, a veces solo te sientan detrás de la valla. Creo que fue un nuevo “manotazo”.
El nuevo orden se nota incluso en la foto. Los rostros jóvenes del gabinete al frente, los viejos operadores en el fondo. Comunicación visual pura. En términos de semiótica, un desplazamiento simbólico. En términos de poder, una advertencia.
Las imágenes del evento circularon más que el discurso. En redes, la pregunta fue una sola: “¿Quién pasó de primera fila a tras la reja?” Y entre risas, los usuarios hicieron lectura fina: “los castigados”.
Pero no hay barrotes ni sentencias, solo reacomodos. Tras las rejas, pero del protocolo. Tras la valla, pero dentro del sistema. Así se ejerce el poder en su versión más moderna: sin gritos, sin rupturas, con símbolos.
Para quienes enseñamos comunicación, el Zócalo del domingo fue una clase magistral de lectura política. La escena lo decía todo: los cercanos desplazados, los leales recompuestos, los ausentes observados.
La presidenta habló de unidad, pero el templete dibujó jerarquías. De eso se trata el poder: de saber leer el lugar que ocupas antes de que alguien te lo recuerde.
El discurso oficial prometió continuidad, pero la imagen reveló cambio. Porque el poder, como la cámara, nunca miente. Solo enfoca distinto.
Velasco y Adán no están presos, pero sí confinados en la nueva narrativa: la del poder que avanza sin mirar atrás. Quizá algún día regresen al encuadre, si el guion lo permite. Por ahora, les toca mirar desde la reja, con la misma sonrisa que alguna vez creyeron eterna.
Y mientras el Zócalo rugía al unísono “¡Presidenta!”, el lente dejaba su última lección: en México, no hay cárcel más dura que el olvido político.

