La nostalgia de Rabasa por México desde el exilio en Nueva York
Ricardo Del Muro/Ultimátum
Tras el derrocamiento de Victoriano Huerta, a quien representó en las conferencias de Niagara Falls en 1914, Emilio Rabasa Estebanell se exilió en Nueva York, la cosmopolita ciudad estadounidense, donde permaneció desde julio de 1914 hasta la primavera de 1920, cuando por fin regresó a México.
Desde su departamento en Riverside Drive, lejos de su tierra natal, Rabasa se convirtió en un observador crítico y nostálgico de un México dividido y convulsionado. En un intento de superar “las pasiones políticas del momento” y evitar los “juicios definitivos” que se publicaban en la prensa estadounidense, escribió La Evolución Histórica de México (1920), donde planteó: “La revolución no tiene que buscar disculpas en la acusación del gobierno que la precedió, porque una revolución es un fenómeno que no necesita justificarse, sino explicarse por las fuerzas que lo producen”.
El proyecto lo anunció primero a su amigo José Yves Limantour, exiliado en París, en una carta fechada en abril de 1916, donde señalaba que sería un libro “de defensa nacional”. A semejanza de La Constitución y la Dictadura (1912), donde buscó justificar la dictadura “benévola” de Porfirio Díaz, en La Evolución Histórica de México, Rabasa volvió a defender el régimen porfirista pero más allá de esto, logró escribir un texto de sociología política, mostrando que la discordancia entre las leyes y la realidad del país había creado un círculo de anarquía, dictaduras y crisis.
Rabasa buscó la aprobación de Limantour para el libro en parte porque este de buena gana lo ayudó a arreglar un subsidio para el proyecto del magnate petrolero Weetman Pearson, quien había estado dispuesto a suscribir una abortada campaña de prensa en 1915 contra Venustiano Carranza, el primer jefe de la Revolución.
Después de varias revisiones y eliminar algunos capítulos muy críticos sobre la Revolución, el libro fue publicado en 1920 en la Ciudad de México y en París por la Librería de la Vda. De Bouret. En el prólogo, Rabasa explicó que la motivación para escribir el libro fue la observación de que en Estados Unidos había “un desconocimiento casi general y casi absoluto” sobre México.
Aunque es obvio que Rabasa tuvo los recursos suficientes para rentar departamentos en la parte alta de Riverside Drive – observó su biógrafo Charles A. Hale -, no era una persona con una gran riqueza que pudiera ocupar una mansión junto a la Place de l´Etole en París o irse durante meses a lugares de recreo como Deauville, Biarritz o Bournemouth, como lo hacía Limantour.
Rabasa era un viudo con cuatro hijas sin casar y dos hijos. Además de su hija casada, Manuela, sus tres criaturas, y su marido, el doctor Antonio Barranco, que se sumaron al hogar familiar en 1915, lo cual requirió una, sino es que las dos o tres mudanzas más que realizó la familia Rabasa en esa zona de la ciudad durante los años del destierro.
Hasta hoy, siguen en pie dos de los cuatro edificios de departamentos donde Rabasa rentó en Riverside Drive, ubicados en los números 440 (esquina con la Calle 116), 230 (en la Calle 96), 400 (en la Calle 112) y en el 542 con la Calle 112 Poniente en Broadway (los Devonshire Apartments); frente al parque Riverside y muy cerca de la Universidad de Columbia.
La avenida Riverside, en el Uper West Side de Manhattan, se extiende paralela al Río Hudson, desde la Calle 72 hasta la Calle 181, en Harlem, cerca del Puente George Washington, y es una de las zonas residenciales más exclusivas de Nueva York, donde pueden admirarse mansiones y edificios estilo beaux arts y art decó de principios del siglo veinte; además del Memorial del General Ulises Grant y la estatua de Juana de Arco.
Tenemos que admirar la habilidad de Rabasa para llevar una vida productiva en Nueva York durante los años del destierro, comentó Hale. Su rutina diaria – recordaba su hija Concepción – daba inició a las 6 de la mañana, luego venía la caminata por River Drive que terminaba en una oficinita que tenía en la firma de Aldao Campos y Gil. Allí abordaba asuntos personales y continuaba su trabajo para diversos clientes, entre los que figuraban compañías norteamericanas y la compañía petrolera británica “El Águila” (propiedad de Weetman Pearson).
Según su hija, Rabasa por lo general pasaba las tardes – cuando no escribía – con amigos y compañeros del destierro, discutiendo “las últimas noticias de nuestro querido y extrañado México”. Entre estos amigos estaban los hermanos Elguero, Agustín Rodríguez, Ricardo Guzmán, Carlos Aguirre y el ex alumno de la Escuela Libre de Derecho, Ezequiel Padilla.
La voluminosa correspondencia de Rabasa con Limantour durante esos años – señala el libro de Hale (FCE/CIDE, 2011) – revela un intenso interés en la caótica política interna de México, en los giros y vueltas de la política de los Estados Unidos y, por un tiempo, en las posibles incursiones armadas de parte de dirigentes en el destierro.
Rabasa desarrolló una relación de amor y odio con los Estados Unidos a lo largo de su exilio en Nueva York. Sus dos hijos recibieron allí su educación profesional, un hecho por el que Rabasa no mostró una señal de arrepentimiento. Su hija Mercedes casó con un ciudadano norteamericano. Y tuvo una admiración grande por la tradición constitucionalista de los Estados Unidos.
Aunque su visión, afirmó Hale, se vio condicionada por su antipatía hacia Woodrow Wilson, “el santo de la Casa Blanca” y sobre todo su reconocimiento al gobierno de Carranza.
Rabasa trató de organizar una campaña en la prensa de los Estados Unidos contra Carranza, pero ésta fracasó por falta de fondos y un cambio en el interés de los estadounidenses, que dejó México por la guerra en Europa. Sin embargo, Rabasa a fin de cuentas volvió a su mayor fortaleza, la escritura, y lo que escribió fue el duradero legado de sus años en el destierro.
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