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15 de octubre de 2025
in Opiniones
El Escudo y la memoria histórica de Chiapas 

El Escudo y la memoria histórica de Chiapas 

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El Escudo y la memoria histórica de Chiapas 

Carlos Serrano/Ultimátum 

En el centro del debate que está tocando fibras sensibles de nuestra identidad como chiapanecos, ha surgido la propuesta de modificar el Escudo de Armas. Lo que a primera vista podría parecer un simple cambio gráfico, en realidad encierra una discusión mucho más profunda, que tiene que ver con el lugar que ocupa nuestra historia presente y la forma en que queremos ser representados como pueblo.
El escudo vigente, otorgado por la Corona española en 1535, nació en el corazón de la conquista y su heráldica —conformada por el castillo, leones y la corona— refleja la simbología de la dominación y la guerra. Durante siglos, Chiapas ha portado ese emblema como una marca de origen donde se mezclan memoria, agravios, orgullo y contradicción. Hoy, en un contexto político que impulsa la descolonización del pensamiento y la revalorización de los pueblos originarios, la pregunta que se formula es inevitable: ¿debe un pueblo libre seguir representándose con los símbolos de su conquista?
El diputado José Ángel del Valle Molina fue quien puso sobre la mesa la discusión, acompañado por un grupo de académicos y ciudadanos que invitan a revisar el escudo desde una nueva mirada. Su planteamiento no busca borrar la historia, sino releerla desde una perspectiva de paz y dignidad, despojando al escudo de los elementos beligerantes para convertirlo en un emblema que exprese la diversidad cultural y la riqueza espiritual de Chiapas. Es un gesto político y simbólico, que encuentra eco en el proyecto humanista del gobernador Eduardo Ramírez Aguilar, quien ha hecho de la descolonización una política pública más allá del discurso, que atraviesa la educación, la cultura y el reconocimiento de las lenguas y tradiciones vivas.
No se trata de un debate aislado, puesto que en el último siglo varias naciones tuvieron que replantear sus símbolos para reconciliarse con su historia. Por ejemplo, Sudáfrica reemplazó su bandera tras el fin del apartheid; Rusia recuperó el águila bicéfala para marcar distancia del régimen soviético; Canadá sustituyó la cruz imperial por la hoja de arce, símbolo de una identidad propia; Ucrania y los países bálticos restauraron emblemas anteriores a la dominación soviética y Nueva Zelanda debatió democráticamente si debía mantener la Union Jack en su bandera. En todos los casos, los cambios no fueron meramente estéticos, sino ejercicios de reconciliación y soberanía simbólica.
En Chiapas, la discusión apenas comienza. A diferencia de otros países, aquí no se trata de sustituir un régimen ni de romper con una estructura política, sino de sanar una herencia histórica que aún se percibe en los márgenes de la desigualdad. El escudo, con su carga colonial, no solo representa una época, sino también una jerarquía del vencedor sobre el vencido. Replantearlo es, por tanto, un acto de dignidad histórica y de afirmación cultural, no una negación sobre nuestro pasado.
El inicio de los foros convocados por el Congreso del Estado, bajo el nombre de Diálogos por la Renovación del Escudo de Armas de Chiapas, son un paso importante. Su éxito dependerá de que el proceso sea abierto, plural, respetuoso y, sobre todo, pedagógico. Porque no basta con rediseñar un símbolo, hay que reaprender a mirarnos como un pueblo que integra muchas raíces, muchas voces y una historia común que no puede dividirnos.
En los últimos días han sido visibles las resistencias a este proceso. Las habrá siempre que se tocan los cimientos de la memoria colectiva. Algunos defenderán el escudo como parte de la tradición; otros verán en el cambio una oportunidad para reconciliar la herencia indígena con la modernidad. Pero las sociedades que se transforman son las que se atreven a discutir lo que parecía intocable. Y Chiapas está viviendo un momento político que invita a ese ejercicio de introspección y coraje.
Modificar el escudo no significa borrar el pasado, sino mirarlo de frente y elegir qué parte de él queremos proyectar al futuro. Pensémoslo de esta manera: si el escudo de 1535 representó la conquista, el nuevo símbolo podría representar la concordia; si aquel hablaba de dominio, este podría hablar de igualdad; si aquel mostraba la fuerza de las armas, este podría mostrar la fuerza de la cultura, la biodiversidad y la identidad chiapaneca.
En el fondo, no se discute solo un escudo, se discute la forma en que Chiapas quiere contarse a sí mismo en el siglo XXI. Y eso, más que una reforma heráldica, es una oportunidad histórica para reconciliar la imagen que heredamos con la que aspiramos a construir.

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